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Chicho Ibáñez Serrador: una vida de éxito, ruina y decepciones amorosas

Chicho, Goya de Honor, ha tenido una trayectoria de incontestable y visionario éxito, pero ha resultado desigual en su vida amorosa.

Chicho, Goya de Honor, ha tenido una trayectoria de incontestable y visionario éxito, pero ha resultado desigual en su vida amorosa.
Chicho Ibáñez Serrador | Gtres

A Narciso (Chicho) Ibáñez Serrador le han entregado días atrás un Goya de Honor, por las dos películas que escribió y dirigió. Su obra televisiva ya mereció tiempo atrás varios honores oficiales. En la presente ocasión la Academia de Cine atendió las dificultades del homenajeado para trasladarse a Sevilla el próximo 2 de febrero, fecha en la que tendrá lugar este año el evento anual de los premios de nuestra cinematografía. Sabido es que desde hace unos quince años más o menos, pues no podemos precisarlo, padece una enfermedad degenerativa que lo tiene en silla de ruedas. Así lo contemplé, sorprendido, cierta noche en el restaurante del Casino de Juego de Madrid. Aún no se había hecho pública esa circunstancia. Lo saludé, evitando preguntarle el por qué de su estado. No me atreví, por pudor, por respeto. Y por ello, y en recuerdo del trato excelente que recibí de él cuantas veces lo entrevisté o compartí sus comidas, cada vez que anunciaba una temporada más de Un, dos, tres..., preferí no escribir nada al respecto.

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Chicho, premiado con el Goya de Honor | Archivo

La vida de Chicho (no hace falta añadir sus apellidos para identificarlo) tiene todos los ingredientes para una gruesa novela. O una biografía extensísima. Nació el 4 de julio de 1935 en Montevideo, capital de Uruguay. Sus padres, argentinos de origen español, parece que anticipadamente quisieron evitarle a su único descendiente que llegado el día de cumplir el servicio militar se viera exonerado. Sencillamente porque en ese país no era, no lo es tampoco ahora quizás, no lo sé, obligatorio. Separado el matrimonio, Chicho vivió su infancia y adolescencia junto a Pepita Serrador, su madre, eminente actriz y escritora. Sus primeros años de vida fueron dolorosos a causa, primero, de una bronconeumonía, que derivó en asma y luego padeció púrpura hemorrágica, rara enfermedad: cualquier golpe que sufriera podía llevarlo al otro mundo. En consecuencia apenas podía moverse. Desde la cama, sentado en algún lugar de su casa, leía a todas horas y con la imaginación, al no poder caminar, "se desplazaba" por lejanos lugares. Cuando pudo, de joven, visitó un montón de países, sobre todo los del Lejano Oriente. A los dieciséis años emprendió un viaje por Egipto, en pos de una muchacha de la que se había enamorado en uno de sus primeros viajes a España, en Mallorca. Se desilusionó pronto. Como apenas tenía dinero tuvo que trabajar de camarero, luego se convirtió en ocasional fotógrafo de prensa, se trasladó a tierras africanas y en Tánger se dedicaba a vender material pornográfico, no sin antes pasar contrabando desde Alejandría al Pireo. Si de jovencito era muy tímido, para ir sobreviviendo, acabó siendo muy audaz, lógica reacción de cuantos se enfrentan al ser introvertidos.

Fue después, al regresar a Buenos Aires, cuando inició su carrera de actor en la compañía de su madre, y luego la de escritor teatral recurriendo a un seudónimo: el de Luis Peñafiel. Nos saltamos cuanto le sucedería en el mundo de la escena, la televisión y la literatura. Gracias a su enorme talento, se convirtió en millonario en un par de ocasiones, las mismas en las que también se arruinó. Nunca le dio Chicho demasiada importancia al dinero. Estuvo siempre muy cercano a sus padres, aun divorciados. Y si se inició artísticamente al lado de su madre, también lo hizo más tarde junto a su padre, el gran Narciso Ibáñez Menta, maestro de las caracterizaciones. Durante una travesía marítima desde España a la Argentina el barco hizo escala en Río de Janeiro: unas horas que Chicho invirtió en acudir a la proyección de una película de ciencia-ficción, Planeta desconocido. En la cola hacia la taquilla conoció a una hermosa mujer. El diálogo fue breve. Le impactó su belleza. A la salida del local no pudo encontrarla. Pasaron años y un día se entera de que aquella linda fémina había sido elegida Miss Argentina. Adriana Gardiazábal era su nombre. La buscó, dio con ella, salieron juntos... y se enamoraron, casándose muy pronto, el 8 de febrero de 1962. Primeros meses felices. Y la decepción: Chicho quería tener hijos; ella, no. Terminaron divorciándose.

