
La vocación profesional es algo que uno nunca sabe cuándo nace y por qué, pues a temprana edad es más corriente pretender un futuro que luego no ocurre. Así le pasó a Gregory Peck, de cuya muerte se han cumplido ahora veinte años. Aniversario que en los Estados Unidos se ha aprovechado para estrenar un documental sobre el inmenso gran actor, en el que han intervenido, entre otros, uno de los tres hijos de su primer matrimonio, Carey, y el que tuvo Audrey Hepburn, Sean. Cuantos conocieron a Gregory Peck coinciden en su mayor virtud humana: la de su bondad. Lo mismo que millones de personas en todo el mundo gozaban de sus interpretaciones en la pantalla. Resumimos su filmografía, tan amplia como variada y brillante con estos títulos que abarcan la mitad de los años 40 y las dos siguientes décadas: Recuerda, Duelo al sol, Moby Dick, Vacaciones en Roma, Las nieves del Kilimanjaro, Horizontes de grandeza y la que quizás para crítica y público fue el más sorprendente, Matar a un ruiseñor. Su impresionante trabajo le proporcionó el único Óscar de su carrera. Hubiera merecido alguna estatuilla dorada más.
Acerca de lo que insinuábamos en nuestro prólogo: Gregory Peck jamás había soñado ser actor, ni en su infancia, adolescencia y primera juventud. Quería ser, en principio, médico. O sacerdote. Pero lo de actor era en él algo inimaginable. Y ya ven lo que le ocurrió…
No tuvo unos años felices cuando sus padres se separaron, y eso siendo ambos católicos. Tal circunstancia marcó buena parte de la existencia de Gregory. Nacido en La Joya, California, el 5 de abril de 1916, fue criado por una de sus abuelas, quien todas las semanas lo llevaba de la mano a un cine. Ya veinteañero, entró en la Universidad y, para pagar su matrícula, no le importó ganarse su coste como ayudante de cocina. Se cuenta que también fue camionero. Y cuando descubrió que le gustaba mucho actuar en una compañía teatral de su Facultad, dejó los estudios en la Universidad de Berkeley y se dedicó de lleno al teatro. Parece ser que una compañera con la que salía, tuvo algo que ver con esos primeros pasos escénicos.

El triunfo como actor de Gregory Peck lo consiguió primero encima de las tablas, para después consagrarse en el cine y en su última etapa a través de la televisión. Amplia es su filmografía, repetimos. Incidió, dado también su propio carácter, en papeles donde sobresalía como héroe responsable, juicioso personaje a menudo, en filmes de aventuras, del Oeste, o en comedias. Para variar, él mismo quiso también ejercer de villano en la pantalla, lo que decepcionaba un tanto a sus admiradores, sobre todo del sexo femenino, que veían en él por lo común, a un ser que estaba muy alejado de la maldad. En Moby Dick, sin ir más lejos, (para cuyo rodaje en 1954 vino por vez primera a España, pasando por Madrid hasta las Islas Canarias) pudimos contemplar a un Gregory Peck más impetuoso de lo normal en él, con encendido genio como capitán obsesionado por la pesca de la ballena.
En su biografía sentimental advertimos que no fue hombre dado al mujerío, aunque con la mayor discreción posible tuvo relaciones íntimas con algunas de sus más relevantes compañeras, caso de Ingrid Bergman, Audrey Hepburn y Ava Gardner. Se casó cuando empezaba su carrera artística con una peluquera finlandesa, Greta Kukkonen, a la que conoció en unos estudios cinematográficos. Tuvieron tres hijos. Los viajes continuos del actor, consecuencia de sus frecuentes contratos, fueron distanciando al matrimonio, que optó por el divorcio, tras haberse casado en 1942. Pero su ruptura fue amistosa y siguieron en contacto, siquiera por estar al corriente de las vidas de sus hijos.
Al día siguiente de obtener los papeles del divorcio, Gregory Peck legalizaba su unión con la periodista francesa Veronique Passani. Esta fue a hacerle una entrevista en París para la publicación donde trabajaba y entre ellos nació una mutua simpatía, que se acrecentó cuando ella se reencontró con él en la capital italiana, con ocasión del rodaje de Vacaciones en Roma, el magnífico filme dirigido por William Wyler en 1953. Veronique fue una maravillosa mujer que hizo muy feliz a Gregory, con quien fue madre de dos hijos.
Un desgraciado suceso dejó paralizado de tal forma al actor cuando en 1975 su primogénito Jonathan se pegó un tiro en la cabeza. Gregory Peck, cuando lo entrevisté en 1987, me contó que el joven estaba consternado por el suicidio de una novia con la que vivía, madre de dos hijos. Esa fue la causa también de que él decidiera quitarse de en medio. Esa pérdida supuso para Peck un aislamiento total de su profesión, que abandonó y hasta 1976 no volvió a los estudios cinematográficos para rodar la inquietante película La profecía. A partir de entonces reanudó su filmografía, ya desde luego con menor intensidad.
No he encontrado en mis investigaciones sobre Gregory Peck más que elogios de sus compañeros, exceptuando lo que dijo Orson Welles acerca de su colega: "Un mal actor que podría haber sido un buen Presidente de los Estados Unidos". La aparente "boutade" tenía un cierto sentido, porque Peck fue un activista político-social, siquiera moderado. Participó en alguna campaña junto a Martin Luther King en contra de la segregación racial en Norteamérica. Defendió asimismo los derechos de la comunidad gay. Y se manifestó siempre con una tendencia progresista en pro de los desfavorecidos. El Partido Demócrata le ofreció competir frente al republicano Ronald Reagan, pero no quiso. Ya Richard Nixon lo tenía catalogado como adversario peligroso.
Las películas de Gregory Peck se reponen muy a menudo. Su legado no ha desaparecido, por fortuna.