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Andalucía

El inolvidable 2 de diciembre de 2018 y la potra de Juan Manuel Moreno

Con la mitad de diputados que logró Arenas, Moreno ha logrado ser presidente de la Junta y puede disponer de una segunda oportunidad de gobierno.

Con la mitad de diputados que logró Arenas, Moreno ha logrado ser presidente de la Junta y puede disponer de una segunda oportunidad de gobierno.
Moreno y Marín firman su acuerdo de gobierno. | EFE

Lo inolvidable de aquel 2 de diciembre de 2018 fue la caída del régimen instaurado desde 1982 por un PSOE, nunca socialdemócrata, para el que la ocupación, que no el gobierno, de la Administración pública, de las instituciones, de la sociedad civil e incluso de la información y la conciencia fue el objetivo principal.

Aquel día de diciembre de hace dos años, tras 36 años de gobierno sin la alternancia necesaria para que una sociedad democrática sea tal, el PSOE era desalojado del gobierno. Nadie lo esperaba a pesar de que las señales de debilidad de Susana Díaz eran evidentes y, en la máxima medida, ocasionadas por ella misma. Ya por entonces había demostrado que, frente al mentiroso sistemático de Pedro Sánchez, que la engañó como a una niña, ella no iba a ser parte del futuro del Gobierno de España.

A la cola de España... y de Europa

Andalucía siempre ha estado a la cola de España y de Europa. Desde el siglo XIX hasta el momento, cuando menos. Viene esto a cuento para indicar que no fue sólo la mala gestión socialista desde 1982, que no consiguió el desarrollo de Andalucía, sino que lo empantanó de corrupción, lo que llevó al PSOE al castañazo de 2018. 36 años duró esa mala gestión plagada de escándalos desde el caso Guerra sin que el cambio político fuese posible.

Fue la paciente estrategia de Javier Arenas la que estuvo a punto de conseguir una victoria honorable en las urnas en las elecciones de 2012, tras haber ganado en los principales ayuntamientos andaluces. Pero el primer gobierno de Mariano Rajoy hundió aquella esperanza sin que hasta hoy haya una explicación razonable de cómo una cantada victoria se transformaba en una amarga derrota en menos de tres meses. Y hundió de paso a un Juan Manuel Moreno que, uno tras otro, cosechó los peores resultados electorales del PP en los años siguientes.

Fue sobre todo el espectáculo socialista de fratricidio cainita sin escrúpulos que se vivió en 2016 bajo la batuta de Susana Díaz, que luego demostró que no había captado bien la realidad de su propio partido ni sopesado el peligro del enemigo, el que condujo a que la bolsa de abstencionistas procedentes del PSOE, manejados o no desde Ferraz, aumentara de forma imprevista. Susana Díaz tenía ya las alas rotas.

La irrupción de Vox

Por el otro lado, nadie esperaba un despegue tan vertiginoso como el de Vox, que recogía el descontento latente de un PP frustrado ni que Ciudadanos, que había apoyado al PSOE más corrupto de España casi una legislatura, se beneficiara de aquella tropelía igualmente inolvidable. Pero así fue. Cuando se contaron votos y escaños, comenzó el fenómeno de la potra de un Juan Manuel Moreno al que los pesos y medidas electorales dieron la presidencia de la Junta.

Era complicado aunar a un Ciudadanos veleidoso, a un PP aún bajo la influencia del campeón de Olvera y a Vox, una derecha coherente pero inexperta. Pero Cs no podía hacer presidente a Juan Marín, menos votado que Moreno, ni Vox podía permitir que pasase la oportunidad del cambio. Y Juan Manuel Moreno estaba allí, poco votado, cierto, pero más que ninguno.

Desde el principio se vio que el cambio prometido ni iba a ser inmediato ni iba a ser tan sencillo como parecía. Desmontar una tela de araña tejida desde 1982, que había dejado "durmientes" en todas las instituciones y colocados en todas partes que actuaban de confidentes a un PSOE sin dinero ni puestos, iba a ser difícil porque el uso maquiavélico de las leyes daba a todo el entramado una apariencia falsa, pero útil, de legalidad.

Se inicia el cambio

Dos años después, el cambio apenas se ha notado salvo en el talante, en el fin de las chapuzas y en un más exquisito trato de las cuentas públicas. No se ha desmontado la telaraña, pero volver a restaurarla no será posible. Mientras tanto, el nuevo gobierno daba muestras de solidez estratégica y táctica.

El gobierno del cambio apuntaló tres factores constitucionales que el PSOE se había apropiado por la cara. La sanidad, la educación y los servicios sociales fueron más que mantenidos. De hecho, sus presupuestos aumentaron considerablemente. La percepción ciudadana deducía que el cambio no afectaba a la vida real de los andaluces. Es más, incluso se mejoraba el tratamiento y la consideración. De modales ya ni hablamos.

Económicamente, comenzaba a estudiarse un modelo de desarrollo diferente —ladrillo, turismo, administración pública—, que permitiera a Andalucía saliera del bucle pavoroso del atraso, disimulado por un PSOE esmerado en campañas de ocultación, pero incapaz de lograr el despegue de una región privilegiada en casi todos los recursos, menos en buenos gobernantes.

