
Con la llegada del invierno, la sociedad vuelve a dividirse en dos bandos casi irreconciliables. Mientras algunos celebran el frío, la calma y los días grises, otros añoran el calor, la luz solar y la vida al aire libre del verano. Esta polarización no parece dejar espacio para términos medios y responde a factores mucho más profundos que una simple preferencia personal. Pero, ¿por qué sucede que algunos aman y otros odian el frío?
Como norma general, el verano suele asociarse con vacaciones, descanso, playa y jornadas largas marcadas por la abundancia de luz solar. Incluso quienes no pueden tomarse demasiados días libres suelen percibir esta estación como más amable, con atardeceres tardíos que prolongan la sensación de disfrute. El invierno, en cambio, se caracteriza por temperaturas más bajas, lluvias frecuentes y días cortos, especialmente duros en las zonas del sur del país. Para muchos, esta combinación resulta inhóspita y desmotivadora.
Sin embargo, pese al clima adverso y a la menor presencia del sol, existe un grupo que se declara abiertamente amante del invierno, los llamados "inviernistas", que encuentran en esta estación una fuente de bienestar y satisfacción.
Motivos por los que algunas personas aman el invierno
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Psicológicos: El frío suele asociarse a personalidades más reservadas, reflexivas e introspectivas, que valoran el orden, el control y los espacios de calma.
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Actividades: Algunos deportes de nieve como el esquí o el snowboard, así como rutinas más hogareñas, como leer o disfrutar de bebidas calientes.
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Sensaciones físicas: Para algunas personas, el frío resulta estimulante y refrescante, especialmente durante la actividad física, al crear un contraste con el calor corporal.
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Vínculos emocionales: Recuerdos positivos de la infancia, festividades y experiencias familiares ligadas al invierno refuerzan esta preferencia.
Por qué otras personas odian el invierno
En el extremo opuesto, el rechazo al invierno también responde a factores claros como la salud mental: recordemos que la falta de luz solar reduce la producción de serotonina, lo que puede provocar tristeza, apatía y, en algunos casos, Trastorno Afectivo Estacional (TAE). Factores biológicos: algunas diferencias genéticas, metabólicas y en la cantidad de grasa parda influyen en la tolerancia al frío. O el estilo de vida: la dificultad para salir, el uso de ropa pesada, la nieve y los días cortos generan sensación de encierro y limitación.
El impacto del frío en el cuerpo
Desde el punto de vista físico, el clima invernal también tiene efectos concretos. Según el sitio especializado Heart, la exposición prolongada al frío puede afectar al corazón, el cerebro y otros órganos vitales. Por su parte, el cardiólogo Haitham Khraishah señala que todos los sistemas del cuerpo pueden verse influenciados y que el tiempo frío aumenta la susceptibilidad a enfermedades, especialmente en personas con asma, afecciones pulmonares crónicas u otros problemas respiratorios.
Además, como es evidente, no todas las personas sienten el frío de la misma forma. Factores como la tasa metabólica, la actividad de la grasa parda —encargada de generar calor— y la sensibilidad sensorial explican por qué algunos se adaptan mejor a las bajas temperaturas. Por ello, quienes toleran el invierno suelen disfrutar del silencio, la quietud y la menor estimulación externa, mientras que los amantes del verano buscan energía, luz y contacto social.
No obstante, en algunos casos, el rechazo al invierno no es una preferencia, sino una condición médica. El Trastorno Afectivo Estacional (TAE) afecta a una parte significativa de la población y convierte la falta de luz solar en un verdadero desafío para la salud mental.
Al final, amar u odiar el invierno es el resultado de una compleja combinación de biología, recuerdos y emociones. El frío actúa como un espejo que refleja nuestras necesidades internas, ya sea de introspección y calma o de libertad, luz y movimiento.

