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Gina Lollobrigida era ardiente, apasionada y posesiva con sus amantes

La fallecida Gina Lollobrigida fue una mujer de mirada penetrante y fogosa como pocas.

La fallecida Gina Lollobrigida fue una mujer de mirada penetrante y fogosa como pocas.
Gina Lollobrígida. | Cordon Press

"De adolescente, yo jugaba en la calle con chicos de mi edad. Ya me gustaban algunos". La confesión de Gina Lollobrígida, en principio ingenua, me puso en guardia. La escuché también esto: "Yo he sido siempre una mujer alegre, enamorada. Amo la vida, tengo grandes ilusiones".

Miraba Gina como pocas otras actrices. Fijaba sus ojos en los de su interlocutor. Tuvo en su larga vida muchos pretendientes y amantes. Aunque de su lejano pasado nada trascendió en ese aspecto. Sólo hasta que se casó con el médico yugoslavo Milko Scofic en 1949, cuando ya Gina comenzaba, poco a poco, a ser una gran promesa del cine italiano. Muy guapa, con un cuerpo de escándalo. Y su fotogenia, tan necesaria para una estrella cinematográfica. Ante las cámaras, hay que saber mirar. Y Gina ¡miraba como muy pocas, como si te taladrara! No pudo resistirse el doctor y a poco de conocerse en una sierra italiana ya le estaba proponiendo matrimonio. Pero la artista estaba comprometida con el rodaje de la película Campane a martello, de Luigi Zampa, su cuarta aparición cinematográfica, y hubieron de retrasar el enlace. Por cierto, celebrado en la misma sierra donde se enamoraron, vestidos de manera informal, él con ropa de "sport", invernal, y ella embutida en un chaquetón de piel blanca. Ambos, desde luego, con botas de esquiar. Los montañeros que identificaron a la pareja les hicieron un pasillo cuando ambos se deslizaban por la blanca pista de la estación.

¿Por qué fracasaron, de quién fue la culpa? No del cha-cha-chá como cantaba Julio Urrutia, sino de los dos, como me confió la propia esposa: "Estas cosas no se sabe nunca por qué suceden, de quién es o no el culpable. Además, no quiero hablar del asunto". Disimulé, pero entre otras razones, los celos se entrometieron en la pareja. El doctor no estaba acostumbrado a la vida de las estrellas de cine. Su mujer estaba en el camino de serlo. Se ausentaba de casa para ir a una fiesta, a un estreno, a cualquier compromiso. Y los viajes fuera de Roma. En cambio el doctor iba todos los días a su clínica y no conocía otras variantes en su conducta diaria. Lo que sí hicieron fue mantener la apariencia de que se llevaban muy bien para que su hijo Milketto, nacido en julio de 1957, estudiante en un internado suizo, no se enterara de la verdad. Y aquellas desavenencias se hicieron muy evidentes en 1961. Y cuando se divorciaron, el juez que dictó la sentencia declaró que la madre era quien tenía que hacerse cargo del chico. Con las vidas que ambos llevaban no era fácil mantener regularmente su unión. Y el doctor, que era muy atractivo, contribuyó a que esa ruptura fuera definitiva: engañó a la actriz con algunas de sus pacientes, incluso amigas de Gina, lo a esta le sentó, como suele decirse, "a cuerno quemado". Pero es que "la Lollo" tampoco era una ursulina.

Tres años después de casada Gina se fue a París a rodar Fanfán la Tulipe con el actor más famoso de Francia y además, guapo a rabiar: Gérard Philippe. Y acabaron la película completamente enamorados. Era el año 1959, no estaba bien visto en la sociedad de entonces ni en la prensa que se contaran infidelidades de conocidos personajes. Además, ambos llevaron su idilio con absoluta discreción. A Gina le preocupaba si esos rumores llegaban a oídos de su marido en la clínica romana donde trabajaba. Pasados más de veinte años, ya divorciada, Gina me decía que Gérard era un hombre extraordinario: si como actor lo admiraba, como hombre le llegó a lo más profundo de su corazón. Y ya no se volvieron a ver más cuando terminaron aquella divertida película.

