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Dario Migliucci

¿Revolución o regreso al pasado?

Italia parece encaminarse hacia un inquietante regreso al pasado, a un sistema que en la segunda mitad del siglo pasado produjo 50 gobiernos en 46 años.

Recientemente se han llevado a cabo unos cambios en el sistema político italiano. Ya no existen las grandes coaliciones que desde hacía quince años protagonizaban el escenario institucional, y de cara a las elecciones generales de mediados de abril ha arrancado una campaña electoral en la que destacan dos grandes formaciones: el reformista Partido Demócrata y el conservador Pueblo de la Libertad. Una verdadera revolución, según la propaganda de los titánicos movimientos, los cuales subrayan que por fin Italia se beneficiará de la estabilidad de la que gozan todas las naciones con sistema bipartidista.

Es evidente que el viejo sistema de las coaliciones no lograba garantizar la gobernabilidad; más bien provocaba una crisis de gobierno tras otra. El último Ejecutivo, regido por Romano Prodi, fue traicionado después de veinte atormentados meses de supervivencia por uno de los nueve partidos que militaban en la "Unión", una coalición en la que cohabitaban muy poco pacíficamente (o mejor dicho con el cuchillo entre los dientes) los ex democristianos próximos a la Iglesia, los reformistas laicos y los comunistas contiguos a los grupos anti-globalización. Una formación demasiado abigarrada como para poder gobernar todo el lustro de la legislatura y que finalmente tuvo el mismo destino que el primer Gobierno de Prodi en 1998. Incluso Silvio Berlusconi, pese a ganar triunfalmente en el 2001, padeció antes de terminar su mandato una crisis política originada por las disputas entre los numerosos aliados que albergaba su heterogénea coalición, crisis que lo obligó a dimitir y a formar un nuevo Ejecutivo.

Sin embargo, el Pueblo de la Libertad y el Partido Demócrata aseguran ahora que todo esto va a terminar, pues los dos mayores movimientos se presentarán en solitario a las urnas rechazando además la estipulación de alianzas que pudieran decepcionar a sus votantes. Walter Veltroni y Silvio Berlusconi están convencidos de que sus formaciones dejarán tan solo las migajas a los demás y que por lo tanto el próximo Ejecutivo, sea cual sea, logrará acabar sin problemas toda la legislatura.

Sin lugar a dudas ambos pecan de demasiado optimismo. En primer lugar, Italia sigue teniendo una ley electoral absurda, que incluso podría determinar la victoria de un partido en una cámara y el triunfo de su contrincante en la otra, hecho que generaría un espantoso empate técnico. Además, el Pueblo de la Libertad aún sigue aliado con la Liga Norte, el partido que provocó la caída del Gobierno conservador en 1994, y en el mismo Partido Demócrata todavía conviven una corriente católica y una laica que tarde o temprano volverán a chocar. Y a todo esto hay que añadir que las formaciones más pequeñas no se han quedado con los brazos cruzados a la espera de su propia aniquilación. Los cuatro pequeños partidos izquierdistas se han unido bajo una misma bandera y juntos podrían cosechar hasta el 8-10% de los votos. Lo mismo hicieron los partidos centristas, que albergan esperanzas de superar el 6-8%.

En definitiva, a no ser que uno de los dos partidos mayores se imponga con una ventaja abismal con respecto a su principal adversario (hecho posible y sin embargo poco probable), para conseguir los números necesarios para gobernar los vencedores tendrían que alcanzar un acuerdo con los partidos pequeños. Así que los caprichos y los chantajes de estos volverían a condicionar la actuación del Gobierno y las actividades del Parlamento.

No hay revolución a la vista, en suma, y tal vez lo que se está desarrollando es todo lo contrario. Italia parece encaminarse hacia un inquietante regreso al pasado, ya que el escenario actual es cada vez más semejante al de la "primera República", cuando en el panorama político había sitio para muchos partidos grandes y pequeños que se presentaban a solas a las elecciones. Un sistema que en la segunda mitad del siglo pasado produjo 50 gobiernos en 46 años.

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