La leyenda que sigue a la muerte de algunos personajes se acrecienta anualmente cuando llega la fecha de ese aniversario. Francisco Rivera Paquirri perdió la vida el 26 de septiembre de 1984 en la plaza de toros de Pozoblanco. Muchos han sido los acontecimientos surgidos desde entonces a los allegados del torero. Sus tres hijos no lo han olvidado y confiesan pensar en él continuamente. El menor, bautizado Francisco José y familiarmente conocido como Kiko (no le gustaba nada lo de Paquirrín, como se le motejó en su infancia), tenía sólo siete meses y medio cuando ocurrió la tragedia. No tiene, lógicamente, imágenes en la memoria de su progenitor, pero confiesa esto, emocionado: "Siempre he lamentado no poder contar con la figura paterna. Me han contado muchas cosas suyas, como cuando supieron que yo iba a llegar al mundo. Entonces decidieron celebrarlo por todo lo alto en Cantora, ese santuario de Paquirri donde yo siempre siento que ahí está para mí siempre presente mi papá. Y ese día de la fiesta, a mi papá no se le ocurrió mejor cosa ante sus invitados, alrededor de trescientos, que coger su Mercedes rojo, llamar al mayoral y pedirle que en el porta-equipaje montara una vaquilla. Y así lo hizo, llegaron hasta donde estaba toda la gente y la soltaron. ¡Cómo corrían todos, espantados…! Y mi papá muerto de risa. Pero es que no quedó ahí la cosa, pues cuando varios de los invitados se lanzaron a la piscina, mi papá les lanzó la vaquilla al agua. ¡La que se armó!".
No todo son risas cuando Kiko Rivera, que en febrero cumplió treinta y dos años, expresándose con un lenguaje correcto, reflexiona sobre la figura de su progenitor: "Me maravilla recordar que, siendo una primera figura del toreo, no sabía leer ni escribir, y entonces fue cuando contrató a un profesor para que le enseñara las primeras letras y las cuatro reglas, con el fin de que nadie pudiera engañarlo. ¡Para quitarse el sombrero…! A mi papá en casa lo tenemos siempre presente. Yo le paso vídeos a mi hijo, que tiene poco más de tres años y le digo, mira, ese era tu abuelo, Paquirri; como también le hablo de su abuela, Isabel Pantoja, contándole que se dedica a cantar, y le añado que yo, su papá, soy músico". Hay un dato que desconocíamos, y que Kiko desvela: "Mi papá, la última temporada, como si presintiera algo, encargó que le grabaran en vídeo todas sus corridas de toros. Y yo las tengo en mi casa y las veo a menudo". No abunda en ello, pero nos consta que entre ellas están las imágenes que tomó el reportero Salmoral, en la mesa de operaciones de la enfermería, medio improvisada, de la plaza de toros de Pozoblanco. Kiko las conoce; creemos que Isabel Pantoja no se atrevió a contemplarlas, por su crudeza. Un juez, por cierto, prohibió que siguieran emitiéndose, a petición de la viuda.
El hijo menor del torero y la cantante evoca aquellos durísimos instantes cuando a Paquirri se le escapaba la vida, minuto a minuto, mientras iba desangrándose: "Estar muriéndose como le pasó a mi papá, sin perder la tranquilidad, pidiendo un vaso de agua para enjuagarse la boca seca y dar instrucciones a quien lo iba a operar… ¡chapeau para mi papá!, del que me siento muy orgulloso porque fue un ejemplo para todos. Y sí, es muy duro ver esas imágenes… Pero como todos los toreros saben lo que arriesgan no hay mejor manera de morir que haciendo lo que te gusta. Y papá demostró que no sólo era un número 1 del toreo, sino también un gran hombre… que los tenía muy bien puestos".
Kiko Rivera resulta ser más serio y responsable de lo que a veces se suscita en sus comparecencias televisivas o en los reportajes de la prensa rosa: "Mi madre ha sabido siempre diferenciar lo de ser artista, Isabel Pantoja, y lo de ser en familia sólo Maribel". Este 26 de septiembre volverá a ser una fecha marcada en negro en el calendario de los Pantoja. Isabel, bastante tiene con ir adaptándose a su nueva vida tras pasar por la cárcel.