Habían pasado ya siete años de aquel amor turbulento. Y Gina conoció en Madrid a Tyrone Power, al coincidir en Salomón y la Reina de Saba. El flechazo entre ambos protagonistas no tardó en producirse a poco de su primer encuentro. Al pedirle a ella que rememorara aquella íntima relación, no pudo evitar una lágrima, como la que un poco antes también había brotado de sus bonitos ojos, recordando a aquellos dos hombres que la amaron con pasión. "Tyrone era una maravilla también. Sensible, bravo… Una noche, serían las tres de la madrugada, sonó el teléfono de la habitación que yo ocupaba. ¿Quién será a estas horas?, me dije, toda intrigada. Era él. "Gina, discúlpame, pero es que no consigo conciliar el sueño… Debo confesarte que me siento muy contento al trabajar contigo". Colgó entonces el actor americano el teléfono y ella le agradeció aquel cumplido, a pesar de haberla despertado. "La actitud de Ty no era frecuente en alguien de su categoría. Pero es que era todo un caballero, un señor d categoría, lleno de sensibilidad".

Gina, dispuesta a contarme algo que nunca confesó a periodista alguno, me reveló: "En una pausa del rodaje me confió que la coraza que llevaba por su papel de Salomón no lo dejaba apenas respirar. Yo estaba muy preocupada por esto. Él trató de aliviarme: "No te preocupes por mí. Lo mío ya está decidido. Sé que voy a durar muy poco". Tenía el presentimiento de una muerte cercana. La última vez que nos vimos él estaba sentado en su "roulotte", en los estudios madrileños Sevilla Films. Me lanzó un saludo con la mano, muy cariñoso, muy expresivo, como si fuera un "¡hasta siempre!" Y así fue porque, tan sólo diez minutos después, caía al suelo desplomado, muerto".

Trasladado urgentemente a una clínica certificaron la causa de su muerte: una angina de pecho. Y al saberse, corrió un desdichado chiste que de boca en boca se divulgó en seguida, con ese negro humor celtibérico que nos retrata: "¿Sabéis que Tyrone Power ha muerto de angina de pecho?" Y otro: "No, ha sido en el pecho de una Gina".

Hablando con ella acerca de cómo nos juzgaba a los españoles desde el punto de vista amatorio, respondió: "Muy fogosos, pero en cuanto se les pasa el momento, olvidan a las mujeres". No insistí de qué manera eran sus compatriotas pues harto sabido es que en ese terreno comentado nos ganan por goleada. O al menos, antes. El caso es que como ella vino a España en distintas ocasiones y se manifestó entusiasta del flamenco, tuvo oportunidad de conocer a dos geniales bailarines. Uno, Antonio Gades. No perdió el alicantino la oportunidad de encamarse con Gina, que estaba fascinada por tenerlo a su lado. En otra temporada suspiró por el arte de El Güito, un gitano que llevaba el baile dentro de su cuerpo menudo. Y con él tuvo la italiana algo más que un roce.

La prensa rosa reflejó la amistad que había nacido entre el famoso entonces doctor Barnard, pionero en los trasplantes de corazón, y la actriz italiana. Se dijo que ella le escribía cartas inflamadas de deseo a la clínica de Ciudad del Cabo, donde él residía. Gina no quiso decirme si habían llegado a tener encuentros íntimos; simplemente, anoté esta respuesta: "No quiero hablar de él. Se aprovechó de mí publicitariamente". También se publicó que salía con un príncipe árabe, Khalid Ibn Saoud, hijo del Rey de Arabia Saudí. "Amigos, sólo fuímos amigos, que ustedes los periodistas todo lo enredan". Y como no es cuestión de sospechar de otros muchos acompañantes que iban como las moscas a un panal de rica miel, cortemos aquí esa presunta larga lista de más hombres que pasaron por la vida de Gina Lollobrígida, el penúltimo de todos ese joven empresario catalán que la embaucó en un embrollo, del que la actriz pudo salir sin necesidad de abogado alguno acerca de un supuesto matrimonio civil, por poderes, gracias a la intervención directa del Papa Francisco, que declaró invalidada esa extraña unión.

El final de Gina Lollobrígida a su avanzada edad ya ha sido en la soledad de su casa romana de la Vía Appia, distante de su hijo que la acusaba de malgastar su herencia y de servirse de una especie de mayordomo o valido que, al parecer, se aprovechaba de la caja de caudales de la actriz. Ésta, en los últimos meses pretendía encabezar un movimiento político; delirante propósito de quien nunca se había interesado por ello. Una manera de continuar como en sus viejos tiempos en eso que un castizo diría "estar en la pomada" y una conocida mía, Miss España, que dejó para la posteridad aquello de "seguir en el candelabro".

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