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¿Afecta el invierno al deseo sexual?

El deseo sexual pasa por diferentes etapas a lo largo de la vida y a lo largo de un año. El clima exterior afecta mucho a las ganas de desnudarse.

El deseo sexual pasa por diferentes etapas a lo largo de la vida y a lo largo de un año. El clima exterior afecta mucho a las ganas de desnudarse.
pareja, besándose, joven | Pixabay/CC/stokpic

La primavera la sangre altera y el verano nos quita ropa y todo parece favorecer nuestra activación en la cama, sin embargo, el invierno no es una estación muy fogosa ¿Cuánto hay de cierto en esto?

El deseo sexual parece no hacer un buen tándem con el frío ya que con la bajada de las temperaturas, la libido cae igual que el termómetro y muchas parejas se meten en una especie de cueva a esperar a que pase el temporal para volver a tener unas relaciones sexuales plenas y con cierta asiduidad.

¿Por qué sucede esto? Porque el frío trae consigo más apatía y menos ganas de mostrarse a los demás y, si se quiere tener relaciones, es necesario reactivar todos los mecanismos para recuperar el deseo sexual y las ganas de estar con la persona que se tiene al lado. Hay menos horas de luz y esto afecta a nuestro estado de ánimo y también al sexo.

Uno de los motivos por los que el invierno detiene o baja el deseo sexual son las hormonas. Por el contrario, un clima soleado ayuda a hombres y a mujeres con la secreción de endorfinas, por lo que el estrés disminuye y uno se sientes más cariñoso al mejorar el estado de ánimo. La vitamina D es básica en estos procesos y la falta de luz solar en invierno hace que su nivel disminuya, especialmente en las mujeres.

Según el estudio Mitos y realidades sobre sexualidad y anticoncepción en las millennial españolas elaborado por Bayer y en el que participaron mujeres de entre 18 y 30 años, un 53% de las encuestadas afirmaba experimentar cambios en su deseo sexual según la época del año y para el 67% de ellas el invierno es la peor de las cuatro estaciones para practicar sexo. Es más, es en Navidad cuando se llega al punto más bajo en la actividad sexual pese a las vacaciones y los días libres que disfrutan muchas personas en esas fechas.

El clima y el frío tienen mucho que ver, tanto en el estado de ánimo de las personas como en el deseo sexual. El otoño y el invierno se caracterizan por la disminución progresiva de la temperatura y la luz del día, pues los equinoccios de la segunda mitad del año acortan la duración de la luz solar.

De manera natural, las personas se comportan con más actividad física y erótica durante la primavera y el verano, por lo que el invierno siempre se ha considerado una época de calma y reposo. Sin embargo, pese a que el clima caluroso y la luz del Sol resultan ideales para las relaciones sexuales, es en el invierno cuando las parejas tienen mayor oportunidad de intimar. Las vacaciones, el deseo de quedarse en casa y el significado del invierno propician una mayor conexión emocional y aumentan el compromiso en las relaciones monógamas. Es por eso que la mayoría de los niños son concebidos en los últimos meses del año.

¿Por qué tener sexo en invierno?

  • Libera estrés

Es precisamente en los momentos de estrés cuando muchas personas eligen liberarlo a través del sexo por su efecto relajante, debido a la liberación de oxitocina, hormona de la relajación, el amor y el cariño, siendo antagónica al cortisol, hormona asociada al estrés y al miedo.

Además, la satisfacción sexual depende de muchos aspectos, y no necesariamente se eleva por la cantidad de relaciones sexuales que se tengan. Tampoco sucede con la intensidad del deseo erótico. Aunque suela ser indicativo de una buena salud sexual, no es determinante para que así sea.

  • Más nacimientos

Sí sería clave la intencionalidad o ese "para qué" queremos relacionarnos eróticamente y la satisfacción de esas expectativas. Aun siendo cierto que las condiciones del invierno no activen tanto el deseo, sí lo hacen con el amor.

Los meses más fríos invitan a buscar el calor de otro cuerpo y a pasar más tiempo con la pareja, o a buscar una, y se refuerza el deseo, quizá ya existente previamente, de construir vínculos más profundos y emprender nuevos objetivos en pareja.

Esto explicaría que el 16 de septiembre coincida con el mayor número de nacimientos. Por el contrario, en agosto es cuando menos bebés se conciben. ¿Esto significa que es diciembre el mes en que más relaciones sexuales genitales se mantienen? Probablemente no, sin embargo, sí es el más propicio para que las parejas decidan buscar descendencia, existiendo además otros factores que sí podrían contribuir a este hecho.

  • Más placer sexual

En invierno el aumento de la actividad sexual no se debe únicamente a las ganas de reproducirse, pues se hace por placer. Parece ser que las vacaciones navideñas suponen un incremento en las ventas de preservativos, dándose el mayor pico durante la semana anterior al día de Navidad, con el doble de ventas de preservativos que la semana posterior.

Es cierto que al llevar más ropa rozamos y sentimos menos la piel de los demás y la propia, cuestión que despierta el apetito sexual. Tampoco es una estación que parezca invitar a dormir desnudos, sin embargo, si se hiciera así animaría a juntar los cuerpos y regular la temperatura.

También es cierto que, y no solo en la cama sino en la calle, la ropa esconde más nuestro cuerpo en invierno y por esto mismo, al ver menos piel, se desea ver más. Todo deseo parte de una carencia, desear lo que ya tengo es incoherente; sí podría desear más de lo que tengo o algo relacionado a lo que ya disfruto. Así es como en invierno, nuestra piel y la suya, se convierten los estímulos más deseados.

  • Momentos de intimidad

Quizá el primer cuello vuelto del invierno desencadene un interés especial por conocer qué oculta. La imaginación siempre fue un factor determinante en el deseo, pues todo deseo, antes de ser expresado, fue imaginado. Lo que se tapa, lo escondido o prohibido activa mucho más el interés, siendo unos de los pilares de la erótica.

Se disfrutará entonces de esos planes caseros, de manta y serie, con esas bajas temperaturas callejeras que hacen buscar el calor del hogar; baños relajantes que hacen hervir el agua con los cuidados y el roce de los cuerpos. Y el gustazo de pegar nuestros pies gélidos a los de la pareja para dormir a gusto.

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