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La tragedia de Paquita Rico cuando se suicidó su primer marido

Cumple 87 años. El torero Juan Ordóñez acabó con su vida y ella quiso también irse con él, por lo que tuvo que ayudarla un psiquiatra.

Cumple 87 años. El torero Juan Ordóñez acabó con su vida y ella quiso también irse con él, por lo que tuvo que ayudarla un psiquiatra.
Paquita Rico | Cordon Press

Tranquila, feliz por estar cerca de su familia –hermanos, sobrinos– vive desde hace media docena de años en el barrio sevillano de Los Remedios la actriz más guapa del cine español, figura folclórica también de la copla: Paquita Rico. Cumple este jueves, 13 de octubre, ochenta y siete años. Ya con la salud deteriorada, la memoria algo perdida y el caminar pasito a pasito. Quien fuera una gran estrella de la pantalla ve pasar los días, perfectamente atendida, pero sin ganas ya de salir de casa. Apenas algunas veces se atreve a salir a alguna cafetería cercana, recibe visitas de amigos y admiradores, de su modista, procurando siempre, como hizo en sus momentos de gloria, estar bien vestida y peinada. Siempre cuidó al máximo su físico, la presencia en estrenos y cócteles, aunque la última vez que lo hizo como espectadora de un espectáculo de la cantante coplera Erika Vega, en el sevillano teatro Lope de Vega, fue hace tres años. Uno después de una larga entrevista a la que se sometió para Canal Sur en el sevillano Palacio de San Telmo, donde en 1957 rodara la más popular de sus películas: ¿Dónde vas, Alfonso XII? En aquel programa dejó testimonio de su definitiva retirada de la vida pública. Aún conservaba rasgos de su gran belleza, aunque obvio es que por su avanzada edad no quisiera alargar innecesariamente su carrera, como alguna antigua compañera y colega y con la llegada del nuevo siglo diera por concluido su ciclo profesional.

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Treinta y un títulos llenan su filmografía, en la que destacan Debla, la Virgen Gitana, una nueva versión de la comedia quinteriana Malvaloca, Suspiros de Triana, Viva lo imposible, La Tirana, La viudita naviera… Por la publicidad que rodeó su estreno merece también citarse El balcón de la luna, donde compartió cartelera con sus grandes amigas Lola Flores y Carmen Sevilla, aunque los resultados del filme fueron francamente mediocres. Igual que sus últimas apariciones en la pantalla, caso de la última, en 1983, El Cid Cabreador, auténtico bodrio, que diría un argentino. Ello no supone desdoro al conjunto de sus actuaciones cinematográficas, la mayoría de corte folclórico y costumbrista, trufadas de coplas y canciones populares, aunque hubo otras donde asimismo aportó, amén de su reconocida fotogenia, un estimable talento dramático. Que se vio asimismo reflejado, de una manera más evidente y directa en sus presentaciones teatrales, nada menos que, entre otras, en Bodas de sangre, dirigida por José Tamayo maravillosamente, y Mariana Pineda, dos títulos imprescindibles en la dramaturgia de García Lorca.

Habida cuenta de sus inicios en el mundo artístico, procedente de una familia humilde, justo es reconocer en Paquita Rico un esfuerzo considerable hasta destacar, sin discusiones, como una magnífica actriz, amén de estrella en su otra faceta musical.

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Ha de recordarse a una chiquilla de apenas siete u ocho años que cantaba por las calles de su barrio trianero y en ellas vendía garbanzos, que con doce fue pantalonera, niñera por unos días, pues la despidieron al descubrirse que se comía la papilla del niño que cuidaba, tal era el hambre que tenía, y finalmente aprendiz en una peluquería.

Lista, con ganas de aprender, recibió lecciones de canto de la profesora de piano Adelita Domingo, que tantas figuras de la copla formó en su academia. Se presentó por vez primera como cantaora en un local de la calle Betis, La manigua, apodada La Trianera de Bronce. Luego se hizo cargo de ella, siempre acompañada por su madre o en su ausencia una hermana mayor, el representante de espectáculos Pepe Brageli, que la llevó a Madrid. Por la mañana y por la tarde se iban al cine, a interminables sesiones para que la neófita se fuera formando como futura actriz. Y además la enroló de telonera en la compañía del gran cantaor flamenco Pepe Pinto.