Por su parte, los otros dos hijos mayores de Paquirri, Fran y Cayetano, no pueden olvidar la triste efeméride. El primogénito, que lleva un par de temporadas anunciándose en los ruedos con el mote de su difunto padre, como un homenaje a su figura para que no lo olvide nadie en la historia del toreo, dice que en esta fecha se niega a torear: "Ya lo hice una vez en Pozoblanco, pues consideré que era una obligación moral mía, cuando se habían cumplido dieciocho años de su cogida mortal, pero aquello despertó morbo en el público y aunque me recibieron muy cariñosos en la plaza, no lo volvería a hacer más". Idéntica decisión mantiene su hermano Cayetano: "Hice el paseíllo un 26 de septiembre en Barcelona, y lo pasé tan mal que nunca más aceptaré un contrato ese día".
Ambos evocan sus años infantiles cuando jugaban al escondite montados los tres en otros tantos caballos. Porque Paquirri los adiestró siendo muy pequeños, empeñado en que nunca les tuvieran miedo; ni a los equinos ni a nada en esta vida. El día que Carmen Ordóñez los levantó de la cama, llevándolos al salón, diciéndoles que no iban a ir al colegio esa mañana, Fran recuerda que se puso muy contento, pero en seguida escuchó de labios de su madre la terrible noticia de la muerte de su padre. "Yo creo que todos tenemos un día ya marcado por el destino", concluye Paquirri hijo.
Hay un asunto que colea desde que se hizo público el testamento de Paquirri, suscrito ante un notario de Sevilla en vísperas de su muerte, que ya es casualidad. O premonición. El albacea de la herencia fue el doctor Ramón Vila, íntimo amigo del torero, quien cifra el valor del patrimonio en mil millones de pesetas (seis millones de euros al cambio, cantidad muy elevada para entonces), quien añade que en cuentas corrientes el fallecido apenas tenía dinero para repartir. No vamos a recordar los detalles de aquella herencia, tantas veces repetidos en los medios, salvo resumir que el cuarenta y cinco por ciento fue para Isabel y su hijo; otro cuarenta por ciento para los hijos habidos en su matrimonio con Carmen; y el resto, un quince por ciento, para los hermanos". En nombre de éstos, Antonio Rivera dice: "Paquirri nos convirtió en ricos". Pero de aquella herencia hay una parte que, aceptada en principio por todos los beneficiarios, aún no ha cumplido Isabel Pantoja: la devolución de unos recuerdos del torero (trajes de luces, estoques, fotografías, trofeos) que tenían que ir a manos de Fran y de Cayetano. La cantaora se ha negado a desprenderse de ellos. Los afectados por esa actitud no lo comprenden. Fran sólo tiene de su padre en ese sentido un fundón (donde se guardan los estoques) y una caja de monteras. Cayetano es depositario de un chaleco, que guardaba su tío Ramón Alvarado, mozo de estoques y hombre de confianza, amén de familiar de Paquirri, en cuyos brazos murió cuando estaban entrando en Córdoba.
Mucho se ha especulado sobre si el diestro de Barbate (en realidad nació en la población anexa de Zahara de los Atunes) hubiera podido salvarse, sin poner en duda la eficiencia de los facultativos de Pozoblanco que lo atendieron. La opinión que mantiene Antonio Rivera, su hermano, es que si no se hubiera agarrado a los cuernos de Avispado, el toro no lo hubiera herido hacia arriba, mortalmente; de haber podido desasirse y caer al suelo lo más que hubiera pasado es que recibiera un golpe en la arena, tal vez sin ninguna importancia. Pero la fatalidad se dio cita esa tarde en aquel coso de la serranía cordobesa del valle de Los Pedroches.
En el cementerio sevillano de San Fernando puede que este 26 de septiembre acudan amigos del torero, aficionados que lo siguen recordando. Menos probable es que acudan sus familiares. Isabel Pantoja hace tiempo que decidió no llevarle flores a la tumba, para evitar ser el objetivo de los siempre voraces paparazzi. Canal Sur se anticipó a finales de julio a este aniversario dedicando a la figura de Paquirri un bien documentado programa de hora y cuarto de duración, a través de su serie El Legado. Y es que, alrededor de la leyenda del torero, no han dejado de contarse historias paralelas de sus allegados.