Las desdichadas nuevas leyes de "Bienestar animal" están consiguiendo, como cabía esperar de sus absurdos planteamientos, efectos perniciosos que amenazan con el final de la afición a las mascotas y también con los ecosistemas de borde entre la ciudad y el campo.
Comienza la aparición de problemas de convivencia entre los ciudadanos. Los enfrentamientos entre "gatófilos" y "gatófobos" ya han empezado a manifestarse.
Desde el punto de vista ecológico los gatos no pueden convertirse en
animales asilvestrados, especialmente en lo referente al medio rural o a los referidos ecosistemas de borde entre el campo y la ciudad, como esas urbanizaciones que no pueden calificarse ni de corte ni de cortijo.
Los gatos extraviados o fugados de hogares con dueños poco cuidadosos con la seguridad de sus mascotas, suelen sobrevivir en libertad; no así los pobres perros vagabundos que se convierten en poco tiempo en presas de la voracidad del tráfico.
Nuestros pequeños felinos domésticos son maravillosos depredadores capaces de adaptarse a la condición de cimarrones una vez que se han extraviado y han perdido su condición de domésticos. Los gatos asilvestrados cazarán, y no sólo roedores, como sería deseable, sino también pájaros, muchos de ellos de especies protegidas, pequeños reptiles y todo lo que se mueva y se ponga al alcance de sus nueve garras y sus extraordinarios reflejos.
Según la reciente "Ley de bienestar animal", legado ideológico del anterior Director D. Sergio García Torres, los Ayuntamientos tienen una patata caliente en las colonias de gatos asilvestrados que tengan la desgracia de ver asentarse en sus territorios.
Los felinos invasores no serán considerados como "gatos vagabundos o abandonados", sino como "gatos comunitarios", y a partir de este concepto demencial todo serán obligaciones para los munícipes y sus arcas, generalmente no demasiado solventes.
La normativa gatuna obliga a la captura, marcaje, esterilización,
alimentación y refugio para tales "gatos comunitarios"; no sólo son
necesarios veterinarios especializados para la castración y atención de las enfermedades de los mininos, sino voluntarios "cuidadores" obligados a la alimentación de estos "okupas" del reino animal, casi más mimados que sus colegas humanos.
Ni los naturalistas y los ecólogos profesionales, ni los veterinarios, ni
muchos vecinos sufridores de las molestias ocasionadas por los "gatos comunitarios" comulgan con estas ruedas de molino. Los profesionales de la ecología tratan de recordarnos los estragos que las colonias de gatos asilvestrados han causado en repetidas ocasiones al introducirse en santuarios de la naturaleza.
Especialmente desastrosos han sido los efectos para la fauna de las islas cuando algunas de ellas han sido colonizadas por gatos transportados por personas o por embarcaciones; algunas reliquias zoológicas como los marsupiales australianos o las aves endémicas no han sido capaces de soportar la presión de estos depredadores, tan formidables en su acción cazadora como sus parientes los felinos silvestres.
Volviendo a nuestras latitudes hispánicas, algunas colonias de aves, como los abejarucos y los pájaros, granívoros e insectívoros, especialmente los migratorios, vienen sufriendo una depredación, en algunos enclaves insostenible, a cargo de los protegidos "gatos comunitarios".
Algunos naturalistas de verdadero prestigio que han recurrido a la captura de gatos especializados en la depredación de aves silvestres para trasladarlos a otro lugar sin hacerles daño alguno, han sido objeto de denuncias por parte de gatófilos que los tachan de verdaderos asesinos.
La crispación está servida, porque el Seprona, como si no tuviera bastante trabajo con la persecución de la verdadera delincuencia ambiental, se ve obligada a intervenir para investigar las denuncias de los defensores de la inviolabilidad de las colonias felinas.
Como cabía esperar la conflictividad entre el vecindario ya ha comenzado. Alguno de los "cuidadores" de las colonias felinas está sufriendo las invectivas y los ataques de quienes dicen recibir molestias por parte de los gatos. Son las consecuencias de la falta de previsión y el buenismo tontuno de los legisladores ignorantes de las realidades zoológicas, sociales y vecinales.
Por supuesto que resulta rechazable la brutalidad de algunos contra las camadas de gatos asilvestrados, pero la verdadera solución al problema de los mismos está en evitar el abandono o el extravío de los ejemplares domésticos y la proliferación en el medio natural de los ejemplares cimarrones.
El sacrificio masivo de ejemplares abandonados o asilvestrados es algo que hiere la sensibilidad de cualquier persona medianamente civilizada, pero para evitar tener que llegar a medidas de este tipo, que nadie deseamos, es más realista apoyar a las protectoras que mantienen refugios felinos y caninos y se esfuerzan por fomentar la adopción, que creer en la utopía de considerar a los animales domésticos que han tenido la desgracia de ser abandonados, como parte integrante y financiada del entorno humano, rural o urbanizado.
Adopción, no sólo de perros, también de gatos vagabundos: esta es la
solución para un problema capaz de fustigar las arcas municipales de
tantas poblaciones que no disponen de fondos ni para atender a sus
ancianos, y también, como ha comenzado a demostrarse, de enfrentar a los vecinos, damnificados por la proliferación de gatos en libertad frente a "protectores" de los mismos.
¿Crispación?: aquí tiene el Presidente del Gobierno un magnífico ejemplo, pero no se moleste en hacer destituciones, porque los legisladores de la "Ley de protección animal", de inspiración podemita, ya han dado un paso hacia el anonimato, aunque no dejaremos de recordar los efectos de su desastrosa gestión.