Era el momento de aceptar por fin que tal cosa sólo podía venir principalmente de manos de unos empresarios con voluntad de beneficio propio, como es lógico, pero asimismo con afán de desarrollo de la región, fueran propios, lo ideal, o procedentes de cualquier parte del mundo, lo real. Eso obligaba a hacer de Andalucía una región con atractivos para la inversión.

El papel del Gobierno andaluz no iba a ser ya el del superempresario público y centrípeto que controlara la economía andaluza sino el de ser el regulador y el árbitro de la mayor libre concurrencia posible de ideas, proyectos y soluciones que sacara del vagón de cola a más de 8 millones de personas.

Además, estaba el cambio necesario para hacer visible la pluralidad de la sociedad en la información y los medios de comunicación; la transparencia administrativa para que el DNI fuera el único carné necesario para los ciudadanos, no el de algún partido; el aprecio por los autónomos; el desecho de la imposición de posiciones sectarias en familia, educación, sociedad civil y otros muchos elementos. O eso se afronta o se afronta. No habrá opción.

El parón de la pandemia de coronavirus

Cuando se esperaba que, aunque despacio y con muletas, tales objetivos se fueran consiguiendo, vino a Andalucía una primera epidemia de listeriosis y desde el pasado mes de febrero, la gran pandemia del coronavirus. Parecía que el barco se iba a hundir por razones accidentales, pero en esto vino la crisis general de la izquierda y una demostración sin precedentes del sentido común del centro derecha que ya gustaría se impusiera en el resto de España.

La posición de las dos lideresas de la izquierda andaluza, la socialista Susana Díaz y la comunista anticapitalista Teresa Rodríguez, ha sido siendo cada vez más insostenible. Como consecuencia, un gobierno de la izquierda en 2022, salvo cataclismo, parece a estas alturas inviable.

Susana Díaz, acosada por el sanchismo, por la división creciente en sus filas y por su incapacidad de liderar una oposición con ideas que haga olvidar los macrocausas de corrupción que día tras día se regurgitan en los juzgados, no para de despeñarse en las encuestas si exceptuamos a algunas que paga ella misma o sus amigos. Y baja mucho más en las expectativas de futuro dentro de su propio partido. Queda ya poco para el congreso regional del PSOE y es improbable que su candidatura a seguir dirigiendo el PSOE quede inmaculada.

Teresa Rodríguez, traicionada o no por Pablo Iglesias, no ha podido apropiarse del proyecto de unidad comunista que era Adelante Andalucía. El gobierno Sánchez-Iglesias en Madrid obliga a Podemos a destruir a la líder gaditana, opuesta siempre a cerrar los ojos ante la corrupción socialista y sublevada por las transferencias de dineros y oportunidades a las comunidades catalana, vasca y otras en detrimento del interés de los andaluces. Su futuro es incierto, pero en todo caso, será de menor entidad que el que ya tuvo.

Vox gana terreno frente a Ciudadanos

Aunque Ciudadanos ha sufrido un descalabro nacional de importancia, su virreinato andaluz ha resistido porque en el gobierno de la Junta hace mucho menos frío y porque la división interna, que la hay, no es aún visible ni posible porque Vox le va comiendo votos a todo el mundo, de modo que podría darse el caso de que, en 2022, las nuevas elecciones andaluzas hicieran que el gobierno dependiera casi absolutamente de Vox.

El PP, que tiene el plus de la presidencia y de la iniciativa política gracias a su experiencia nacional y una mayor calidad de sus cuadros técnicos, va remontando los peores resultados del pasado y, aunque muy lejos aún de los 50 escaños logrados por Arenas, parece consolidarse como el eje vertebral de un segundo gobierno del cambio.

La suerte de Juanma Moreno

Por si fuera poco, la nefasta actuación del Gobierno central de PSOE y Podemos en la pandemia ha permitido que la Junta de Andalucía, a pesar de algunos fallos de gestión, no se sitúe en el primer plano de la crítica. Naturalmente, la nebulosa que se cierne sobre los demás asuntos, todos ellos secundarios en estos momentos, hace posible que el gobierno de Juan Manuel Moreno no sufra un desgaste excesivo. El sectarismo y el totalitarismo de su oposición no lo debilita son que lo afianza.

O sea, que la potra, la chamba, la chiripa o la baraka, por saludar a los vecinos del Sur, existen. Con la mitad de diputados que logró Javier Arenas, Moreno ha logrado ser presidente de la Junta y puede disponer de una segunda oportunidad de gobierno. Eso sí, para aprovechar las carambolas de la fortuna hace falta no cometer errores de calado ni hacer barbaridades ni causar un daño innecesario a nadie.

El gobierno del cambio no está cambiando adecuadamente lo que debería, cierto, pero, al menos, no está empeorando la herencia recibida. Algo es algo. No será bueno del todo para quienes deseamos con una Andalucía abierta, ecuánime y próspera, pero la posibilidad de volver al pasado pone los pelos de punta.

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