
Acaba de publicarse el nuevo libro de José Luis Roldán Murillo, que transitó desde la licenciatura en Derecho y la abogacía laboralista al Cuerpo Superior de Administradores de la Junta de Andalucía, de la que llegó a ser Director General de la Función Pública hasta su dimisión en 1991. Fue colaborador de esta casa y, jubilado ya, se afana en la publicación de libros, una de sus grandes pasiones. Su nueva entrega se titula: Doctrina tabernaria y otras apacibles ocurrencias para lectores desocupados y candorosos
El primero, un libro de versos, se llama Nostalgias, lamentos y pesares y fue debidamente tratado en estas páginas. En sus poemas sentía, se quejaba, cantaba. Bilis con ironía. Este es su complementario porque ahora anota, medita, escarba en la razón, describe, trata de encontrar sentido, explicación, razón de ser a ese vivir descalabrado que le ha tocado a un creciente grupo de la generación española de los 70 (que aquí del 68 no hubo ninguna).
La dije así entonces: "Dentro de las generaciones, hay sub-generaciones. Este es un libro de versos que expresa el sentir de una de ellas, que cumple ahora los 70 años y se enfrentó al franquismo desde la izquierda. Por hacerlo, se distanció de la tradición, de su familia, rompió amores, abandonó deberes y profesiones, arriesgó la bolsa y el alma y finalmente comprendió que estaba equivocada. Fue entonces cuando comenzó a perder lo que le quedaba desafiando a los triunfantes sin anclaje en tierra firme alguna. Hoy transita, transitamos, por un limbo que hace de la crítica y la verdad su eje vital pero que ha perdido la inocencia y el músculo."
Por eso, su destino es la reunión tabernaria, el lugar perfecto para que ellos, los proscritos y cancelados destilen una doctrina que les permita seguir viviendo y peleando sin temor alguno a una victoria final. Ellos, nosotros, sabemos que tal hazaña es imposible para los caballeros andantes que aún siguen pensando que la libertad es un bien decisivo y la buena voluntad una necesidad de la convivencia.
Por ello, me atrevo a sugerir que este libro es el alimento espiritual adecuado para todos aquellos que, siendo de izquierdas, se avergüenzan de serlo, visto lo visto, o sencillamente han decidido dejar de serlo. O sea, está usted ante un prontuario culto e incisivo para dejar de ser de izquierdas sin creer que, por ello, dejará de ser bueno e inteligente.
La falacia izquierdista del "lado correcto de la Historia" ya no resiste en pie tras su declaración de guerra a cualquier verdad lógica u ontológica, incluso a la evidencia más luminosa. Si no hay nada que pueda ser llamado correcto e incorrecto, ¿cómo es que su lado de la historia es el correcto? Sólo queda el capricho ideológico o la monserga de un líder sin escrúpulos para dictar qué es o no correcto, según convenga en cada momento.
Incapaz de fraguar una Ética, al estilo de Aristóteles o Savater, dice Roldán, apellido de bravo y heroico (y de derrotado), sus lectores han de conformarse con un corpus (porcus) doctrinal de taberna para alivio de atribulados por la vida y su procesión de decepciones, todo ello "escrito sin malicia y con intención de agradar".
Dicho así, parece inocente, cándido, tal vez infantil e incauto. Pero si les invito a leer este libro es porque su autor es otro Max Estrella, no su admirado personaje de Valle-Inclán, sino el seudónimo del propio José Luis Roldán en los tiempos, necesariamente y otra vez clandestinos, en que batallaba contra la tela de araña andaluza, que sigue tejida y bien tejida, tanto que ha servido de modelo a Pedro Sánchez y su régimen corrupto y corruptor y de herencia a un inane PP andaluz que no ha querido destejerla. Se arrepentirá.
Por ello, no voy a referirme a sus tesoros personales, oníricos, fantásticos y biográficos sino a sus reflexiones sobre lo que nos ocurre en la vida española. En algún momento recuerda a Jiménez Lozano y suelta eso de que parece que Caín fuese español o padre de españoles. Sí, en sus páginas reside la lucidez del descreído, la precisión del servidor de hechos y derechos y la melancolía de quien cumplió años y almacena desengaños sobre la posibilidad del progreso moral.
Se tarda en descubrir que bajo el ropaje de las izquierdas late un corazón totalitario que quiere que lo individual, lo constitutivo de la conciencia, desaparezca y que tal empeño es un peligro público para todos los públicos. Es una enfermedad infanto-adolescente, hormonal si se quiere, que excluye el respeto por el saber derivado de los siglos y sus enseñanzas. Despreciar toda la tradición es una estupidez que impide aprender e incluso reformar. Es fatal, una nueva religión oscurantista y apocalíptica con la mentira y la ocultación como resortes íntimos.
