Ligar en un supermercado es un claro indicador de dos teorías que padecemos en Occidente y en concreto en España. La primera, que estamos tan quemados de conocer personas virtualmente que necesitamos darle realismo a la realidad. De volver al viejo método de conocer pareja, en vivo y en directo. La magia de seducir y dejarse seducir, y no someter nuestro destino sentimental a 'likes', 'match' y deslizar con el dedo de un lado a otro en función de si gusta o no gusta, como si fuera un traje de boda. Porque, esto último, para los que somos disléxicos espaciales es un marrón: se desliza a la derecha si te gusta, a la izquierda si lo descartas. Pues yo todavía la sigo liando. Normal que me lleguen peticiones de chicos cuya primera foto de "presentación" es un selfie en un baño con un inodoro de atrezzo al fondo decorando el asunto. Cosas así. Ya ni me detengo a leer sus gustos. Porque la mayoría "no dicen la verdad", como diría Conchita y su polígrafo. Y paradoja de mi existencia, cuando aparece un hombre con gato, miedo me da. Porque una mujer con gato, tiene un pase, o dos. Pero un hombre con un felino que no supera los 3 kilos genera sospecha. Después está el piloto por horas, que cree que por tener como foto principal una estampa suya pilotando alguna especie de vehículo aeroespacial triunfará más en la red. Y ya de vigorexia ni hablamos: foto de perfil en el gimnasio presumiendo de músculo, sumado a "nunca bebo", descartado para siempre. El viajero. El romántico. El apasionado de la gastronomía. Y luego Kevin, y todos los híbridos de Kevin. El influencer frustrado, que deja su IG por si por ahí rebaña nuevos followers. El modelo por horas. Y, bueno, entremedias, quizás haya alguien normal. El algoritmo y, por tanto, el destino, se lo pone en la aplicación, y si ambos se gustan… en fin. Que encontrar al amor de su vida en una app es una tarea agotadora no apta para personas con poco tiempo.
Tómenselo con humor, por favor, no quiero ningún propietario de gato ofendido. Algún día debo escribir de toda la jungla que uno se puede encontrar en esas redes, porque da para un libro. Por eso pedimos a gritos un lugar real donde ligar a la vieja usanza, pero no creo que el Mercadona sea el lugar más atractivo.
La segunda teoría, la más preocupante, es la de que el populus necesita estar anestesiado para no despertar y darse cuenta de la desgracia de Gobierno que padecemos. Y todos sus males. Porque lo del Mercadona me recuerda al papel higiénico, a los vestidos elaborados con almohadas o a los aplausos diarios de la pandemia. Nos encierran pero nos alimentan con creatividad y solidaridad. El pueblo necesita humor gratuito al alcance de cualquiera.
Y es que una tiene más éxito ligando si va a la sección de caballero de Emidio Tucci de cualquier centro de El Corte Inglés. En misa a la salida del trabajo (al menos el flirteo nos podría pillar confesados). Y en los supermercados "24 horas": que dependiendo de si es la una o son las seis de la mañana el grado etílico e idílico con el que el candidato aterriza a comprar es muy diferente.
Todos hablamos de Mercadona y las piñas, pero poco hablamos de las etiquetas de tela incrustadas en las bragas que cada vez son más grandes que las propias bragas. Las del Mercadona serán iguales. (¿Venden bragas en el Mercadona?). Bueno, no lo sé pero tampoco me importa si también llevan confeccionadas una etiquetita de mierda. Da igual a qué marca se vaya a comprar una las bragas: de Oysho a Intimissimi a Victoria 'S secret. ¿Qué le pasa al mundo textil? ¿Acaso nadie se da cuenta de que abultan, afean y provocan picor esas etiquetas? Imagino que la mayoría harán como yo: las cortarán sin piedad como Georgina su trenza. Pero por mucho que se corte… o se arranca "de raíz" dejando un ligero agujero, o se deja un trocito de tela. Por favor, ahorremos telas inútiles y tiempo malgastado, y dejemos de fabricar bragas con etiquetas de tela que van cosidas. Al final vamos por la vida como putas por rastrojo, soportando la incomodidad de llevar de apéndice a la lencería semejante pegote. A este paso estamos confinados a hacer la compra sin bragas, y que fluya la magia.