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Rosa Belmonte

La anchura de un biquini

La barra de equilibrios es un magnífico elemento para la metáfora. Que se lo digan a Simone Biles.

La barra de equilibrios es un magnífico elemento para la metáfora. Que se lo digan a Simone Biles.
Simone Biles. | Cordon Press

Ha pasado una semana, hemos dicho todas las tonterías posibles sobre Simone Biles y la americana ha acabado los Juegos sobre la barra de equilibrios. Bueno, clavando el ejercicio en el suelo. Si doble-doble. Pero con una sonrisa. Con la medalla de bronce y el oro en nuestros corazones. Esto es broma, claro. Aunque peor es que Simone Biles ha recuperado el equilibrio en la barra. La barra de equilibrios es un magnífico elemento para la metáfora. Para la palabrería. Para el simbolismo. Una altura de 125 centímetros, una longitud de 500 centímetros y una anchura de diez centímetros. Justo lo máximo que debe tener un biquini de balonmano playa (el lado ancho debe ser de un máximo de diez centímetros; en el vóley playa, se reducía a seis centímetros). Una prenda de mujer, un aparato de mujer.

Mi instituto era femenino y en el gimnasio había una barra de equilibrios. ¿A quién demonios se le ocurriría? En el fondo, me alegro de semejante exigencia casi soviética. Entonces no se decía esa melonada de salir de la zona de confort, pero vaya si te hacían salir. La barra de los demonios entraba en el examen. Siempre se me ha dado mejor la gimnasia que las matemáticas, pero a la barra se le tenía respeto. Y tenía la impresión de que eso servía más para la vida que otras asignaturas. No sé, lo mismo tenía que huir por una cornisa, por un poyete diminuto, como en las películas. Subir la cuerda era una tontería, como saltar el plinto, aunque ahora no sería capaz. Hace unos años fui a una clase de ‘pole dance’ para escribir sobre ello y fue muy ridículo, fui muy ridícula (sobre todo viendo las amas de casa con brazacos que subían como ardillas y se movían como en Showgirls). Por no recordar que nunca he tenido más agujetas en las extremidades superiores desde esa clase.

La barra, ya digo, entraba en el examen. Ni siquiera me acuerdo cómo teníamos que subirnos. Encaramarnos, más bien. Claro que no como las gimnastas. Pero una vez arriba y de pie había que andar de puntillas y hacer un par de equilibrios inclinadas hacia delante. Con una pierna y con la otra. ¡Más alta la pierna de atrás! ¡Más alta! Una pensaba que iba a esclafar la nariz contra la barra. Y luego había otro ejercicio que consistía en ponernos en cuclillas con una sola pierna y dejar la otra por debajo de la barra. Con una pierna y con la otra. Un aprendizaje como cualquier otro. Todo vale. Todo cuenta. Todo se acumula. Pero, mira, no me sirve para entender a Simone Biles. Ni falta que hace. Teníamos que estar ahí arriba y no caernos. Y si nos caíamos, volver a subir. Como la vida. Violines.

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