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Emilio Campmany

¿Una victoria de Occidente?

Si el objetivo de Putin era, como es lo más probable, derrocar a Saakashvili e instalar un Gobierno títere en Tblisi, el ex agente del KGB ha fracasado. Y si él ha fracasado nosotros, Occidente, hemos ganado.

La práctica totalidad de los comentaristas políticos que se han ocupado de la reciente invasión de Georgia por parte de tropas rusas han valorado la operación como un triunfo de Putin y una derrota de Occidente. La izquierda se ha limitado a festejar que Rusia vuelva a ser la potencia agresiva y agresora que fue, aunque ya no tenga apellido soviético. En la derecha ha habido un interesante debate sobre si ha llegado la hora de abandonar el idealismo neocon para volver al viejo realismo estilo Kissinger.

De modo que, en principio, nos hallamos frente a una derrota sin paliativos de Occidente ante el resucitado oso ruso. Sin embargo, hay una circunstancia que hace que ese triunfo no sea tan completo y absoluto como aparenta, ni que la derrota de Occidente sea tan en toda la línea como se cree. Esta circunstancia es la supervivencia de Saakashvili.

La ocupación del territorio en que suele consistir toda guerra convencional no acostumbra a tener hoy por finalidad su anexión. Los objetivos casi siempre son otros. El más frecuente es derrocar a un régimen hostil que ostenta el poder en el país cuyo territorio se ocupa para que lo sustituya otro afín. Ése fue el objetivo militar de los EE. UU. cuando invadieron Irak: derrocar a Saddam Hussein e instalar un régimen que fuera todo lo democrático y prooccidental que las circunstancias permitieran. El terrorismo islámico, ahora en retirada en el país mesopotámico, ha ensombrecido el éxito de la operación norteamericana, por otra parte innegable si es que ha de medirse, como es lógico que se haga, por el grado de consecución del fin que la invasión se propuso.

Hoy se sabe que fue Rusia la que provocó al ejército georgiano a fin de que la reacción de éste cubriera jurídica y moralmente la invasión que Moscú llevaba semanas preparando. Aparentemente, el objetivo era demostrar que Occidente carece de los redaños necesarios para acudir en ayuda de un aliado cuando éste es una ex república soviética enfrentada a su vieja ama. La soledad de Georgia haría ver a las demás que, en todo choque futuro con Rusia, Occidente se mantendría al margen.

Pero esto significa poco si Georgia, a pesar de la agresión rusa, saca fuerzas para seguir siendo aliada de Occidente y continúa beneficiándose de ello en otros órdenes. Pues bien, Georgia seguirá siendo una aliada de Occidente mientras Saakashvili sea su presidente. Cabe pues sospechar que la invasión rusa tenía sobre todo por finalidad provocar dentro del país caucásico una crisis que, golpe de Estado o no mediante, acabara con el poder de Saakashvili e instalara en Tblisi un Gobierno amigo de Moscú, o por lo menos uno que no lo fuera de Occidente.

No cabe duda de que para Putin alguna utilidad tiene demostrar que su ejército puede invadir una ex república soviética aliada de un impotente Oeste. Pero Rusia seguirá sin poder recurrir a la amenaza de cerrar el grifo de los oleoductos georgianos mientras sea Saakashvili, o cualquier otro prooccidental más sensato que pudiera llegar a sustituirle, el que mande en Tblisi.

Si el objetivo de Putin era, como es lo más probable, derrocar a Saakashvili e instalar un Gobierno títere en Tblisi, el ex agente del KGB ha fracasado. Y si él ha fracasado nosotros, Occidente, hemos ganado, o al menos no hemos perdido.

Una dura partida de ajedrez ha empezado. Permanezcamos atentos porque pronto asistiremos al siguiente movimiento ruso.

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