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La dramática vida familiar de Gracita Morales, que murió a los 66 estafada por unas monjas

Aunque no murió arruinada, Gracita Morales tuvo un amargo final que incluyó una inesperada estafa.

Aunque no murió arruinada, Gracita Morales tuvo un amargo final que incluyó una inesperada estafa.
Gracita Morales y Antonio Ozores | Archivo

Se emiten a menudo por las televisiones películas donde aparece como coprotagonista Gracita Morales, con frecuencia junto a José Luís López Vázquez y otros cómicos populares: Pajares y Esteso, Juanito Navarro, Antonio Ozores...Comedietas divertidas para públicos poco exigentes, que sólo quieren pasar un buen rato. "Cine de barrio" programa al año bastantes de esas cintas, entre las cien que la llamada "chacha del cine español" reunió en su filmografía: Atraco a las tres, Sor Citröen, Operación Mata-Hari, ¡Cómo está el servicio!, Los palomos… Ganó mucho dinero. E hizo ganar millones a las productoras. Su final, sin embargo, fue amargo. Había tenido una adolescencia familiar difícil. Fracasó en su matrimonio. Y aunque no fue cierto que muriera arruinada, según una sobrina, ésta confesó que a su tía la estafaron unas monjitas. Como lo leen.

María Gracia Morales Carvajal era madrileña, nacida el 9 de noviembre de 1928, quien en principio quiso ser bailarina, matriculándose en una escuela de danza. Pero sus sueños de llegar a ser "una Pavlova" se esfumaron cuando el patrimonio de la familia se fue al garete, por culpa de su padre, don José, al que le dominaba su pasión por el juego. La madre de la futura actriz, doña Ana, había heredado una fortuna, procedente de unas minas de carbón en Puertollano. También propietaria del conocido teatro Calderón madrileño. Los naipes que con asiduidad manejaba el señor Morales le jugaron, nunca mejor dicho, una mala pasada. Y aquellas propiedades de su mujer, se esfumaron. Vivían en un piso superior de ese coliseo, con sus cuatro hijos, dos de los cuales, tal vez por esa afinidad con el mundillo escénico, se convirtieron en actores, ambos por cierto en su faceta cómica: Pepito y Gracita. Ésta desarrolló siempre una vena humorística caracterizada sobre todo por su voz atiplada. Podría creerse que la manipulaba a su antojo para sus papeles de actriz, pero no: en su vida particular hablaba también así. Conseguía, en sus actuaciones teatrales, una irresistible comunión con el público, que con sólo oírla, prorrumpía en risotadas y aplausos.

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En ¡Cómo está el servicio! | Archivo

Lo que comenzó siendo una necesidad para poder ganarse la vida después de la ruina familiar, fue para Gracita Morales el trampolín que la situó entre las más populares cómicas del país. Porque salvo algún melodrama, ella siempre rodó películas e interpretó obras teatrales bajo el prisma del humor, en bastantes ocasiones envuelto con dosis de ternura e ingenuidad.

Si bien triunfó como actriz, fracasó rotundamente en su matrimonio con el pintor canario Martín Zerolo, a quien conoció durante una gira teatral por las Canarias, en 1952. De aquel primer encuentro en Tenerife surgió entre ambos una correspondencia sentimental culminada en boda en 1960, tras largas separaciones dada la distancia física que se interponía en su noviazgo, casi por carta o teléfono. Una pareja que, instalada ya en Madrid, pasó por etapas de enfados y ausencias: Gracita trabajaba continuamente, viajaba por imposición de sus rodajes y giras teatrales, y el pintor se cansó y la engañó con otras mujeres. Aquel infierno desembocó en su separación definitiva después de ocho años de vida en común. El corolario sería el divorcio, ya en 1981, porque Zerolo (tío por cierto del político socialista, ya fallecido, impulsor de la comunidad gay, el movimiento LGTBI, con plaza rotulada a su nombre a espaldas de la Gran Vía madrileña), instó a Gracita a que aceptara ello, pues él deseaba matrimoniar de nuevo. A Gracita ya le daba casi igual todo. Había sido muy infeliz con su marido, no alcanzó a ser madre. Y al sentirse separada, tan sola, comenzó a padecer una persistente depresión que le afectaría muchísimo en su relación con sus compañeros de rodaje o del teatro.

Siendo sus mejores años, la década de los 60, después de su ruptura matrimonial sufría accesos de celos cuando contemplaba en sus películas a mujeres guapas. La tomaba con ellas, con actores que le caían mal, con directores que terminaron por no tenerla más a sus órdenes. Caprichosa, despótica, intratable, con la salud mental deteriorada, fue internada en clínicas psiquiátricas en diferentes ocasiones. Hasta se cortó las venas un par de veces, según contaba su sobrina, la actriz Ana Carvajal; intentos de suicidio que la familia ocultó, obviamente, a la prensa y ningún periodista se enteró, por otra parte.

La mencionada sobrina, según escribía el periodista Luís Fernando Romo en las páginas de La Otra Crónica del diario El Mundo hace tiempo, confirmó que su tía Gracita había sido víctima, o no, vayan ustedes a saber, de una orden religiosa, a cuyo nombre según acta notarial, quedó registrado un piso céntrico en Madrid, propiedad de la actriz, y asimismo los derechos que devengaban sus películas cuando se programaban en televisión o en los cines de reestreno. La citada Ana Carvajal se consideraba la única heredera de los bienes de Gracita Morales, que al parecer eran de cierta importancia. A nosotros se nos ocurre que, aun dada la fragilidad mental que la cómica atravesaba ¿no pudo en momentos de lucidez ser ella misma quien generosamente donara a las monjitas aquella vivienda y sus derechos de imagen? Desde luego no ponemos en duda tampoco lo dicho por su sobrina. Quede claro la buena voluntad que sostenemos en este escrito.

Lo que no es interpretación nuestra sino realidad es que en 1980, después de tres años de completa inactividad artística porque nadie la contrataba ya, culpa de su controvertido carácter, y a merced de los médicos, tomando pastillas continuamente para paliar sus depresiones, la vida de Gracita Morales ya fue cuesta abajo, olvidada por los productores teatrales y cinematográficos, lo que acentuaba cada vez más su soledad. A finales de la citada década y principios de la siguiente, consiguió representar algunas piezas teatrales de Alfonso Paso, y de Juan José Alonso Millán, que le proporcionó un par de comedias. Mas era ya el canto del cisne. Su adiós artístico se produjo en 1994, cuando apareció en uno de los capítulos de la serie Los ladrones van a la oficina, en cuyo plantel estaban Fernando Fernán-Gómez y José Luís López Vázquez.

Gracita Morales se refugió en su apartamento del centro de Madrid. Allí, donde se dice, era atendida por las monjitas antedichas. La muerte le sobrevino el 3 de abril de 1995 a causa de una insuficiencia respiratoria. Fue enterrada en el cementerio del barrio madrileño de Carabanchel. Ella ya es historia como una de las más populares cómicas del cine español.

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