Por ejemplo, hay que haber vivido y cavilado para decir en voz alta que actualmente: "El feminismo no busca la igualdad entre el hombre y la mujer, porque eso ya lo garantizan la Constitución, las leyes y las Instituciones, lo que persigue es justamente lo contrario: la supremacía de la mujer sobre el hombre. El feminismo aviva la guerra de sexos, una canallada impúdica. Y es que, como señalaba Revel, la ideología distorsiona la percepción de la realidad y suspende el ejercicio de la conciencia moral."
¿Es este el libro de un pesimista? No, al menos en el sentido del pesimista instintivo y supersticioso de las leyes de Murphy. Es, mejor, un escepticismo inteligente o, si se quiere, un estoicismo desafiante, al que se llega fracasando con la voluntad férrea de hacerlo todo mejor. Entonces, se comprende que la realidad ofrece resistencia al deseo de cambiarla. Por ejemplo, la democracia es una convicción de minorías dispuestas a cumplir sus reglas, pero las minorías tiránicas que se ocultan bajo ellas, animan a las mayorías a los fraudes y al servilismo. De ahí el despotismo blando en las democracias , que anunció Tocqueville.
"No existe Estado de Derecho sino inseguridad jurídica y arbitrariedad y desigualdad y privilegios de casta. En definitiva, estamos sumidos mansamente en un embeleco o en una ensoñación, que insistimos en llamar erróneamente democracia. La nación española tiene los días contados, si esta corrosiva plaga no es exterminada de raíz." Se advierte, sí, ¿pero es posible corregir la marcha hacia el precipicio?
Hurga en los ensayos de Gabriel Albiac, otro tabernario vocacional, hasta encontrar: ""…Sé un político. Miente. Y nunca pagues por ello. Todo es gratis. No hay más verdad de la política que esa (…) ni el error ni el abuso rinden cuentas (…) que el político sea un quintaesenciado canalla (…) es tan inexorable como las súbitas tormentas de junio. Redundancias." "Sobre nosotros, sí, cabe el reproche. Sobre quienes pagamos el sueldo de esos no fumigables malos bichos (…) sobre quienes ni siquiera aplicamos la elemental imposición: el que rompe paga; el que pierde se va a casa. Se le jubila. Y, a ser posible, se borra su recuerdo. No aquí." Sí, España es diferente.
Quizá la expresión más acabada de todo el libro sea: "Y ya lo que nos faltaba, el premio Nobel de literatura a Bob Dylan. No, a Borges, no, claro. ¿Qué quedará pronto que ennoblezca lo humano? Tal vez por todo eso, cada vez me gustan más los perros." Como a Lord Byron. En ella se descubre que el deslizamiento hacia la falta de cordura y de valores conduce a la animalidad. Y para ir de copias, mejor los originales. (Y eso que aún no había emergido el Pedro Nobel de la Paz).
Sí, la decepción reaparece una y otra vez en un libro sembrado de alusiones literarias, filosóficas, cultas, maná de lecturas llovidas con el tiempo que se han ido sosegando y trasegando en la soledad de los días. Sobre todo, defrauda la farsantería de quienes hacen de la apariencia patrañera un modo de vida. Y no son uno, son miles y muchos de ellos disfrazados de progresía para vivir como una casta sin mérito ni ideas propias.
"Nunca vi a todos éstos, cuando Franco vivía, rebelarse ni de pensamiento, palabra u obra contra el régimen. Ni siquiera en sus casas hablaban mal de él. Nunca los vi, cuando ser antifranquista era jugarse la carrera, el empleo, las habichuelas, la libertad y, a veces, la vida. Calamidades que, a menudo, alcanzaban también a la familia de los disconformes. Por desgracia, sé muy bien de qué hablo. De modo que verlos y oírlos hoy resulta un espectáculo bochornoso y ridículo." "Ayer no los vi en Babilonia", dejó sentado el escriba.
En sus páginas puede encontrarse desde un alegato en favor de la justicia imparcial y libre de la presión del poder a un manifiesto contra la ideología de género. En su defensa, cita un sentencia de la Audiencia de Madrid: "Admitir la persecución de ideas que molestan a algunos o bastantes no es democrático, supone apoyar una visión sesgada del poder político como instrumento para imponer una filosofía que tiende a sustituir la antigua teocracia por una nueva ideocracia…" Se refería al lobby LGTBI contra la campaña de Hazte Oír que proclamaba: "Los niños tienen pene, las niñas tienen vulva, que no te engañen."
Y vueltas mil sobre la democracia como leyenda fallida. "No hay democracia (o la hay en el sentido que le daba Aristóteles: es decir, como desviación o corrupción del gobierno de la mayoría orientado al bien común), sino oligarquía partidista, partitocracia, que sólo mira por sus intereses de casta; no hay libertad, sino en aquello que no empece los intereses sectarios; no hay Estado de Derecho, sino desigualdad, arbitrariedad y privilegios; ni Estado social, sino un vil limosneo impúdico y corruptor." Y recurre a Plutarco: "Parece que tenía toda la razón el que dijo que el primero que arruinó la soberanía del pueblo fue el primero que le obsequió con banquetes y reparticiones de dinero".
