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Valonia existe: ocho poderosos motivos para un viaje a esta desconocida región de Europa

Un recorrido por Valonia para descubrir las ciudades más bonitas, pueblos perdidos en espacios naturales casi vírgenes y su deliciosa gastronomía.

Un recorrido por Valonia para descubrir las ciudades más bonitas, pueblos perdidos en espacios naturales casi vírgenes y su deliciosa gastronomía.
Valonia: los motivos para planificar un viaje a esta sorprendente región de Bélgica

Valonia existe, está ahí esperando ser visitada, en mitad de Europa, frontera con Francia, al sur y Alemania al este. Es la región francófona más grande de Bélgica, aunque con mucha menos población que Flandes, su vecina del norte. Cruce de caminos y de personajes históricos, su territorio ha visto pasar grandes momentos de la Historia con mayúsculas a lo largo de los siglos. Además de la riqueza de sus pequeños pueblos y espacios naturales, destacan ciudades como Lieja, Dinant, Namur o Mons.

Lieja y su escalera interminable

La escalera más famosa de Lieja. | David Alonso.

La histórica y vibrante ciudad de Lieja recuerda mucho a una ciudad del norte de España, húmeda, industrial, atravesada por el río Mosa, principal arteria vertebradora de Valonia y con un legado histórico que se mezcla con un estilo de vida más moderno y cosmopolita, manteniendo la esencia de cualquier pueblo de la región con el añadido de una urbe de tamaño medio. Situada a una hora en coche desde Bruselas, entre sus rincones de interés destaca el Palacio de los Príncipes Obispos, cuya fachada imponente domina la plaza Saint-Lambert, antiguo centro de la vida comercial de la ciudad y al lado de un gran espacio vació que recuerda donde se elevaba majestuosa la antigua catedral de San Lamberto tristemente quemada durante la Revolución Francesa. Continuando por la Rue Hors-Chateau descubrimos uno de los puntos más famosos y curiosos de Lieja: la montaña de Bueren. Un subidón de 374 escalones no apto para enemigos de las escaleras interminables, aunque muy transitado por los locales, sobre todo deportistas.

La cerveza belga y una cervecería única

En las cercanías de la alargada y musical Dinant se encuentra uno de esos lugares donde ser respira una tradición familiar acuñada durante generaciones. Se trata de la cervecería Brasserie Caracole situada en la carretera que cruza el pueblo de Falmignoul. Un rincón casi místico de esos que uno se puede encontrar en cualquier localidad de Europa Central, en este caso de Bélgica. Al traspasar su puerta un fuerte olor a lúpulo y a leña quemada que impregna las fosas nasales y nos traslada instantáneamente al milenario mundo de las cervezas artesanas. Esta es la última cervecería del viejo continente que utiliza leña para elaborar su preciado líquido.

El dueño de la cervecería Caracole. | David Alonso.

Miradores naturales y otros rincones secretos sobre el río Mosa

También, a pocos kilómetros de Dinant, con el río Mosa como hilo conductor, se presenta un emplazamiento natural casi secreto, solo conocido por aquellos que ya han estado allí y nuestro guía belga-italiano del viaje. Es el mirador Roche de Freyr, el peñasco de escalada más grande y prominente de Bélgica, que ofrece prácticamente todo lo que un escalador puede desear de cualquier peñasco de piedra caliza. Después de una breve caminata por un frondoso bosque, la sorpresa es mayúscula: varios jóvenes belgas están practicando slackline, un extraño deporte que consiste en caminar sobre una cinta tensa anclada entre dos piedras a gran altura. La impresión imagen que se presenta ante nuestro ojos es máxima. Un valiente y temerario joven se dispone a caminar sobre una fina cuerda sobre un vacío de decenas de metros de altura que lo separan del suelo y el río Mosa de fondo. Todo un espectáculo.


Dinant, un paseo en barco eléctrico y otros atractivos

La estirada ciudad de Dinant es bonita desde cualquier punto de vista. Situada en el corazón de la provincia de Namur, al sur, está completamente edificada a lo largo del cauce del río Mosa, del cual recibe el nombre de Hija del Mosa. Su famosa postal de casas típicas belgas reflejando sobre el agua del río y protegidas entre montañas es sólo la punta del iceberg de esta fabulosa y concurrida, aunque pequeña ciudad del centro de Europa. Dinant, una auténtica ciudad de postal, ofrece una imagen encantadora cuando, a orillas del río, navegable por cualquiera que se atreva a pilotar una de esas pequeñas barcas eléctricas de fácil manejo , donde la mirada se eleva hasta la Ciudadela y la cúpula del campanario de la Colegiata, con una línea de casas y comercios. Entre sus mayores atractivos históricos y culturales destaca la Colegiata de Notre Dame que, al pie de la ciudadaela, símbolo de la resistencia dinantina a lo largo de los años, conforma el conjunto monumental más importante de la ciudad que además se eleva majestuosa entre los edificios. En su interior sus vidrieras son un verdadero regalo para el visitante. Sobre el río, conectando ambos lados de la alargada ciudad se eleva un moderno puente sobre el que se han colocado varios grandes saxofones con los colores de algunas de las banderas del mundo La explicación es realmente simple: Adolphe Sax, nacido en la ciudad fue el inventor del saxofón. Una estatua suya sentado en un banco indica la entrada a su propio museo en la calle principal de Dinant.

