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Osama no es la cuestión

El problema no es Osama, ni siquiera las legiones y legiones de terroristas que tiene a su disposición el movimiento islamista. El problema es que los osamas de turno ven un occidente tan blandito como apetecible

Queramos verlo o no, lo cierto es que el islamismo nos ha declarado una guerra total. Como tal, se desarrolla en todos los frentes. Estratégicamente, los ataques puramente terroristas contra ciudadanos occidentales, las emboscadas criminales contra los soldados aliados, las matanzas en nuestras propias ciudades. La violencia absoluta contra los infieles y apóstatas desde Marruecos a Indonesia, desde Líbano a Birmingham es su más salvaje expresión.

Pero este no es el problema, naturalmente. Sería perfectamente combatible si no fuera por el problema que se hace patente con la figura de Osama Ben Laden. Porque más allá de sí mismo, el matarife saudí representa a la perfección la estrella psicópata-mediática que se pasea por los telediarios de medio mundo. El islamismo ha comprendido a la perfección que esta guerra se ganará o se perderá en las mentes y los corazones no de iraquíes, palestinos o saudíes, sino de españoles, americanos o franceses.

Más allá de Osama, asistimos a la búsqueda de la división diplomática entre las naciones democráticas, para lo que cuentan con el entusiasta apoyo de los regímenes de turno y del funcionariado pacifistoide de las Naciones Unidas. Y propagandística y psicológicamente, con la penetración, sin prisa pero sin pausa, del totalitarismo islamista en nuestras sociedades, gracias a la colaboración de los compañeros de viaje de turno, al menos de tres tipos.

En primer lugar por los islamistas de cabecera, aquellos dispuestos a acudir prestos a los medios "progres" a defender o disculpar las carnicerías de turno. En segundo lugar por los democratófobos de turno, capaces de hacerse el harakiri –y lo que es peor, hacérnoslo a los demás– en su odio al liberalismo y la democracia. Y en tercer lugar, unos medios de comunicación incapaces de ir más allá de las imágenes impactantes y la búsqueda histérica de un culpable entre nosotros mismos. Entre todos ellos crean el puré ideológico-cultural que Osama aprendió a batir al gusto, y que le hace ganar o por lo menos creer que lo hace, su guerra total.

El problema no es Osama, ni siquiera las legiones y legiones de terroristas que tiene a su disposición el movimiento islamista. El problema es que los osamas de turno ven un occidente tan blandito como apetecible, capaz de disolverse a sí mismo con sólo con unas cuantas bombas en los lugares apropiados en el momento propicio. Como afirma la profecía islamista, "os ganaremos con vuestras leyes, pero os gobernaremos con las nuestras". Esta es la cuestión. Con o sin Osama.

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