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La enigmática Sarah Miles cumple 76 años, ya jubilada como actriz

Se casó dos veces con el mismo hombre y tuvo amores con Laurence Olivier, Robert Mitchum, Burt Reynolds y el director español Moreno Alba. 

Se casó dos veces con el mismo hombre y tuvo amores con Laurence Olivier, Robert Mitchum, Burt Reynolds y el director español Moreno Alba. 
Sarah Miles | Cordon Press

En el último día de 2017 una de las más grandes actrices británicas, Sarah Miles ha alcanzado sus setenta y seis años de vida. Nació en un pueblo del condado de Essex, aunque eligió la nacionalidad norteamericana desde que decidió, hace de esto más de cuatro decenios afincarse en Malibú, en la Costa Oeste de los Estados Unidos. Me estoy refiriendo a una mujer que ha protagonizado películas que no han olvidado los buenos amantes del cine, a saber: "Escándalo en las aulas", "El sirviente", "La hija de Ryan", "Blow-up"… Ahora ya está jubilada, sin ganas de volver ni al cine ni al teatro. Pero es por su veteranía un símbolo de cuando Hollywood llevaba a la pantalla grandes historias.

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Con Laurence Olivier debutó ante las cámaras en 1962, con "Escándalo en las aulas". Se enamoró de él y vivieron un corto romance, aunque el mejor actor dotado para representar a Shakespeare escondía su lado oscuro: era bisexual. En "El sirviente" rodó a las órdenes de otro genio, Joseph Losey, aunque fuera de la historia no pudiera encamarse con el protagonista, Dirk Bogarde, extraordinario actor, pues éste "se entendía" sólo con los de su sexo. Un desastre significó para ella aparecer en "Blow-up", porque Michelangelo Antonioni, su responsable, la pareció un tipo raro, al que nunca entendió durante el rodaje por sus continuos cambios de humor y, según ella, sus excentricidades como director. Sarah Miles continuó forjándose un nombre importante en la cinematografía internacional, lo que demostró en su siguiente cinta, en la que además de ser protagonista colaboró en el guión: "la hija de Ryan", con David Lean dirigiéndola. En realidad el verdadero autor de la historia que se desarrollaba en Irlanda era un prestigioso dramaturgo llamado Robert Bolt con el que Sarah se había casado en 1967. Durante el rodaje cuentan que tuvo cierta intimidad con quien era en la ficción su marido, Robert Mitchum. Quien con su aire desgarbado al andar, tan personal, llevaba a cuestas a diario una indisimulada resaca, pero que llegado el momento de que Lean gritara "¡Acción!", no parecía que fuera un adicto habitual al whisky.

Sarah Miles y Robert Bolt se divorciaron en 1975. Eran padres de un chico, Thomas, hoy ya con cuarenta y nueve años. Pero muy compenetrados a pesar de sus disputas, se admiraban tanto, que en 1988 volvieron a casarse, y esta vez la convivencia les duró un año menos, siete. Entre medias, Sarah tuvo ocasión de vivir otros idilios, uno de ellos con Burt Reynolds, al que conoció rodando en 1973 "El hombre que amó a Cat Dancing". En 1975 la entrevisté cuando vino a rodar en Andalucía una adaptación de la novela de Juan Valera: "Pepita Jiménez". Ya había estado en nuestro país años atrás, en 1963, con ocasión de otro rodaje, el de "Encrucijada mortal", junto a Laurence Harvey. Esta vez le atraía interpretar a una dama española. Visité en Carmona el lugar de la filmación y disfruté de una cena con Sarah Miles, Espartaco Santoni (que dijo ser el productor, aunque resultó ser testaferro de unos socios, en un negocio que lo llevaría a la cárcel) y su entonces esposa, Carmen Cervera, actual Baronesa Thyssen, junto asimismo al director de la película, Rafael Moreno Alba, quien acabó enamorándose de su protagonista, viviendo unos meses una fogosa relación.

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Sarah me pareció una mujer enigmática, de mirada melancólica, pero con una conversación interesante donde mostraba su fragilidad. Ignoro de dónde le vino una supuesta mala reputación difundida por la revista norteamericana "Cosmopolitan", que la acusaba de ser "la actriz peor hablada del mundo", entre tacos continuos y soeces expresiones. Algo que no se produjo durante las dos horas largas que duró aquella velada sevillana. Volvimos a encontrarnos un año más tarde, 1976, en el Festival de Cine de San Sebastián, encontrándola de igual modo: afable, y con ese fondo algo triste en la mirada que procuraba mitigar con la suavidad de su sonrisa. Me confió que muchas veces daba esa impresión de ser una mujer triste, añadiéndome: "Pero ¿quién sabe realmente cómo es de verdad todos los días? ¿Puede usted responderse a esa misma pregunta?".

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