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Agapito Maestre

Fin de campaña

En todo caso, es más fácil optar por Rajoy que por Zapatero, pero comprendo a los millones de seres humanos que irán el domingo a votar por uno de estos dos hombres tapándose la nariz.

Leo la entrevista de Rajoy en El País y siento en mi espalda un escalofrío de vergüenza. Me levanto rápidamente de mi asiento. Tengo miedo de quedarme paralizado. Camino como un autómata por mi estudio y, finalmente, me dirijo a una estantería de mi biblioteca. Estoy ante Nietzsche. No es tiempo de elegir qué obra concreta del alemán me conviene releer en este momento. Sólo sé que necesito leer a Nietzsche. El azar pone en mis manos Más allá del bien y del mal. Vuelvo a sentarme y leo una cita que hace Nietzsche de Platón: "Nadie quiere causarse daño a sí mismo, de aquí que todo lo malo acontezca de manera involuntaria. Pues el hombre malo se causa daño a sí mismo: no lo haría si supiese que lo malo es malo. Según esto, el hombre malo es malo sólo por error; si alguien le quita su error, necesariamente lo vuelve bueno."

Naturalmente, el maestro alemán critica al sabio griego y reconoce que el razonamiento huele a plebe. Es falso de principio a fin ese "razonamiento". Quizá ni siquiera sea un razonamiento sino un deseo íntimo, una arbitrariedad malvada, que posteriormente se defiende con extraños argumentos. En otras palabras, el hombre malo no se redime por su imbecilidad. Una y otra siguen caminos diferentes. Nunca juzguemos al hombre mentiroso y cobarde por su estulticia sino por su maldad.

A pesar de todo, no milito en las filas del derrotismo de la razón. Defiendo, sí, el escepticismo, pero de salida jamás de inicio. Quien se queda aturdido por una única idea corre el riesgo de convertirla en un dogma. Por eso formo parte de los que creen que el mundo moral existe. Más aún, creo que la historia es, en cierto sentido, un desarrollo progresivo de la moralidad, o sea, de determinadas ideas. ¿Cuáles son las ideas de los principales candidatos en estas elecciones? Las de Zapatero han estado claras en los últimos cuatro años: hacer desaparecer la nación tal y como está diseñada en la Constitución de 1978 valiéndose de dos medios, primero, una imposición de costumbres sociales y morales, o mejor, de malas costumbres e inmoralidades a la sociedad y, segundo, negociando, o mejor, cediendo ante las presiones nacionalistas y terroristas para que el Estado-nación se convierta en un extraño mecano de carácter confederal o similar.

Por el contrario, las ideas de Rajoy defienden la nación española, según está determinada en la Constitución, y se opone radicalmente a la negociación política con los terroristas. Sólo por eso merece mi respeto político. Sin embargo, reconozco que no se ha opuesto con claridad y contundencia a la "revolución" perversa y totalitaria que ha desarrollado el Gobierno de Zapatero contra una supuesta sociedad libre y emancipada. ¿Por qué no lo ha hecho? Porque le ha faltado una idea política, una fe científica en la cultura de una nación, que es requisito indispensable para no caer en las prisas del vanidoso.

En todo caso, es más fácil optar por Rajoy que por Zapatero, pero comprendo a los millones de seres humanos que irán el domingo a votar por uno de estos dos hombres tapándose la nariz.

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