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Cabin Crew y otras chicas del montón

Y ustedes se preguntarán qué hago yo en Dubái. Qué hace una editora como yo en un sitio como este. Ni yo misma lo sé.

Y ustedes se preguntarán qué hago yo en Dubái. Qué hace una editora como yo en un sitio como este. Ni yo misma lo sé.
Dubái | Alamy

Vayamos al turrón, que aún estamos en época navideña. Les escribo desde Dubái, con vistas a toda la ciudad, desde lo que se conoce hoy día como una "infinity pool", que viene a ser algo así como el infinito a sus pies mientras nada. O flota, porque aquí nadar lo que se decir nadar, poco. Foto, copa en mano (de plástico reciclable) y a pagar.

Y es que solo por entrar y aspirar a una tumbona con cojín y manta de Dolce & Gabbana le cobran 150 euros. Esto sí que es un viaje. Consumos no incluidos. La peor tumbona. Con suerte nos da el sol. Con mala suerte, no. Arrégleselas. Las buenas -hamacas, matizo- ascienden a unos 2.000 dirhams (dividan esta suma entre 3,6 y les salen las cuentas en euros).

Beber en Dubai sale especialmente caro. La abstemia aquí es un lujo no electo. Una botella de La Rioja (Cune, que es lo más democrático en un Carrefour en Madrid), en la piscina infinita del Hotel Atlantis, llega a los 166 euros. Casi nada.

No hay ni rastro de Martín Codax, ni Martín Miller ni Martini Dray. Los muchos "martines" se van evaporando como el frescor de mi cerveza en pleno desierto mientras nuestro compañero de viaje nos entierra el Jeep en una duna por un atisbo de querer conducir y ejercer su virilidad al volante (Nacho: si me lees, te pedimos no conducir, y no te lo tomes de manera personal). Como todo en esta vida hay un comienzo y un final, y aunque quisiera que mis "Martinadas etílicas e idílicas" fueran infinitas, no se puede gobernar el tiempo ni a los indómitos. Nos tuvieron que ayudar unos emiratíes locales que consiguieron empujar nuestro todoterreno para sacarnos del agujero. Tiempo y espacio. Y amén.

Pero hablemos de lo que de verdad importa. Los otros agujeros. Los de las "Cabin Crew". La tripulación femenina del millonario real y del rico aspiracional. Porque sin tripulación hormonal no hay paraíso. Y sin bragas tampoco. Ni Tinder. Y aunque recen los refranes de Bad Bunny que "si hay playa, hay alcohol; si hay alcohol, hay sexo…", aquí, si uno paga, puede presumir de playa, sexo y alcohol. Pero a qué precio. Porque la dignidad está sobrevalorada.

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A la izquierda Marta de Pretty bailarinas, en el centro Katy y a la derecha Elena De Sande

A "las Cabin" se les reconoce por ir en grupo, presumir de más silicona que neuronas, llevar litros de perfume intenso (y no es necesariamente la quinta esencia de mi gata Cibeles, que el otro día bautizó mi amigo Peter Priede como ‘Simeona’, por volver a mear en mi cama como signo de protesta). Protestas, en silencio. Porque aquí quien no mama no llora (el mundo del revés). Llorar de placer y de lujo, claro. Van todas en manada con uñas tan "infinity" como la "pool" desde la que les escribo. Arriba la pestaña, abajo el escote. La raya en el ojo, muy gipsy. La otra raya, no sé ni contesto. Acuden a cualquier restaurante como si fueran a recoger un Goya, y la extensión capilar es un apéndice más de su identidad. A más tacón, más cojón, y mejor autoestima. Y logotipo o trato. Cuánto más caro el logo, más rentable la noche.

Mi ida a esta ciudad se gestó durmiendo y volando con Fly Emirates, "El Padrino" y champú (y champagne) mediante. El neceser para nosotras es de Bvlgari. Me sacaron una foto de recuerdo con una polaroid, o algo así. La tendré que pegar en mi nevera. Delante de mí volaba una señorita, que nada más despegar el avión, se enfundó en un pijama de "mamá Noël". Lo más fascinante fue el susto que me llevé al poco tiempo. De pronto apareció con una mascarilla facial (una máscara de tejido en color blanco que solo dejaba entrever los ojos, la nariz y la boca). Así estuvo 40 minutos. Yo observaba el espectáculo con disimulo entre copa y copa de Veuve Cliquot. Todo muy kafkiano y "new rich". Nos faltaba un jacuzzy.

Así lo leen y así ha ocurrido. Ahora las "Cabin Crew" viajan haciéndose su particular "skin care" entre nubes que huelen a Tom Ford. Porque, aunque Elvira Sastre diga que "no vuela quien tiene alas, sino quien tiene un cielo", ellas vuelan y vuelven si consiguen tener más cara -y cara- que espalda. Quizás la sentencié injustamente y la mascarilla tiene por objetivo embellecer aún más la imagen de una: porque, evidentemente, nada más aterrizar -intuyo- que tendrá un encuentro relevante. Y hay que estar impoluta.

Después están las "Cabin Crew" de ley y trabajadoras. Ella es parte de mi séquito, mi querida periodista y amiga Elena De Sande. Como yo, sobrevive a los "otros viajes" a los que Dubai nos condena entre datáfono y American Express. Nos invita Marta Martínez, una gallega de raza que tiene la licencia de Pretty Bailarinas en los Emiratos Árabes y cuenta con tres tiendas. Una de ellas en el famoso Dubai Mall (el centro comercial más grande del mundo, ahí sin GPS uno no sobrevive). Ella no es "una Cabin" porque es empresaria: no llora y factura, como Shakira. Y genera riqueza. Aunque sea en los Emiratos. Pero lleva la "marca España" por bandera en estas lejanas tierras, por cierto, a pocas horas en aire de la ciudad que me vio nacer, Ereván (Armenia). Porque aquí hay muchas rusas, pero no rusas de Rusia, sino de repúblicas vecinas. En fin. Cositas del desierto refinado.

Y ustedes se preguntarán qué hago yo aquí. Qué hace una editora como yo en un sitio como este. Ni yo misma lo sé. Pero a Elvira le diría que no vuela quien tiene alas sino quien tiene sueños y, sobre todo, mucha curiosidad.

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