Observo atónita cómo revistas femeninas dirigidas a adolescentes publican artículos bajo el titular de "Diccionario de nuevas masculinidades". Como si la masculinidad tuviera que ser nueva, y no fuera un fenómeno que, gustara o no la testosterona, haya sido universal y ajena a los tiempos. Pero no. Nos gusta ponerle etiquetas a todos y todes, y catalogar, de esta manera, la naturaleza. Y, lo más importante, influir. Condicionar y redirigir las mentes más vulnerables.
Y es que la sensibilidad masculina está en alza, y hasta tiene un nombre. Chicos afrutados o los "fruity boys" son un desafío al macho alfa y al heteropatriarcado anclado en el machismo y la tiranía. Porque, sí, las mujeres los prefieren dulces. Y depilados, supongo. Lo explican psicólogos especializados en Bumble y Tinder: el chico-fruta goza de "apertura emocional" y una estética con ropa vintage y a ser posible con tatuajes. Supongo que lo de la fruta es por la cantidad de azúcar. Que se lo expliquen a Nacho Vidal entonces.
Después están los "Babygirl", que esconden su dulzura bajo una apariencia de "malote". Yo los hubiera llamado "Cocoboys" porque el coco recuerda a los testículos masculinos (sin depilar, por cierto), pero en cuyo interior se esconde una maravillosa y dulce leche de coco. No sé quién es la mente brillante que vomita estos términos, pero tengo que decirles que no estoy de acuerdo y prefiero continuar con las frutas, los frutos y les frutes. Esto me recuerda al ecologista sandía de Alfonso Ussía, que explicaba que era muy verde por fuera y muy rojo por dentro. Porque ya saben, dicen que la belleza está en el interior.
El "Finance bro" es el consultor que de lunes a jueves va vestido de ejecutivo de Manhattan de los 90. Imagen que fusiona los tirantes de Pedro J. con los chalecos acolchados de los Cayetanos del Triángulo de Bermudas de Madrid (recuerden, que después de Salamanca-Chamberí-Chamartín no es Madrid, sino distritos conquistados). Ironía y bromas aparte. Quizás esta sea la "etiqueta masculina" por la que más atraída podría sentirme como mujer. Por qué, se preguntarán. Porque estos, los Finance Bro, por lo menos trabajan. O fingen hacerlo. Que ya es un mérito. Para mí serán los "Avocat boys", como los aguacates duros y formales por fuera, y muy productivos por dentro.
No menos alabanzas se merece la categoría que encarna como nadie el novio de Rosalía, Jeremy Allen White, que responde al término de "Hoy Rodent Boyfriend". (Madre mía, yo como ustedes, tampoco soy capaz de memorizarlo todo). La palidez y las narices puntiagudas son la clave. La "cara roedor", como definen pseudoexpertos, es un atractivo para muchas personas. Y yo sólo puedo recordar al precursor de esta tipología -hace quizás ¿20 años?- cuando Adrien Brody se convertía en un sex symbol ligándose, además, a Elsa Pataky. También merece atención el famoso anuncio de Loewe, cuyo hombre de perfil explicaba en silencio al universo que la cosa va de narices. El mundo no pertenece ni a los guapos ni a los ricos, sino a los que le echan narices a la vida. En mi diccionario frutal particular los llamaría "Lichis banana boys", por la palidez que esconden los lichis y lo puntiagudos que son los plátanos.
Los "Retrievers" son esos grandullones entrañables con "mirada de cachorros". (Ustedes no lo aprecian, pero tuve que parar unos minutos por un ataque de risa que me ha entrado mientras escribo esto…). Responde su nombre a la lealtad de los "perros golden retriever", según publican estos medios. Antaño eran los leñadores que llevaban camisas de cuadros y unas barbas prominentes. En mi diccionario particular "frutesco" los llamaré "Pineapple boy", porque son como las piñas: grandes y rudas por fuera, y ácidos por dentro.
Hace una década el mundo masculino se segregaba entre el "metrosexual" y el "fofisano". Ahora hay un sinfín de subcategorías que, curiosamente, reivindican valores intangibles tales como la lealtad, la sensibilidad, la empatía y la dulzura; pero, ¡ojo al dato!, tales virtudes se atribuyen a un hombre sólo por su aspecto físico. Pareces un baby boy, pero no necesariamente debes serlo. Pasamos de la estética a la ética, y no al revés. No es el hábito el que hace al monje, ni el nivel de tatuajes o cómo lleva uno los pantalones (si se viste por los pies o prefiere falda escocesa) lo que indica el grado de testosterona. Y a mí ya, a estas alturas de mi existencia, se me agotan las frutas porque no tengo la nevera para farolillos. Menos con este calor que sigue impregnando Madrid. A altas temperaturas, las frutas, como los hombres, aguantan cada vez menos.