Menú
Whisky de 50º

La ruta prohibida de la Ley Seca, en Madrid

Alcohol de 50 grados sólo para mayores de 21 años. Eso es lo que nos promete Cutty Sark Prohibition Edition.

Alcohol de 50 grados sólo para mayores de 21 años. Eso es lo que nos promete Cutty Sark Prohibition Edition.
La Ley Seca en Madrid

Al llegar a mi despacho lo vi. Encima de mi mesa había una carta. Sin nombre, ni explicaciones, solo una dirección. No sé por qué pero sabía que era de él, de Rob McCoy. El mayor contrabandista de destilados o, como a él le gustaba que le llamasen, "el delincuente honrado". Los periódicos hablaban de él como el enemigo público número uno.

Era la oportunidad de destacar. Me armé de valor y me dije a mí misma que no iba a pasar nada, así que cogí mis cosas y me fui directa a descubrir la verdad, sin saber qué me iba a encontrar. La ciudad dormía, el murmullo del tráfico era lejano, y detrás de mí notaba las pisadas de algún vampiro de la noche.

Llegué a un callejón oscuro, sin salida. En él había otras cuatro personas. Todos nos mirábamos confusos, intentando averiguar qué significaba todo aquello. Unos minutos después empezó esta aventura. Dos hombres nos obligaron a ponernos mirando a la pared. Sí, era un secuestro. Nos vendaron los ojos y nos quitaron todo aquello que pudiéramos usar para contar lo que íbamos a vivir. Tenía miedo, pero me convencí a mí misma de que no debía notármelo nadie.

De repente, oí su voz. Rob McCoy estaba con nosotros y aclaró que no teníamos por qué temer. No era guapo, pero sólo la confianza que desprendía su voz le daba atractivo. Nos quería enseñar su mundo, su vida. Íbamos a saber por unas horas lo que era vivir infringiendo la ley, rodeado de misterios y peligros. Pasar al otro lado. Desapareció el miedo y surgió la curiosidad.

No quería que supiéramos dónde estaba su guarida, por eso se aseguró de que nadie supiera a dónde íbamos. Con los ojos vendados y después de un rato nos avisaron de que ya estábamos en su casa. Ahí es donde de verdad empezó todo. Entramos por un garaje a una habitación que estaba arriba. Nos recibieron las chicas de Rob con su mejor sonrisa. En ese momento me pregunté si estarían ahí por voluntad propia o por obligación. Quise huir, pero ya no había marcha atrás, estaba dentro del mundo de McCoy.

Más adentro había un barman sirviendo cócteles y chupitos. En el dorso de la botella aparecía impreso Cutty Sark Prohibition Edition, un whisky de 50 grados que se iba a empezar a vender a partir del 5 de diciembre. Todo esto me daba pánico, no podía olvidar que existía la Ley Seca y que si nos descubría la policía mi vida estaría arruinada. Sin embargo, me dejé llevar e intenté disfrutar de esta nueva experiencia. Probé las bebidas que me dieron y miraba a mi alrededor cómo todos disfrutaban.

Un par de horas después, Rob McCoy nos avisó de que tenía una sorpresa para todos nosotros.

De nuevo con los ojos tapados, nos dividieron. Un espectáculo picante de strippers totalmente entregadas a la causa contra la prohibición amenizó el resto de la velada. Bailarinas y, sí, también bailarines. Desde luego, McCoy había pensado en todo, incluso en que eventualmente alguno de sus invitados fuera una mujer. Quería gritar, pero no me dio tiempo y, tras cerrar bien la puerta, él supo silenciar la ansiedad con movimientos imposibles. Desde luego, si se propasaba acabaría con un balazo en la columna. O eso es lo que les contaríamos a los demás. Tras semejante exhibición de baile, el cotarro no podía sino animarse.

Creía que todo iba a acabar ahí, pero esto no había hecho más que empezar. Nos dejaron en una calle oscura, sin nada alrededor. Nos dijeron que entrásemos, pero no sabíamos a dónde ir, así que nos dejamos guiar. Nos hicieron entrar en un cuarto que había al fondo de una tienda. Ahí se encontraba el paraíso del juego, del alcohol y de la buena comida.

Dentro del cuarto había preparada una timba de póker, otra de las muchas actividades prohibidas en este periodo de Ley Seca. Ahí nos jugamos el dinero y degustamos una vez más el whisky de la prohibición, sólo para mayores de 21 años. Perdí todo mi dinero y supe que algo había cambiado.

Salí del local y empecé a andar sin rumbo. Pensaba en todo lo que había pasado, todo lo que había experimentado, hasta que, de repente, volví a ubicarme cuando me llegó el hedor de las calles de Madrid, y recordé que había vuelto a mi vida gracias a la huelga de basureros.

En Chic

    0
    comentarios