Pero no es sólo cosa de los partidos: "Nos toca nuestra parte. ¿Quién, si no, tolera este estado de cosas? Todo este tinglado está montado sobre una sociedad adormecida, de media conciencia, cohechada y, en buena parte, ignorante ("en la ignorancia del pueblo está seguro el dominio de los príncipes; vasallos doctos… saben juzgar si merece reinar el que reina…", lo advirtió Quevedo).
Deseante de una administración pública digna, capaz de funcionar incluso sin gobiernos, se duele de su perversión, de su servicio sectario, de su ineficacia, de su penetración salvaje. "En la medida en que la Administración se distancia de la racionalidad, la eficiencia, el servicio y la legalidad, aumenta su alusión mediante metáforas." Por ejemplo, "lobo con oficio de pastor".
Pero, renace el pesimismo, hay una ley no escrita, la ley de hierro de la oligarquía según la cual "cualquier organización terminará controlada por una oligarquía" y resulta inevitable "la transformación de los líderes en una casta cerrada, que utilizará la organización para satisfacer sus propios intereses... Sólo es cuestión de tiempo. Aquí, el tiempo se ha cumplido." La democracia consiste en elegir nuevos amos de cuando en cuando. O sea, es un espejismo.
Si un capítulo es "cada una de las partes numeradas en que se divide una obra literaria", este libro tiene 100 capítulos de extensión muy variable y un epílogo. En realidad, más que capítulos que se deducen unos de otros o se religan entre sí, son relatos, meditaciones y sorpresas, nunca ni ocurrencias ni apacibles, que tienen en común con los demás el ser la expresión de una manera propia de estar y ser en el mundo, lejano a la indecencia, a reverencia, a la fe ciega, a la sumisión, a la estupidez o al sectarismo.
Como no hay líneas para un resumen, porque además es imposible, acudo al índice para darles una idea del recorrido de alguien que fue capaz de soñar un mundo más humano y que, de desencanto en desencanto, ha desembocado en un realismo fértil que no renuncia a la necesaria ilusión de la que hablaba Julián Marías en su breve tratado pero que ya ha aprendido que hay distancia entre lo posible y lo imposible con o sin Macallan de por medio.
Por ejemplo, le duele España, le asquea que se fomente la mediocridad, le repugna el negocio con la COVID mientras la gente moría sin respiradores, le asalta el eterno retorno del cinismo, defiende la propiedad y le inquieta la discriminación judicial, según sea el togado. Odia al fanático que llegó a llamar a Ana Botella "la analfabeta esposa de un asesino psicópata" y al canalla que se mofó de la muerte de Adolfo Suárez. Desprecia incluso más al trilero que le llamó "tahúr del Mississipi".
Sabe de lo que habla. Cuando era profesor de la Escuela de Seguridad Pública de Andalucía, que forma a la Policía local de los pueblos y ciudades, comprobó cómo un partido político maniobraba para penetrar el cuerpo policial. El fin era asegurarse presencia ideológica en toda la región, en cada municipio. Es más, enchufaban a mansalva e incluso, ante su oposición, aprovecharon su ausencia para aprobar a quienes había suspendido por insuficiencia. Qué zahurda institucional. Pero no, esto no lo cuenta.
Sí, me reafirmo antes de llegar al epílogo poético sobre la soledad del limonero que se quejaba de ser regalo sólo con agua y no con romanzas de Doña Francisquita, que este es un libro desasosegado y, sin embargo, pacífico y agudo sobre la España y la vida que nos ha tocado vivir a los de esa generación proscrita del 70, en la que hemos rolado desde la izquierda extrema, o mística o utópica, siempre bienintencionada, hasta la reconquista de la libertad del realismo y la enseñanza de la convivencia.
No tiene el aspecto, pero en realidad es un manual muy ameno y exquisito para escapar de la obsesión dogmática de las izquierdas y no caer en la simpleza o la cortedad de las derechas, cobardes o no. Como podría haber dicho el gran filósofo colombiano Nicolás Gómez Dávila, este libro no se sitúa a la izquierda ni a la derecha sino enfrente de ambas hemiplejias espirituales que causan tanto sufrimiento a sus incautos rebaños. O sea, es un breviario para la ciudadanía que conviene muy especialmente a quienes se sienten capaces de dejar de ser de izquierdas (como lo probó, lo sabe).
Brindemos en esta taberna donde se proponen doctrinas en libertad sin deseo de invadir ni ocupar ni anular la conciencia de nadie. Sólo desde esta tarima se puede dialogar y acordar. Sólo desde este comercio libre de ideas y hechos se puede convivir razonablemente pagando precios justos. Todo lo demás es totalitarismo, maquillado o no, al que el dolor, la justicia, la virtud y las personas concretas – vive de lo abstracto -, le importan una mierda.
Buena lectura de un libro que, además, no se olvide, es como una introducción distendida a la cultura occidental, tal es la riqueza y pluralidad de sus fuentes espirituales. Mejor aún si son lectores (y electores) que están desocupados y se mantienen candorosos, aunque no es menester.