Un año después Chicho viajaría con su madre a Madrid, donde estrenó su comedia Aprobado en inocencia (tuvo que bregar con la censura, que no le autorizó su título original, Aprobado en castidad) . Recuerdo una representación en el teatro Lara. Pero su faceta de actor nunca le gustó y terminó siendo el brillante autor de guiones en Televisión Española, y director de los mismos; argumentos de terror, ciencia-ficción, que muchos millones de españoles aun, siquiera vagamente, han de recordarlos. Y luego, a partir de 1971, su archipopular concurso Un, dos, tres... responda otra vez. Que se emitió varias temporadas, no todas seguidas, pero sí con éxito, salvo en la última etapa, cuando ya no obtuvo las mismas audiencias. Era natural: ya existía la competencia de las cadenas privadas.

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Chicho, con su esposa e hijo | Gtres

Estaba Chicho en la cresta de la popularidad... pero le faltaba una mujer al lado. Pareció encontrar a su media naranja, la excelente actriz Susana Canales, viuda del galán de la posguerra Julio Peña. Formaron compañía teatral propia, con la obra de Chicho El agujerito. Pero la pareja terminó separándose amistosamente. Él continuaba con su idea de ser padre algún día. Lo logró doblemente en 1974, al enamorarse de una de las azafatas de su programa, la venezolana de origen holandés Diana Nauta. Alejandro y Pepa fueron el fruto de su convivencia. Que se truncó quince años después.

En los últimos tiempos, ya entrado el nuevo siglo, Chicho siguió trabajando con denuedo, como siempre. Gruñón, muy exigente desde su cabina; encantador fuera del estudio. Con su gran capacidad de fabulación, su gran cultura, sus muchos y variados conocimientos, con un afán de curiosidad, que es lo que hace a los hombres siempre jóvenes. El día que le pregunté si se había sometido en alguna ocasión a una prueba del "test" de inteligencia, me respondió afirmativamente: le puntuaron con ciento ochenta y dos sobre un máximo de doscientos diez. Pero los tiempos ya eran otros, las televisiones tenían otras exigencias y Chicho hubo de ganarse la vida en cadenas extranjeras. La terrible enfermedad degenerativa acabó por impedirle llevar a cabo otros proyectos, de los muchos que ha ido transfiriendo a su hijo Alejandro, con la productora que tienen. Contaba Mayra Gómez Kemp que Chicho no quería recibir a nadie en su casa, postrado en la cama, decaído, presa de una depresión.

Los homenajes con que ha sido distinguido en las últimas calendas han servido para que sigamos recordándolo. El último amor que le conocí fue el de otra azafata de Un, dos, tres..., Lorena Martínez, que trabajó en unos sketches también con el humorista Manolo Royo. Pero ya, en el declinar de su vida, Chicho, más que un amor, probablemente necesitaba más un alma caritativa que lo cuidara, atendiendo sus brotes comprensibles de malhumor e impotencia. Hay que situarse en su caso: el de un hombre hiperactivo, condenado a ir perdiendo su gran creatividad. Ya es mala suerte que en la infancia arrastrara dolores y luego asimismo en la vejez. Chicho Ibáñez Serrador pasa a la historia de la televisión, y en menor medida del cine, por su escasa producción en este caso, como un genio que contribuyó a divertir, emocionar a millones de españoles con su valiosísima obra.

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