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Las mujeres que siguen llorando a Carlos Cano

Carlos Cano tenía 54 años cuando su corazón no pudo más. 20 años después sigue siendo recordado.

Carlos Cano tenía 54 años cuando su corazón no pudo más. 20 años después sigue siendo recordado.
Amaranta y Paloma en un homenaje a Carlos Cano. | Gtres

El 19 de diciembre del año 2000 se detuvo para siempre el corazón de Carlos Cano. Un corazón ya herido desde hacía tiempo cuando fue operado en Nueva York, a vida o muerte. Sobrevivió cinco años cantándonos coplas y baladas. Hasta que en la mañana de esas vísperas de invierno, hace ahora dos decenios, volando desde el aeropuerto madrileño de Barajas hasta su Granada del alma, aterrizó ya casi sin vida. Trasladado urgentemente a un hospital, intervenido de nuevo, aguantó tres semanas hasta que la dama de la guadaña le asestó el golpe definitivo. Tenía cincuenta y cuatro años, a punto de cumplir uno más, días después. Su obra musical no se ha olvidado. Aunque algunos de sus deudos hayan pleiteado, creyéndose engañados respecto a ciertos beneficios económicos. Y las dos mujeres que amó, lo lloran todavía, junto a los tres hijos que tuvo el cantautor de esas uniones.

Un doble álbum, "¡Viva Carlos Cano!" ha aparecido estos días previos al vigésimo aniversario de su fallecimiento. Recopilatorio de sus mejores canciones y algunas novedades, con la voz doliente del granadino unida por mor de las técnicas discográficas, con las de Estrella Morente, Pastora Vega, Miguel Poveda, su propio hijo Pablo y Rozalén. Un librito denso acompaña esas grabaciones con un resumen de la vida de Carlos Cano.

Vida dura, con capítulos tristes, que se abrió al mundo en Granada el 28 de enero de 1946, en un hogar roto. José Carlos Cano Fernández era muy niño cuando su padre, dado a la bebida, se fue de casa y no volvió. El niño se criaría junto a su madre en casa de unos abuelos. Pasaban muchas necesidades. Ya en su juventud, el futuro intérprete tuvo que ganarse la vida fuera de España, "currelando" como un emigrante más por distintas capitales europeas, donde ejerció los trabajos habituales en su caso, el más corriente fregando platos en restaurantes. Llevaba dentro de sí algunos cantares de la tierra. Fue componiendo los suyos propios, como aquella murga que se haría popular. En París, ante un auditorio estudiantil, se probó como cantante. Y al regresar a Granada definitivamente fue miembro de un grupo de poetas contestatarios frente al régimen todavía imperante. Dado que su biografía artística es harto conocida, la eludimos para contarles otros aspectos personales.

Como quiera que ya era un cantautor de prestigio, que había renovado, impulsado la adormecida copla española y hacía tiempo que resolvió la situación económica y la de los suyos, leyó estupefacto un reportaje en Diez Minutos en el que un tipo muy avejentado, con aspecto de mendigo, decía ser padre de Carlos Cano e imploraba su perdón y ayuda. No nos consta que éste le hiciera caso. No estaba cerrada la herida del pasado cuando el progenitor abandonó a su familia. Un dolor que acaso lo acusó en su carácter, tantas veces melancólico por mucho que quisiera ocultarlo entre sus amigos. Uno de ellos, el periodista de Granada Hoy Andrés Cárdenas, lo consideraba, últimamente, de acuerdo asimismo con una lista de ilustres granadinos, un "malafollá", expresión de sus paisanos que, para los que no lo son puede parecerles, como mínimo una palabrota. Se acentúa en ella la falta de empatía con los demás, las salidas de tono de alguien bronco. Según ese colega nuestro, Carlos Cano presumía de ejercer de ello con los desconocidos. Le hicimos una larga entrevista de hora y media, que guardamos grabada, y recuerdo, en aquel apartamento suyo del madrileño paseo de Onésimo Redondo, que apenas esbozó una sonrisa, manteniéndose algo adusto; desde luego sin romper con la cortesía. Pero a su vuelta de Nueva York, con su corazón restablecido, volví a saludarlo, esta vez en un acto en su honor en la sede de la SGAE, y no me prestó ni dos segundos, tras saludarnos. Un cantante de masas, pero que parecía huir de compromisos sociales, conversaciones corrientes con quien no era de su círculo privado, tímido desde luego e introvertido tantas veces cuando no era de su interés el interlocutor que tenía en frente. Quizás las huellas de su infancia desprotegida y de su amarga juventud.

En amores parece que buscaba en ellas la protección de todo hombre desvalido. Hizo todo lo posible para comprenderlo y quererlo la valenciana Alicia Sánchez, con quien tuvo dos hijas, Paloma y Amaranta, que él tanto quiso. Alicia patrocinaba una asociación de niños saharauis enfermos. Carlos también se había significado por los afectados ciudadanos del Sáhara. Rota aquella unión se emparejó con la sevillana Eva Sánchez, que le dio un hijo, Pablo, cantante en la actualidad. Considerándose su única viuda, y legalmente puede entenderse así aunque Alicia Sánchez llevara su dolor también, Eva inició un proceso judicial contra el abogado de su esposo muerto. Éste, José María Rosales, prestigioso jurista de intachable carrera, se defendió de las acusaciones de la familia de Carlos Cano, aduciendo que era amigo de éste y que como administrador de sus bienes jamás se apropió de un euro que no fuera suyo. Siete años transcurridos después de la demanda, el abogado resolvió generosamente el asunto, quedando claro que nunca se aprovechó de los 480.000 euros que le reclamaban. Demostró que había pagado deudas del cantante y que éste no tenía el dinero que creían Eva y sus hijas: Carlos Cano casi se arruinó pagando la grabación del disco que más apreciaba entre los suyos : "El diván del Tamarit". Inversión que no recuperó tras las escasas ventas, aunque buenas críticas. Álbum de absoluta inspiración lorquiana.

En una palabra, si nuestras pesquisas informativas no nos traicionan: Carlos Cano, pese a su popularidad, no llegó a atesorar una fortuna al morir afectado por un aneurisma, enfermedad de la que ya había fallecido su madre y luego un hermano. Nunca se comportó como un ser avaricioso aunque le pagaran muy bien sus actuaciones. Si invirtió en algunas propiedades es algo que ignoramos. En cambio hemos sabido que fue su última familia, la de su segunda mujer, Eva, quien determinó que Carlos fuera operado por primera vez del corazón en el hospital Monte Sinaí, de Nueva York, cargando en principio con los gastos en el traslado, estancia y los propios de la intervención, sin aceptar que en España podía ser operado con los mismos protocolos, riesgo y posibilidad de éxito. Pues, bien: ya de regreso a Granada, Eva solicitó del Servicio Andaluz de la Salud alrededor de veinte millones de pesetas, cantidad estimada que supuso aquel viaje neoyorquino; demanda que parece no fue estimada. No creemos que Carlos Cano tomara parte en ella y si se enteró, probablemente estaría en desacuerdo, dada su probada honradez. Siempre fue así, lo mismo que se preocupó en ayudar a los necesitados que creyó ser objeto de su generosidad. Porque Carlos Cano tenía un corazón muy grande. Pero se le rompió…

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