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EDITORIAL

El BNG se retrata

El BNG -partido que, como el nazi, es nacionalista y socialista a un tiempo- se retrata dejando en carne viva de qué está compuesta la ideología que profesa.

El nacionalsocialismo alemán de los años treinta y los bloques de progreso que mandan en ciertas autonomías españolas y que son, a su modo, también nacionalsocialistas, comparten fantasmas familiares. Hace ochenta años los jerarcas del partido nazi echaban pestes del judaísmo, del liberalismo político y del capitalismo como sistema económico. Tan pronto como se aferraron al poder liquidaron los tres ismos en Alemania desencadenando una brutal y cruentísima guerra de alcance mundial. La comunidad judía fue prácticamente exterminada, la democracia liberal se deshizo en las elecciones que auparon a Hitler a la cancillería y el capitalismo alemán, antaño pujante, dinámico y padre de una prosperidad extraordinaria, sucumbió ante los monopolios, las corporaciones y el asfixiante control del estado nazi.

Los actuales combinados regionales de izquierda nacionalista, inspirados en el modelo tripartito catalán y forjados sobre la consigna de todos contra el PP, padecen fobias semejantes. Exaltando lo colectivo, lo tribal, aborrecen de la soberanía del individuo y de la sociedad abierta, divisa de la democracia liberal, y se declaran sin sonrojo anticapitalistas participando en todo tipo de aquelarres políticos propios de los regímenes totalitarios del siglo pasado. El antisemitismo, tan ubicuo en la izquierda de hoy como en la de los tiempos de Stalin, no se muestra abiertamente, sino escondido tras el espantajo del estado de Israel.

El odio a Israel actúa de cebador para los instintos más bajos del paleoprogresismo de nuestros días. La pequeña nación de Oriente Medio, construida con esfuerzo e ilusión por un puñado de idealistas a lo largo de sólo medio siglo concentra todo lo que, conforme al manual de odios, el buen izquierdista debe abominar. Aplica y promociona el capitalismo con singular ingenio y dedicación, lo que le ha convertido en una potencia económica en miniatura que quintuplica el PIB per cápita de sus vecinos. Es un país democrático en medio de una marea negra de dictaduras militares e islámicas de las que ha tenido que defenderse en varias ocasiones. Padece la lacra del terrorismo desde hace dos generaciones y, lejos de rendirse, lo combate con más convicción que ningún otro país en todo el mundo. A pesar de ello, sigue creyendo en la democracia y en la libertad con la misma fe que los pioneros que lo fundaron en 1948.

Credenciales de un éxito tan arrollador en la zona más caliente del planeta no pueden pasar desapercibidas para la desnortada izquierda occidental, nostálgica de tiranías pasadas y devota de las presentes. En estas coordenadas es donde se entiende la negativa de BNG a condenar el nazismo. En un acto moralmente repugnante y digno de la reprobación más absoluta e incondicional, pretenden comparar la barbarie nazi con los denodados esfuerzos de Israel por luchar contra el terrorismo criminal y desatado que asola sus campos y ciudades en nombre del fanatismo más nauseabundo.

El BNG –partido que, como el nazi, es nacionalista y socialista a un tiempo– se retrata dejando en carne viva de qué está compuesta la ideología que profesa. No hay ni trampa ni cartón. El desafortunado episodio que hace no mucho protagonizó un alcalde de extrema izquierda en la localidad gallega de Oleiros no fue casualidad. Esta es la izquierda que tenemos, estos son sus poderes y hasta aquí llegan cuando se sienten dueños del discurso. Para tomar nota.

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