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Las cenizas de Jaime Ostos que ahora se disputan sus hijos

Se cumple un año de la muerte de Jaime Ostos y no se ha resuelto el problema de sus cenizas.

Se cumple un año de la muerte de Jaime Ostos y no se ha resuelto el problema de sus cenizas.
Jaime Ostos en 1999 | EFE

Se ha cumplido un año de la muerte de Jaime Ostos. El torero astigitano se encontraba de vacaciones en Bogotá con su esposa, la neumóloga María de los Ángeles Grajal, disfrutando de su mayor afición en la feria taurina de Manizales, celebrando el Año Nuevo en Cartagena de Indias y con ganas de divertirse a sus noventa años de vida, a tres meses de cumplir uno más. La noche antes de su óbito estuvo bailando con su mujer, ajeno a lo que le sucedería en la madrugada, cuando descansaban en la habitación de un hotel de Bogotá y un infarto lo llevó al otro mundo. Era el 8 de enero de 2022. Con buen criterio, su viuda, para evitar problemas en el traslado del cadáver a España, tomó la decisión de que los restos mortales de Jaime fueran incinerados: así los trajo a nuestro país con el columbario sostenido entre su pecho nada más descender del avión en el aeropuerto de Barajas. Imagen patética que mostraba el infinito dolor en el rostro de María de los Ángeles. Los cuatro hijos del torero la esperaban, compungidos. Son los mismos que ahora están enfrentados por esas cenizas, en poder de uno de ellos, Jacobo, que dice haber pagado tres mil euros en los trámites a los que hubo de hacer frente.

Jaime Ostos no hizo testamento. Un paso legal ante notario que muchos se resisten a ejercer en vida, tal vez por superstición, por miedo, por las razones que fueren. No se sabe qué patrimonio dejó al morir, especulándose que, sobre todo en tierras y propiedades inmobiliarias, el inventario podría ser importante. No se olvide que en las veinte temporadas que el ecijano se vistió de luces, hasta su retirada en 1974 (aunque luego, de corto, hizo el paseíllo muchas tardes en festivales benéficos) fue uno de los primeros en su escalafón de matadores. Muy valiente, con una gran técnica, dominio y estoqueador reconocidísimo, ganó bastante dinero. Eso sí: recibiendo a cambio muchas cornadas como aquella en el verano de 1963 en la plaza de toros de Tarazona de Aragón, donde llegaron a administrarle la Extremaunción, creyéndo que se moría. Y a punto estuvo. En el ocaso de su vida padeció una dolencia cardíaca y más tarde el terrible Covid. Se apoyaba en unas muletas (no de las de torear, precisamente) y hubo de permanecer en silla de ruedas algún tiempo. María de los Ángeles estaba pendiente de él. Éste, ante los micrófonos de Canal Sur manifestó que, dado que algunos de sus antepasados superaron los cien años, él también estaba convencido de que llegaría a centenario. Se fue recuperando y en los días que precedieron a su fallecimiento mantenía un aspecto saludable, dada su provecta edad.

Jaime Ostos Carmona fue siempre un seductor. De familia ganadera con buena posición social en Écija, se hizo torero contraviniendo los deseos de su padre para que estudiara una carrera. Por su apostura física y su profesión, llamaba la atención de las mujeres. Una de ellas, María Consuelo Alcalá: muy guapa, con trece años menos que Jaime, se convirtió en su esposa en 1960 ante la Virgen de la Macarena sevillana. A poco de casarse, según confesaría ella mucho después de separarse, él le propinó un terrible puñetazo. La maltrató durante los nueve años que nduró la convivencia, siempre siguiendo el relato de ella. Tuvieron dos hijos, Gabriela y Jaime.

A Jaime Ostos lo entrevisté en más de una ocasión; la primera en el lecho de una habitación en el hace largo tiempo desaparecido Sanatorio de Toreros, en la calle de Bocángel, a los pocos días de su casi mortal cogida en Tarazona de Aragón, como citábamos líneas atrás. Convaleciente, me atendió muy afable, dedicándome una fotografía, con una muy cuidada caligrafía. Era de los pocos toreros entonces que tenía estudios. Se le notaba. Con el tiempo, fue agriándose a veces su carácter, no conmigo desde luego, sí con reporteros que lo seguían cuando se descubrieron sus relaciones con una mujer casada, médico en Salamanca, María de los Ángeles Grajal, quien dejó a su marido, perteneciente a una rica estirpe ganadera de toros bravos, y se fue a vivir con Jaime. Se casaron en dos ocasiones. Porque en medio de ambas ceremonias mantuvieron muy fuertes disputas. Y es que Ostos no dejaba de seguir acostándose con Lita Trujillo, que fue su amante muchos años, él viviendo en la lujosa urbanización de ella en la exclusiva zona de La Moraleja, a las afueras de Madrid.

En una de esas broncas, ella lo dejó. La entrevisté en un apartamento que había alquilado en la Costa del Sol, entre Torremolinos y Marbella. Estaba con su hijo Jacobo, de pocos años, fruto de los primeros años de unión con Jaime. La doctora, siempre simpática, me contó sus miedos a que su ex apareciera de un momento a otro, cuando ya no quería saber nada de él. Pero seguían enamorados uno de la otra. Y ya Jaime rompió definitivamente con Lita Trujillo y cuando María de los Ángeles obtuvo la nulidad de su primer matrimonio con el ganadero salmantino pudo casarse por la Iglesia con Jaime Ostos, al que había dado una segunda oportunidad. Y ya no se separarían más, disfrutando de su hijo Jacobo. Jaime se había enemistado con los que tuvo con María Consuelo Alcalá, Gabriela y Jaime Jr., pero finalmente hicieron las paces, pese a las controversias que mantuvieron largo tiempo. Con quien nunca volvió a hablarse fue con su primera esposa quien, abogada; publicó un libro contando las desdichas de su matrimonio, poniendo como hoja de perejil a su ex marido también en varios programas televisivos "del corazón".

Lo que colmó el vaso en las vidas del entorno del torero es cuando la llamada Aurora Díaz Cano, hasta entonces desconocida en la prensa rosa, dio la campanada asegurando que su hija Gisela era fruto de una relación extramatrimonial de Jaime Ostos. Éste, negó ser padre de la muchacha, afirmando que ignoraba quién era la madre. Gabriela, la porimogénita de Jaime, harta de los líos de su padre, se prestó a someterse a unas pruebas de ADN que, contratadas ante un juez, fueron determinantes para que Gisela pudiera llevar el apellido Ostos, y ser considerada hija del matador de toros y heredera en su momento. Con sus tres hermanos se ha llevado bien, tiene una vida discreta y es sanitaria de profesión. En la incógnita de qué ocurrirá en adelante respecto a lo contado al principio acerca de las cenizas del progenitor y la herencia a la que por supuesto tiene derecho su viuda, una vez que se pongan todos de acuerdo.

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