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Katy Mikhailova

Un ken. Un demonio. Y la Barbiesposa

Habiendo una sobrepoblación de machos y un Tinder hambriento de sexo, las mujeres se siguen peleando por el insulso Ken de turno.

Habiendo una sobrepoblación de machos y un Tinder hambriento de sexo, las mujeres se siguen peleando por el insulso Ken de turno.
Merlosgate | youtube

De Ken a Kun sólo hay dos letras, y casi dos generaciones. Lo fácil que es cambiar la ‘e’ por la 'u' y pasar de ser un muñeco artificial que padece el síndrome del metrosexual congelado (debido a pinchazos de bótox mal inyectados) a un jugador de fútbol canalla pero de dudosa identidad capilar (lo mismo rubio, que rapado, que un nido de pájaro a medias). Las que hemos crecido con las Barbies (las que eran guapas y esbeltas, y no politizadas), de alguna forma hemos crecido con los Ken (aunque la norma era 1 Ken por cada 9 Barbies). Y los Kun (Agüero) podrían haber sido un concepto demasiado vanguardista para la generación nacida entre los 80-95: pensemos que entonces los Ken venían con descapotable rojo y bermudas tropicales; y no tatuajes, balón bajo el brazo y cheque en blanco.

Sobre lo de 1 muñeco por cada 9 muñecas, significaba que la población masculina en un mundo intensamente femenino (que no feminista) representaba el 10%. Había carencias afectivas, y Ken, aún con esa cara de macho-man siempre sonriente y recién salido de ‘Merlos Place’, era un bien cotizado en Barbielandia. De ahí que Ken siempre fuera un mujeriego.

El infortunio arranca cuando se enfrenta la Barbie buena a la mala para pelearse por Ken. Habitualmente a la ‘buena’ la "materializaban" con cara angelical, ojos claros y pelo rubio, y la acompañaban de complementos en color pastel -rosas y azules-; y a la 'mala' le atribuían una mirada de víbora, ojos de 'gata' muy marcados, atractiva hasta rabiar y de tez morena, con ropajes color pasión y extremadamente sensuales (que no sexuales).

Ángel y demonio. Ambas se peleaban por Ken, porque Ken era todo lo que una mujer ‘de bien’ necesitaba: una casa en Boadilla del Monte (perdón, Malibú); un Porsche con chófer; una voz grave; un rostro cuadrado con la barbilla muy marcada; unas manos grandes y... hasta aquí podemos leer y contar. Porque Ken, si de algo pecaba, era de no tener sexo. Toda niña, motivada por una inocente curiosidad, ha llegado a "desvestir" (que no desnudar) a Ken (y no para cambiarle los tejanos precisamente). Necesitábamos corroborar qué -cojones- había en el paquete de su muñeco. Y durante un tiempo importante... ¡Ken no tenía absolutamente nada! Ni en el paquete ni en la cabeza. Porque aquellos muñecos, queridos lectores, venían sin historia, ni mensaje ni filosofía, y tampoco valores. La historia era la impuesta por los códigos de conducta entre parejas y familias establecidos según el imaginario social colectivo imperante.

No hablamos de micropene, sino de la ausencia total de cualquier insinuación de genital. Lo cual explicaba porqué la población de las Barbies iba evolucionando con tal lentitud, ya que la inseminación artificial, recurriendo a banco de espermas, era un tema tabú. Nadie paría, así que nadie decidía. Y el aborto, no se solventaba siquiera.

Este mismo patrón y esquema lo han continuado las telenovelas. La mujer se autocofisicaba; el hombre, mientras, desplegaba su encanto de seductor y ‘professional-fucker’ . En el mundo ‘Barbie-Ken’ era muy natural que el muñeco le pidiera matrimonio a varias, porque la poligamia en un universo ficticio era posible. Ni había enfermedades de transmisión sexual, tampoco abortos, ni confinamientos, ni virus y menos aún los costosos divorcios. Tampoco existía La Fábrica de la Tele.

Lo que me cuesta entender es porqué, en la vida real ya, habiendo una sobrepoblación de machos y un Tinder hambriento de sexo, las mujeres se siguen peleando por el insulso Ken de turno. El grave problema reside cuando el concepto Ken se le atribuye a un periodista de carne y huevo (ya no sé si legítima o injustamente) y la Barbie-buena es la novia oficial engañada, mientras que la Barbie-mala es la joven ambiciosa dispuesta a todo por la fama.

Por más que la sociedad evolucione, me voy dando cuenta de que aquellos patrones tan básicos que predominaban cuando yo era un niña, de pronto, de la noche a la mañana, cuando ya no dábamos un duro por la cuarentena, vuelven a la actualidad, pariendo algo maravilloso para saciar el aburrimiento: un fantasma desnudo y encorvado se pasea durante un directo en un programa de tertulia política virtual. Aquel fantasma era Alexia. Era el fantasma que representaba el retorno de la figura de la Barbie-mala, la "otra", la femme-fatale que usurpaba el Ken a la Barbie-modelo. Y nosotros nos preparamos nuestras palomitas, nos sentamos en en nuestros sofás, encendemos esas cadenas que dicen ser de ‘maricones y rojos’ (yo soy hetero y liberal, que no libertina), abrimos Twitter para los memes: y sin darnos ni cuenta, presenciamos la partida de Barbies-Ken que nos recuerda que no hemos crecido demasiado. Que la infidelidad es el pan (o las palomitas) de cada día. Y que, como diría mi buen amigo José Luis Pantoja, más vale unos cuernos preventivos que polémicas volando.

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