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Eulalia de Borbón, la primera infanta en separarse y poner los cuernos

Eulalia pagó con la misma moneda al infiel de su marido, Antonio de Orleans. 

Eulalia pagó con la misma moneda al infiel de su marido, Antonio de Orleans. 
Eulalia de Borbón | Archivo

Más de un cronista suele incurrir, al referirse a la Infanta doña Elena, primogénita de don Juan Carlos y doña Sofía, que ha sido hasta la fecha la primera y la única de la dinastía borbónica en separarse de su esposo, Jaime de Marichalar, tras un desdichado matrimonio como todos los españoles conocen. Pero, no, no fue quien entre los Borbones inició esa senda, sino una tía tatarabuela suya que, aunque ahora no sea recordada, salvo por los historiadores, llegado el caso, fue una mujer extraordinaria, que marcó una línea de comportamiento inusual en un personaje de regio linaje. Nos estamos refiriendo a la Infanta doña Eulalia de Borbón, hija menor de la Reina Isabel II y hermana por tanto de Alfonso XII.

Nació doña Eulalia en el Palacio de Oriente el 12 de febrero de 1864. Supuesta y oficialmente como una descendiente más del Rey Francisco de Asís, más conocido como "Paquita": pueden suponerse las razones. Era manifiestamente homosexual, convivía sin decoro alguno ni importarle el escándalo con su "marido", en tanto su esposa, la Reina tenía amores con varios generales, ministros y algunos otros personajes de la Corte que atraían su atención, llevada, por un irrefrenable deseo sexual, lo que se conoce como "furor uterino". De aquellas relaciones extra matrimoniales, habida cuenta de que como titulan algunos espectáculos frívolos su esposo "no funcionaba" ni cumplía sus débitos maritales, la Reina tuvo varios hijos de distintos progenitores. En ciertos casos podía colegirse, dadas las fechas de los partos, la identidad del padre de la criatura; no en todos. Sobre quién era el de doña Eulalia hay razonables dudas, manejando investigadores como José María Zavala que pudo ser, quizás, un secretario de la Soberana, llamado Miguel Tenorio.

Con veintidós años doña Eulalia de Borbón se casó a la fuerza con un primo suyo, Antonio de Orleans y Borbón, hijo de los Duques de Montpensier. La razón por la que contrajo tal matrimonio sin ella sentir nada especial al desposarse con aquel pariente no fue otra que una promesa que le hizo a su hermano, el Rey Alfonso XII, cuando éste se encontraba en vísperas de su muerte. Cumplió la palabra, de lo que se arrepentiría toda su vida. Porque el primo en cuestión, pareció no ser tal "primo", al dilapidar toda la fortuna de su mujer. Aun despreciándolo, doña Eulalia tuvo con él tres hijos, dos varones y una hembra, que nació muerta.

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La reina y sus hijas con Eulalia a la derecha, de Antonio Fernández Soriano | Archivo

Como aquel Antonio de Orleans, duque de Galliera, la engañara un día sí… y otro, también, llegado el momento en el que la Infanta comprendió que su vida iba a ser un calvario, con el impulso con el que se manifestaba, la vitalidad de su carácter y la creencia de que la mujer no tenía por qué aguantar comportamiento infiel de su marido, le pagó con la misma moneda, buscándose cuantos amantes fueron de su agrado. Al fin y al cabo era consciente de quién descendía, de los amoríos de su madre, y no iba a quedarse en su palacete todo el día esperando que llegara el duque oliendo a perfume femenino cuando no a alcohol y con halitosis. De esos amantes, el más constante fue un conde italiano, el aviador Gustavo Brunetta, y un vividor, el también conde, Jorge Jametel, francés, que venía a ser un caradura como Antonio de Orleans. Pero la Infanta se lo pasaba bien, carecía de escrúpulos morales dadas sus circunstancias y no parecía importarle el escándalo que su presencia causaba en la Corte. La calle estaba al corriente de su infortunio como esposa y de sus correrías fuera del hogar. Entre los nidos de amor que se le conocían estaba un palacete sito en la población abulense de Navas del Marqués, provincia que frecuentaba sobre todo en vacaciones, huyendo de la solanera de los Madriles.

Era doña Eulalia una dama de extraordinaria cultura, que hablaba varias lenguas europeas y viajaba constantemente más por su ánimo de conocer paisajes y gentes distintas y aprender de ello, que de disfrutar simplemente. Trataba con los monarcas entonces reinantes, finales del siglo XIX, con la aristocracia más conocida, desde Napoleón III a Eugenia de Montijo, sintiéndose muy complacida al conversar con intelectuales de la talla de Anatole France y D´Annunzio, escritores de los que era devota lectora. Con esos mimbres ya podía ser comparada con otras descendientes de Reyes, que no la alcanzaban en saberes. Escribió su primer libro, "Au fil de la vie", considerado inmoral y escandaloso en España, por lo que su sobrino, Alfonso XIII prohibió su distribución en nuestro país. ¿Y qué era lo que escandalizaba presuntamente aquel volumen de la Infanta? Significada como feminista, lo que en aquella época resultaba, por lo menos entre nosotros, un peligro, escribía sobre las costumbres que imperaban en otros países, en tanto objetaba el retraso cultural, de pensamiento, que presidía la vida española. Hacía hincapié en los derechos de la mujer y en concreto que no tenía por qué estar sujeta a los designios del marido, infravalorada, humillada y sin ocasión de valerse por sí misma, trabajando. Si a estas alturas del tiempo, las feministas vienen reclamando buena parte todavía de sus derechos, figúrense lo que suponía aquel libro de doña Eulalia de Borbón. Que continuó publicando otros, uno de ellos, el de sus memorias.

Tuvo en alguna época doña Eulalia dificultades para vivir en España: desde la prohibición que por un tiempo dictó el Rey contra ella, amén de otras de carácter económico. Apenas si tenía dinero suficiente para vivir con modestia en su apartamento parisino. En Madrid, cuando pudo volver, aunque entre los monárquicos se la tildara de "oveja negra de la familia" y de "Infanta republicana", pudo recobrar dignamente su nombre y hasta el general Franco, Jefe del Estado, la visitó en su residencia, ayudándola al menos al proporcionarle un automóvil con chófer "de por vida". Y eso que en sus escritos o correspondencia epistolar nunca mostró simpatías por el autollamado Generalísimo, en la creencia de que su sobrino-nieto, don Juan, Conde de Barcelona, era el destinado a ocupar el Trono de España. Las visitas que de vez en cuando le hacía don Juanito, hijo del anterior y luego proclamado como don Juan Carlos I, le producían gran satisfacción, el reencuentro con sus raíces dinásticas.

Luchadora siempre por la independencia femenina, sencilla en el fondo de su complicada personalidad, a pesar de su controvertida existencia amorosa, vivió la última etapa de su vida pendiente de sus hijos, aunque uno de ellos, Luis Fernando (no así el otro, Alfonso) le proporcionó serios disgustos por sus depravados pasos, injustificables en quien descendía de una familia regia. Buscó un lugar para reposar de su activo pasado, ya sin ganas de viajar tanto, hallándolo en San Sebastián, donde encontró una villa en el Monte Igueldo, desde donde se contemplan unas maravillosas vistas de la Bella Easo, que quien esto escribe echa de menos de los tiempos en los que informaba del festival cinematográfico donostiarra. Luego, doña Eulalia marchó a la cercana ciudad de Irún, donde también disfrutó de otra tranquila vivienda. Allí le llegó la muerte el 8 de marzo de 1958.

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