
En los últimos 40 años, China ha ejecutado lo que muchos califican como la mayor campaña de reforestación de la historia. Se han plantado 78.000 millones de árboles gracias al plan Gran Muralla Verde que se inició a finales de los años 70. Y desde entonces, desiertos y suelos erosionados se han transformado en zonas boscosas visibles desde el espacio. Vamos, el sueño que la Comisión Europea quiere hacer realidad con la ley de Restauración de la Naturaleza.
Sin embargo, lo que en China parecía una respuesta ecológica casi perfecta a la desertificación y el cambio climático, ahora ha provocado un problema inesperado y monumental: el gigante asiático ha alterado su propio ciclo del agua, y no necesariamente para mejor, según un reciente estudio publicado en la revista Earth’s Future.
Cuando plantar árboles cambia un país
La investigación ha analizado los datos del uso del suelo, precipitación y evapotranspiración entre 2001 y 2020 y se ha descubierto que las grandes expansiones de vegetación han modificado de forma muy clara la forma en que el agua circula dentro del país.
¿Por qué? Porque los árboles y la vegetación no sólo capturan carbono, sino que también beben agua del suelo y la liberan a la atmósfera. Este proceso, denominado "evapotranspiración", es esencial en un bosque sano, pero a gran escala tiene efectos profundos:
En primer lugar, aumenta la pérdida de agua hacia la atmósfera, especialmente en regiones donde se plantó mucha vegetación. En segundo lugar, redistribuye la humedad atmosférica, a veces muy lejos, gracias a los vientos. Y, por último, puede reducir la disponibilidad de agua en tierra firme, justo donde la necesitan personas, cultivos y ecosistemas locales, señala el estudio.
El resultado observado es paradójico: aunque el ciclo del agua se ha "activado" con más evaporación y lluvias en ciertas áreas, en la mayoría del territorio chino (especialmente en el este monzónico y el norte) la cantidad de agua disponible para uso humano y agrícola ha disminuido. Sin embargo, algunas partes del Tíbet han visto un aumento de agua disponible por la llegada de humedad transportada desde otros lugares.
Esta redistribución hidrológica no es trivial: esas zonas con menos agua constituyen cerca del 74 % del territorio nacional, y muchas de ellas ya eran críticamente secas antes de la reforestación.
¿Qué significa esto en términos reales?
China tiene un desequilibrio hídrico histórico: el norte del país alberga casi la mitad de su población y más de la mitad de su tierra cultivable y, antes de la gran reforestación sólo disponía de alrededor del 20 % del agua total del país .
El estudio señala que plantar más árboles en zonas con escasa agua puede haber exacerbado ese desequilibrio, porque el agua que se evapora de esos bosques muchas veces no regresa en forma de lluvia localmente, sino que se desplaza a otras regiones.
Es una lección de la física del planeta: los sistemas ecológicos están interconectados. Una intervención masiva en el uso del suelo —como plantar miles de millones de árboles— puede tener consecuencias no lineales sobre el clima y los recursos hídricos.
La experiencia china podría ser también una buena lección para la Comisión Europea y los Gobiernos europeos que apoyan planes de reforestación sin contar con el debido asesoramiento científico: plantar árboles sin integrar una gestión hídrica y un entendimiento profundo del ciclo del agua puede traer efectos secundarios imprevistos y provocar impactos adversos en zonas ya vulnerables.


