La Switch es un ejemplo claro de lo que Nintendo mejor sabe hacer. Es capaz de desarrollar productos que crean un sector sutilmente distinto al del resto de sus competidores, convirtiendo a éstos en un complemento más que en un rival.
Para conseguirlo Nintendo sigue fiel a sus principios creando consolas en las que la potencia gráfica o las características técnicas quedan eclipsadas por un concepto que trasciende la capacidad tecnológica. Quien se compre una Switch no lo hará para tener los juegos más sangrientos. Los usuarios de Switch (o de DS, Wii...) buscan imaginación, diversión más que emociones fuertes, fantasía más que realismo. Porque el mundo de los videojuegos no transcurre únicamente por los obscenos mundos de la realidad si no por el complicado y sutil sendero de lo irreal.
Y, en este campo, Nintendo sigue siendo la más eficaz con sus títulos franquicia (Zelda o Súper Mario) o con sus nuevos juegos como Splatoon o ARMS. Para ello Nintendo ha diseñado la consola total. Puede parecer una solución portátil pero una vez en casa sólo tienes que introducirla en el dock, sacar los mandos y disfrutar en tu tele de forma más tradicional.
Pero aquí no acaba todo. El concepto de socialización que Nintendo ha propuesto históricamente sigue más presente que nunca. Mientras el resto de consolas han apostado por una conectividad virtual a través de internet, los de Nintendo quieren que la gente se reúna en persona. Por eso la Switch está preparada para utilizar sus mandos Joy-Con para dos jugadores o conectar hasta 4 consolas en modo local, sin necesidad de internet.
Un diseño casi perfecto
Después de varios meses de uso intensivo se echan de menos algunas cosas. El primero y más evidente de los problemas es la batería. En un mundo cada vez más portátil la autonomía se tarifica por días. Los dispositivos aspiran a ser utilizados durante toda la jornada, fuera de casa. Sin embargo, la switch no cumple el objetivo. Puedes jugar quizás de ida y de vuelta a la universidad o al trabajo, pero si quieres prolongar la jornada con una partida con los amigos, o con una caña en tu terraza favorita, necesitarás ayuda adicional o la frustración se apoderará de ti.
El segundo problema es la pantalla. Aunque parece de tamaño suficiente como para ser utilizada en modo portátil con los mandos incorporados; cuando estos se separan, las 6,2 pulgadas son insuficientes. Esta carencia se hace aún más manifiesta cuando se trata de jugar en grupo. Por último, algo que echo mucho de menos, es la conectividad bluetooth de su audio. Cuando juegas en modo portátil se hace imprescindible ponerte auriculares para mantener el respeto de tus acompañantes, pero el cable por delante de la pantalla resulta incómodo y algo trasnochado en un mundo cada vez más inalámbrico.
Mi consola preferida, pero no la única
La Switch de Nintendo no aspira a ser la única consola de la casa para compartir horas de juego. Sin duda convivirá con la de Sony o la de Microsoft; incluso con los móviles. Está destinada a ser un complemento en el entretenimiento de todos los perfiles: para un público joven, incluso infantil; para los adolescentes más solitarios o más extrovertidos en sus reuniones callejeras; para los estudiantes universitarios o los trabajadores noveles en sus viajes en transporte público; o para los padres de familia habituados a una vida geek pero con poco tiempo para disfrutar de una partida larga y continuada.
En el mundo de la tecnología nos hemos acostumbrado a disfrutar de potencia y capacidades sobradas en nuestras máquinas pensando que éste es el único secreto de la diversión. Sin embargo, si algo ha demostrado la historia de los videojuegos es que, en ocasiones, la originalidad proporciona más satisfacción que los gráficos y las texturas. No digo que ambos caminos sean excluyentes. Todo lo contrario. Sólo me alegro de que la competencia en el sector siga buscando otros senderos transversales, menos concurridos cuando aparecen, pero más ilusionantes y duraderos. Al menos para mi.