Ozempic para el pueblo, pero sin el pueblo. Un adelgazamiento ilustrado para ilustres de la ética y la estética. Convivimos en una comunidad tan cortoplacista e impaciente que hasta queremos adelgazar a base de pinchazos. Y todos saben de todo. En Madrid no se habla de otra cosa que de Ozempic. La inyección de insulina que, "bajo prescripción médica", adelgaza, porque te sacia y te quita el apetito (hablando vulgarmente). Te la recomiendan tus amigos en cualquier terraza de Madrid, como si ahora todos fueran entendidos del asunto.
Hablemos con claridad y transparencia: nadie quiere estar gordo. Pero pasar de las famosas dietas milagro al ayuno intermitente, de las pastillas que adelgazan a las cremas reductoras que te lima la piel de naranja, a aterrizar al "consumo" de un medicamento para personas con diabetes, me parece que hay un gran paso.
No voy a entrar en los efectos secundarios que se desconocen con claridad a día de hoy, aunque algunos estudios apunten a que genera depresión. ¿De verdad cuesta tanto cerrar la boca y ponerse a hacer deporte?
"Arbeit Macht Frei" o "el trabajo os hará libres" es exactamente lo contrario a lo que padecemos en estos tiempos de moderneces. Nadie quiere esforzarse ni trabajar. Consumimos relaciones sentimentales a la misma velocidad a la que damos corazones en apps para ligar (ya lo vomité la semana pasada), en lugar de construir algo. Cambiamos de ropa porque tememos que el fin del mundo nos pille repitiendo outfit (ergo, nos damos al ‘fast fashion’ a precios bajos, porque la cantidad sustituye a la calidad). Consumimos comida basura, cuyo acceso a la misma viene por parte de personas sin recursos arrastrándose por las calles en un patinete eléctrico, mientras lo combinamos con bebidas con cafeína con leche de avena para engordar menos. Y Tik Tok, o cualquier producto audiovisual que no requiera de gran atención, es la nueva Biblia. Nos definimos como agnósticos porque por no creer en nada creemos en cualquier milagro estético. Y sí, como leía el otro día en Instagram, no sabemos si el bótox da la felicidad, pero prefiero llorar con la frente lisa (y si es en un yate, mejor). Queremos vidas de influencers, maquilladas de intelectualidad profunda que se autocomplace con ‘frases de mierda’ y libros de autoayuda para curar nuestras heridas.
En medio de esta vorágine de estímulos que rellenan vacíos emocionales, adelgazar sin disciplina no podía ser menos. Queremos zampar y estar buenos a la vez. Y no nos importa a qué precio. Después se nos llenará la boca de eslóganes del tipo de "la belleza no es una talla", pero todos deseamos la perfección sin esfuerzo. No renunciamos a nada y lo vamos perdiendo todo. El trasfondo de mi columna no es la moda del Ozempic, sino la impaciencia de ansiar una vida perfecta que nunca es alcanzada. Que Dios nos pille delgados podría ser la nueva religión de Occidente.