Galletas como piedras y otros manjares valones

Continuando en Dinant, la Conqué de Dinant, la galleta más famosa de la ciudad. El origen de esta especialidad tradicional data del siglo XV cuando Carlos el Temerario tomó posesión de la ciudad. Los vecinos de la ciudad, privados de víveres, y disponiendo solo de harina y miel deciden preparar una masa mezclando estos dos ingrediente y cocinarla. El resultado acabo siendo un producto casi eterno, que al enfriarse se endurece como si de un trozo de mármol se tratase. Fue un recursos alimenticio utilizado por los soldados durante la Primera Guerra Mundial, cuando los suministros escaseaban en el frente.

Las boulets à la Liégeoise son otro de esos manjares belgas menos conocidos que sus típicas patatas o mejillones. Se trata de unas enormes albóndigas en salsa con patatas que se pueden degustar en la ciudad de Lieja, casi en cualquier restaurante que se precie, como por ejemplo As Ouhes, en la Plaza Merchant.

Las galletas más duras de Valonia. | David Alonso.

Durbuy, la ciudad más pequeña del mundo

Enclavada en los meandros del río Ourthe, Durbuy es la ciudad más pequeña del mundo, o eso dicen muchas guías de viaje. En sus antiguas piedras y sus calles adoquinadas casi se sienten los años y las historias que esconde esta localidad de cuento en el sur de Valonia que parece ajena al paso del tiempo. Situado en las Ardenas belgas, Durbuy tiene un bonito centro histórico, un laberinto de callejuelas peatonales por las que es un placer pasear y recorrerlas una y otra vez, ya que el pueblo es realmente pequeño. En la Edad Media fue un importante centro comercial y actualmente su mayor fuente de ingresos es el turismo. Sus vecinos presumen de vivir en la ciudad más pequeña del mundo ya que en 1331 Juan I de Bohemia otorgó a Durbuy el título de ciudad. Se encuentra ubicada a unos 45 kilómetros de Lieja y a 100 de Charleroi y merece la pena dedicar una mañana a visitarla.

Mons, su casco antiguo, ‘street art’ y su inigualable campanario

Situada cerca de la frontera con Francia, se encuentra al este del distrito de Borinage, antiguo centro minero del país, Mons contiene todo lo necesario para ser una de las ciudades más bonitas y vivas de toda Valonia y de Bélgica, que en los últimos años se ha visto decorada por decenas de murales callejeros convirtiéndola en un referente del street art casi a nivel mundial. Plagada de una horda de estudiantes, que sobre todo dan más señales de vida por las tardes, es necesario tomar como punto de partida la plaza central y el ayuntamiento de Mons con el campanario al fondo. En este mismo lugar se celebra cada año la procesión y festividad del Doudou que existe desde hace 657 años y ha sido declarada Patrimonio por la Unesco. En su honor está abierto al público el Museo del Doudou de Mons y el Jardin du Mayeur, en sus inmediaciones. La Colegiata de Sainte Waudru es otro de los tops que ofrece la ciudad. De estilo gótico fue construida del año 1450 al 1621, maravillan las espléndidas estatuas de alabastro y las magníficas vidrieras del s. XVI en su interior. Es de obligada visita el campanario. También declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad, este edificio de 87 metros de altura es el único campanario de estilo barroco en Bélgica y es posible subir a su torre desde donde apreciar una impresionante vista de la ciudad y sus típicas casas con fachadas gremiales.

El memorial de la batalla de Waterloo y su fabuloso museo

La colina del león, en Waterloo.

La batalla que cambió el rumbo de Europa y que se libró hace poco más de 200 años en la región de Valonia tiene en la actualidad casi un parque temático en su honor en forma de memorial. Desde varios kilómetros de distancia se puede apreciar la colina artificial con un león de hierro en su cumbre que se erigió en el lugar exacto donde Napoleón perdió su batalla definitiva y que hoy en día es uno de los monumentos más célebres de Bélgica. En lo alto de sus 226 escalones, este monumento ofrece una panorámica excepcional del campo de batalla desde todos los ángulos. Este emplazamiento histórico se encuentra a menos de 20 km de Bruselas, en la provincia del Brabante Valón y además de la vistosa colina el visitante debe empaparse de la historia con palabras mayores no dejando pasar la oportunidad de acceder al museo interactivo y descubrir decenas de trajes y elementos reales de la batalla, recuperados con verdadero entusiasmo y presentados con todo lujo de detalles. Además, durante la visita es posible quedar aún más impresionado admirando la película de pocos minutos de duración que muestra, en 3D, una reconstrucción de la célebre batalla con tanta profundidad de detalle que por momentos nos parece estar en el mismo campo de batalla.

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