En el libro No soy ese tipo de chica, Lena Dunham cuenta la agresión sexual que sufrió en la universidad. Fue en el Oberlin College (Cleveland). La escritora, actriz y creadora de Girls estaba borracha. Lo recuerda como una experiencia dolorosa física y mentalmente de la que no quiso hablar durante mucho tiempo. La violación. "Estuve mucho tiempo asustada y mucho tiempo avergonzada", ha dicho en una entrevista. Una de cada cinco alumnas de enseñanza superior en EE.UU sufre abusos sexuales en su campus, según leía ayer en El País. Una de esas mujeres, Angie Epifano, publicó en 2012 una carta en el Amherst Student, revista centenaria universitaria, y parece que lo cambió todo (dato que no viene a cuento: Alberto de Mónaco estudió en el Amherst College del 77 al 81). Vuelvo. Que esa carta parece que lo cambió todo. Vaya, que el problema se hizo visible. Hasta Barack Obama convirtió en prioridad la lucha contra los ataques sexuales en los campus. Pero no hay mucha novedad. Mientras haya hombres y haya mujeres habrá violaciones. Y también si hay hombres solos.
Otra cosa es que las llamadas "supervivientes" (los americanos las llaman igual que a las que han superado un cáncer, tócate) lo estén haciendo público. Pero ese es un tema muy viejo. Si no, Camille Paglia no se habría reído de ello hace tiempo: "La obsesión feminista con la violación como un símbolo de las relaciones hombre-mujer es irracional y una locura. Desde la perspectiva del futuro, este periodo en EE.UU va a verse como el reino de la psicosis masiva, como los juicios de las brujas de Salem… El fetichismo fantástico de la violación por los medios de prensa principales… las feministas al final han trivializado las violaciones, han impugnado la credibilidad de las mujeres y han reducido la simpatía que deberíamos sentir por las legítimas víctimas de ataques sexuales violentos". Uno de los grandes problemas es bajar la guardia. En La maldición de Eva, Margaret Atwood hace una pequeña investigación en la universidad concluyendo que los hombres tienen miedo de que las mujeres se rían de ellos. Y que si las mujeres se sienten amenazadas por los hombres es porque tienen miedo de que las maten. Al fin y al cabo, los hombres suelen ser más altos, corren más y estrangulan mejor. ¿Cuándo han olvidado las mujeres esa amenaza?
Joan Didion, en su ensayo Viajes sentimentales, escribe, a propósito de la corredora violada en Central Park en 1989, que los crímenes sólo son noticia en la medida en que ofrecen, aunque sea de forma errónea, una historia, una lección, una idea trascendental (en ese caso se trataba de la ‘diferencia’ entre la víctima y los presuntos asaltantes). Pero también es cierto que los crímenes son noticia y, con la misma facilidad, dejan de serlo. Anda que no estarán violando ahora mismo mujeres en autobuses indios y descuartizándolas luego. Pero ya no toca prestar atención.
A nadie puede sorprender que se viole en los campus o que haya sátiros con vocación por reventar niñas. El lunes estaban hablando en Amigas y conocidas del pederasta de Ciudad Lineal. De la rueda de reconocimiento y de otras cosas. Paloma Gómez Borrero tiró de Jesucristo para dar una solución. En uno de los pasajes del Evangelio más creíbles (aparece en Mateo, Marcos y Lucas), Jesús dice: "Al que escandalice a uno de estos pequeños, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar" (Mateo, 18,6 ss). Inés Ballester todavía está dando vueltas a las piedras de molino.