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Su debut ante las cámaras acaeció en 1947, despidiéndose como queda dicho treinta y seis años más tarde. Tuvo desde luego un parón, cuando el guionista de ¿Dónde vas, Alfonso XII?, su agente artístico, dejó de promocionarla, al estar más interesado en la carrera de su entonces pupilo Vicente Parra. Eso llevó a Paquita Rico a estar lejos de los focos un periodo de tres años. El entonces todopoderoso productor Cesáreo González la sacó de aquella situación, y así pudo reanudar su brillante carrera. También se dedicó a grabar discos, aunque pocos si lo comparamos a lo mucho que cantó en sus películas. Y cara al público, primero en sus giras por Hispanoamérica en la década de los 60, y posteriormente ya en escenarios españoles; en su última etapa, década de los 80, en espectáculos compartidos con Lola Flores, Juanita Reina y Carmen Sevilla.

La canción que siempre tuvo que repetir en cientos de ocasiones fue el Romance de la Reina Mercedes, que no lo había estrenado ella, sino Conchita Martínez, allá por los años 40 del pasado siglo; pieza de Quintero y Quiroga que, por cierto, no aparecía en la banda sonora de la mentada película ¿Dónde vas, Alfonso XII?, error en el que caen no pocos comentaristas y admiradores suyos.

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La vida sentimental de Paquita Rico está teñida de luto y dolor, que le han seguido acompañando en sus recuerdos, en su corazón. Se casó en 1960 con un torero, Juan Ordóñez, miembro de una gran dinastía, pero que no triunfó en los ruedos y, de promesa como novillero pasó a peón en la cuadrilla de su hermano Antonio y luego en la de Victoriano Valencia. Deprimido por su indecisión ante los toros, atormentado al sentirse, según él, poco menos que inútil, y creyéndose alimentado por su mujer, que era la que llevaba el dinero a casa en una época en la que él se había dado a la bebida y al juego, optó por quitarse la vida. La prensa no publicó nada al respecto. Se tomó un frasco de barbitúricos, aunque no murió acto seguido. Ya en la clínica sevillana, agonizando, acudió Paquita desde Madrid, presa de una comprensible agitación, para despedirse de él. Era el 24 de enero de 1965. Al funeral, muy conmovido, acudió por cierto Orson Welles que estrechó entre sus manos las de una enlutada, dolorida Paquita Rico, cubierta con un velo y gafas oscuras.

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Paquita Rico | Archivo

El finado dejó tres cartas manuscritas, una para el juez, otra para su familia y la tercera para la apenadísima Paquita Rico. Carta que ella me enseñó un día, con las letras de tinta casi borradas del llanto continuo cada vez que la leía, y en la que le pedía perdón, declarándole su amor eterno.

Me consta que ella luchó lo que pudo para que Juan dejara de beber, lo ingresó en una clínica de desintoxicación, pero él volvía siempre a las andadas. Queriendo tener un hijo suyo, lo consultó Paquita con su ginecólogo, quien se lo desaconsejó dada la salud que arrastraba su marido. Lo quiso con locura: fue sin duda el gran amor de su vida y nunca lo ha olvidado. Siempre que ha tenido ocasión lo ha dicho en sus entrevistas. Fui receptor de ello en distintas ocasiones.

Si cinco años le duró aquel infortunado matrimonio, más fue el segundo, con el canario Guillermo Arocha, que se dedicaba a la venta de plátanos a gran escala en varios mercados madrileños, con quien se casó en segundas nupcias, en la intimidad, en 1968 hasta que él murió en 2002. Fue una pareja aparentemente estable, pero ella siempre mantuvo que seguía recordando a Juan Ordóñez. A Guillermo, hermano de una bailarina de la compañía de Paquita, lo conoció en el madrileño Teatro Maravillas, donde ella actuaba.

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Vivía Paquita en Madrid, desde su boda con Juan Ordóñez, en un elegante piso situado a espaldas del estadio Bernabéu, que yo conocí. Y cuando el torero se suicidó resulta que su suegra quiso desposeer a la actriz-cantante de cuanto tenía, alegando que eran bienes de su fallecido hijo. Tamaña insensatez no podía sostenerse pero supuso otro golpe para Paquita Rico, que continuó residiendo en esa vivienda hasta que hacia 2010 decidió marcharse a su Sevilla natal, instalándose cerca de su familia. Había adquirido para sus hermanos y sobrinos varios pisos en la elegante y céntrica barriada de Los Remedios y hasta les puso un negocio. Siempre, desde que cobrara por su primera exclusiva cinematográfica dos millones de pesetas, a comienzos de los años 50, se desvivió por ayudar a todos los suyos. Y ahora es justo que éstos le correspondan, como lo hacen, contentos, orgullosos y agradecidos a su hermana y tía, tan generosa con ellos. Y es que Paquita Rico siempre fue una mujer sencilla, nada diva, muy trabajadora, desprendida como contamos. Y eso, siendo una indiscutible estrella de nuestro cine. Supo llevar una vida discreta con otras relaciones y no se le conoce escándalo alguno.

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