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Entre sábanas, colores y lutos

El planeta entero se viste de luto. Quizá no con la misma puntualidad que mi vecino ni con la misma precisión cromática que mi vestidor.

El planeta entero se viste de luto. Quizá no con la misma puntualidad que mi vecino ni con la misma precisión cromática que mi vestidor.
El papa Francisco. | LD/Agencias

Todas las mañanas —sin excepción, como si de una liturgia personal se tratase—, mi vecino Jaime sacude las sábanas por la ventana con una intensidad digna de una competición olímpica. Sucede entre las siete y las ocho y media, un margen de tiempo lo bastante amplio como para que yo pueda preguntarme, aún entre sueños, si vivo frente a un tendedero ambulante o a un aspirante a bailarín de telas aéreas. Las sábanas vuelan, se agitan, susurran su cansancio y, de algún modo misterioso, terminan señalando directamente a mi dormitorio.

Sé que no debería tomarlo a broma, porque probablemente Jaime arrastra algún tipo de trastorno obsesivo-compulsivo. Y los TOC, como todos los fantasmas que se ocultan tras rutinas inofensivas, son asuntos serios. Aunque, a decir verdad, no tengo pruebas ni certezas médicas de que lo suyo sea realmente un TOC. Es solo una impresión, una de esas intuiciones mañaneras que uno se permite mientras contempla el vuelo insistente de las sábanas. Pero es que la escena diaria resulta tan milimétrica y tan meticulosa que uno no puede evitar mirarla con una mezcla de ternura y estupor.

Yo, por supuesto, no estoy libre de manías. Si Jaime tiene su coreografía matutina con las sábanas, yo tengo mi sinfonía cromática en el vestidor. No ordeno la ropa por temporadas, ni por estilos. La ordeno por colores. Blanco con blanco. Azul con azul. Rojo con rojo. Ni los arcoiris se atreven a desafiar el orden de mi armario. A cada neurosis, su pequeño santuario.

Esta semana, además, me ha tocado moderar una mesa redonda sobre la inteligencia artificial aplicada a la arquitectura en Porcelanosa, con un selecto grupo de arquitectos. La inteligencia artificial ya no solo dibuja bocetos futuristas o imagina edificios imposibles, sino que también empieza a proponer materiales más sostenibles, soluciones más humanas, ciudades más vivibles.

La paradoja es que, mientras debatíamos sobre algoritmos que diseñan hogares, mis amigas Ainhoa Moreno, Carlota López-Chicheri y Sofía Bono —que son lo más contemporáneo que se puede ser— inauguraban su propia revolución: pedirle a ChatGPT que les echara el tarot. El colmo del colmo. Un spin-off de la absurdez moderna. Quizá sea paradójico, pero sospecho que una máquina podría atinar mejor que muchos chamanes con bata de lino.

Y ya que estábamos, yo tampoco quise ser menos y también le pedí que me leyera el futuro para saber cómo me iría en el amor en el mes de mayo. No es una broma: de verdad hice la consulta, y esto mismo fue lo que me dijo. "Hay una alegría que ronda muy cerca, una paciencia que te conviene ejercitar y una conexión silenciosa que lleva tiempo tejiéndose, como si las casualidades fueran, en realidad, mensajes cifrados que sólo algunos saben leer." Y quién sabe… quizá hasta tenga razón.

Y mientras Jaime sacude su cama y yo sacudo mi paleta de tonos, esta semana también se ha sacudido la tristeza global. El Papa Francisco nos ha dejado. De alguna forma, el planeta entero se viste de luto. Quizá no con la misma puntualidad que mi vecino ni con la misma precisión cromática que mi vestidor, pero se viste igual.

Decía Francisco que "el amor es más fuerte que la muerte". Y es un consuelo pensar que, incluso en los tiempos más turbios, el amor —como las sábanas o los colores— sigue buscando su lugar, su aire, su danza.

Recordemos de paso aquellos zapatos rojos de Benedicto XVI, probablemente el único pontífice capaz de hacer que unos Louboutin combinaran con la solemnidad de un cónclave. Francisco, más austero, prefirió siempre caminar ligero, sin más adorno que su propia convicción.

Cada uno lidia como puede con sus ritos matinales. Jaime sacude su cama, yo sacudo mi paleta de colores, mis amigas sacuden las cartas del tarot en busca de respuestas amorosas y en Roma, mientras tanto, se sacuden las conciencias.

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