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Enrique Dans

¿La muerte del e-mail?

¿Se imagina llegar a su despacho y encontrarse doscientas palomas mensajeras esperándole en su ventana? Pues eso es lo que puede llegar a parecer la bandeja de entrada de muchas personas después de un día alejados de la red.

Existe una interesante discusión entre especialistas en comunicación sobre temas relacionados con medios como el correo electrónico. Nuestro ya maduro e-mail se remonta en sus orígenes nada menos que a 1965, una eternidad en el mundo de la tecnología, y aunque ha evolucionado en muchos de sus planteamientos de manera relativamente reciente, manifiesta síntomas preocupantes relacionados, curiosamente, con su impresionante facilidad de uso: enviar un correo electrónico es tan sencillo que plantea problemas de escalabilidad.

Si usa el correo electrónico de manera habitual, lo habrá notado: el correo electrónico nos satura. Nunca cierra, se lo traga todo, y nos espera pacientemente el tiempo que haga falta. Si pretende contestar con la debida atención todos los correos que recibe, es posible que se encuentre con un dilema: necesita dedicar todo el resto de su jornada laboral a contestar correos.

El problema no viene siquiera derivado del muy maldecido spam o correo basura (cualquiera con un mínimo nivel de uso cuenta con herramientas suficientes hoy en día como para convertirlo, al menos, en un problema menor), sino de una característica evidente del correo electrónico: su asincronía. Contrariamente a lo que ocurre con otros medios, como la mensajería instantánea, el contacto presencial o el teléfono, el correo electrónico no precisa de la presencia simultánea del interlocutor para que la comunicación se lleve a cabo. Si te vienen a ver al despacho y no estás, la comunicación simplemente no tiene lugar, y o bien se desplaza a otro momento, o se convierte en asíncrona mediante, por ejemplo, la creación de una nota manuscrita: "estuve aquí, llámame". Medios asíncronos evidentes son, además del e-mail, cosas como los envíos postales, los contestadores automáticos, los SMS, los mensajes en blogs y foros, las notas escritas o las palomas mensajeras. Si no estás en tu despacho, la paloma esperará pacientemente en tu ventana a que aparezcas durante un tiempo prudencial, siempre – imagino, porque la colombofilia no está entre mis aficiones– que no le surja algo mejor que hacer o aparezca un halcón a modo de interrupción comunicativa con alas.

Tradicionalmente, los medios asíncronos han planteado una ventaja: su menor nivel de intrusividad. En el medio síncrono, es el emisor el que escoge el momento para interrumpir al receptor, que permanece ajeno a la interrupción hasta que ésta tiene lugar. En el asíncrono, el receptor mantiene un cierto nivel de control, y puede elegir si recibe el mensaje o cuando lo recibe en función de múltiples variables: quién envía el mensaje, qué prioridad le asigna, etc. La elección del medio de comunicación, o media choice behavior, es un tema estudiado con bastante profusión y que caracteriza las relaciones entre las personas: las hay más y menos hábiles o afortunadas en dicha elección, y eso condiciona en gran medida nuestros usos y costumbres: nadie llama a una persona de bien a su casa a las cuatro de la mañana, pero puede enviarle un e-mail.

Hasta hace no demasiado, dichas dinámicas eran relativamente claras y marcadas fundamentalmente por la educación. Hoy en día, ante la profusión de medios de comunicación interpersonales, estas pautas empiezan a estar menos claras, y proporcionan en ocasiones sorpresas tan desagradables como la protesta de muchos usuarios ante los SMS publicitarios recibidos a altas horas de la madrugada: el mensaje, presuntamente asíncrono, provoca un tono de aviso en el teléfono móvil que despierta y alarma a su propietario, quien presuntamente no se hallará a esas horas en la mejor actitud para responder.

De un tiempo a esta parte, surgen voces de alarma con respecto al e-mail: en España, si preguntas a un niño qué es el e-mail, te responderá, con suerte, que es ese incómodo aviso intermitente que hay en la parte inferior de su mensajería instantánea, aviso al que posiblemente no haga ni caso. En Corea del Sur, los jóvenes usan el e-mail o bien para relacionarse con empresas y guardar así un recibo de la comunicación o transacción, o bien para escribir a sus abuelos. El resto de la comunicación, se dirige a medios con una mayor vocación por la sincronía: mensajería instantánea, teléfono, Twitter y afines.

El motivo no es ni más ni menos que la gestión del "ancho de banda personal": todo medio asíncrono provoca, por su naturaleza, la aparición de un repositorio en el que se acumulan los mensajes no revisados, repositorio cuya revisión tiende a saturarnos. En los síncronos, en general, este problema no existe o se reduce sobremanera: si el ancho de banda está ocupado, la comunicación debe reintentarse en otro momento. ¿Se imagina llegar a su despacho y encontrarse doscientas palomas mensajeras esperándole en su ventana? Pues eso es lo que puede llegar a parecer la bandeja de entrada de muchas personas después de un día alejados de la red. Algo, sin duda, difícil de gestionar si no es con la poco recomendable ayuda de una escopeta repetidora.

¿Es la comunicación síncrona la solución? Hace años, si te llamaban y no estabas, nadie se ofendía: ya volverían a llamar. No era que lo urgente fuese menos urgente, es que simplemente la gama de opciones terminaba ahí. Claramente, no existen verdades absolutas ni soluciones mágicas: la perspectiva de recurrir sólo a lo síncrono resulta difícil de plantear. ¿Se muere el e-mail o es que los jóvenes no lo necesitan? ¿Lo usarán cuando les llegue el momento o adquirirán hábitos diferentes? ¿Y usted? ¿Cuál es su relación con el correo electrónico?

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