Nueva casa. Nuevo estudio. Nueva tienda. Nuevo taller. Nuevo perfume. La novedad como valor en alza para proyectar de la ética a la estética, o de la imagen al sentimiento. Somos seres visuales en constante conexión con todo aquello que nos rodea. Esos objetos compañeros que nos observan y nos generan sentimientos, que convertimos en nuestra casa a cuestas.
Si alguien ha querido proyectar la novedad como estilo de vida esa es Ágatha Ruiz de la Prada en su último desfile en la Fashion Week Madrid.
Un desfile marcado por una oda a todos esos objetos compañeros agathizados: porque, ya saben, Ágatha ha agathizado desde un carrito de compra, hasta una raqueta de tenis. Y tampoco faltó la piña, que además me llevé yo, pero siempre mirando hacia arriba, porque a mí lo de ligar con una piña me parece ordinario. Un homenaje al día a día y al costumbrismo. Aun con esas cuñas imposibles, el surrealismo de nuevo se ha materializado en tejidos, lazos y flecos.
Un desfile definido por una impresionante puesta en escena, al más puro estilo Warhol, en la que el rostro de Ágatha iluminaba la pantalla y recitaba la novedad como el nuevo padre nuestro. Novedad como actitud ante la vida. Y perfume. Mucho perfume. No nos olvidemos a qué huelen los corazones: a alegría. A ilusión. A la eterna infancia. Aun hay quien se ha atrevido a ir de negro al show, como si no supiéramos que ella detesta este color.
La vida, al final, se divide entre los tristes y los apasionados. Ante una crisis, hay quien aprende a reinventarse, pues nadie ha nacido sabiendo cómo colorear las lágrimas. Y convertir el dolor en una lluvia multicolor de fantasía.
No sé qué sería del mundo sin Ágatha Ruiz de la Prada, pero de lo que estoy segura es de que los corazones y las estrellas gobernarán el cielo.