
Para poder ver y escuchar en directo a Salman Rushdie debo pasar un control de seguridad donde echan un vistazo a mi mochila –tamaño XL con varios compartimentos para guardar el portátil, libretas, cosas así– y, tras abrir las piernas y alzar los brazos, ser procesado por un detector de metales que entra en estado de pánico a la altura de mi pierna izquierda. Le advierto al amable guardia de seguridad que llevo clavos debajo de las cicatrices y me responde que era lo que se imaginaba. Me pregunto si pasó algo semejante cuando el 18 de septiembre de 2021 un tipo consiguió colar una bolsa llena de cuchillos a un acto literario parecido en Estados Unidos cuando Rushdie terminó con quince puñaladas que casi le costaron la vida y lo dejaron tuerto.
Rushdie es el más famoso escritor de los convocados en la primera edición de cultur_ALH, con la Alhambra de Granada convertida en "marco incomparable" para que escritores hablen de sus cosas, de la inspiración a la libertad de expresión, que son también nuestras cosas. En este caso, se celebra el diálogo en el patio del Palacio de Carlos V entre el escritor indio de ascendencia musulmana educado en Oxford y Andrés Neuman, novelista de doble nacionalidad hispano-argentina, origen judío y afincado desde la adolescencia en Granada. Dos escritores cosmopolitas que charlan en un inglés elegante y culto ante una audiencia que ha tenido que llevar sus propios auriculares, en caso de necesitarlos, para la traducción simultánea, porque la organización se ha declarado sostenible, inclusiva y solidaria. Insiste el presentador en lo de sostenible, uno de esos ídolos de la tribu de los que hablaba Bacon. La ciudad está en la carrera para ser declarada "capital cultural" y hay que prestar atención a las exigencias de la Agenda 2030 y eso que llaman "el lado correcto de la historia".
La tarde es amable como lo fue aquella en Estados Unidos que terminó siendo infausta. Hay varias furgonetas de la policía aparcadas en los alrededores y muchos agentes desplegados por la zona. El público está formado en su mayoría por profesores, periodistas y policías, un público nada amenazante, salvo dos tipos que desentonan, ambos muy morenos, uno con el cuerpo cubierto de tatuajes y otro con una camiseta de Los Ramones y una gorra de béisbol. Pero el primero está claro que es un agente de la policía secreta y el segundo soy yo mismo, así que no me preocupo en absoluto de que haya un fundamentalista islámico entre nosotros.
De Rushdie leí en su momento, cuando la famosa y tenebrosa fatwa que decretó contra él el fanático ayatolá Jomeini, Versos satánicos e Hijos de la noche, su mejor novela, sobre la India poscolonial. Rushdie nació justo el año en el que su país se independizó de Inglaterra. No soy muy partidario del realismo mágico y no capté gran parte de las alusiones musulmanas e hindúes que desplegó un nacido en Bombay, pero lo que sí me quedó claro es que Rushdie forma parte del humor satírico y sátiro que en la tradición occidental, que tan bien conoce alguien educado en Oxford, representan Cervantes y Shakespeare, Rabelais y Hofmannsthal. No tengo ninguna prueba, pero tampoco ninguna duda, de que lo que de verdad irritó a Jomeini es el fino humor corrosivo de Los versos satánicos contra él mismo, ya que los fanáticos al estilo de los ayatolás son representados como una panda de analfabetos con ínfulas de profetas. La fatwa decretada por Jomeini contra Rushdie es una verificación de aquello que decía Cioran, que todas las religiones son una cruzada contra el humor.
Lo que más sorprende de Rushdie es lo risueño que es. Adorna sus reflexiones, que son profundas y lúcidas, con chascarrillos con los que él mismo se parte de risa. Salvando las distancias, me recordaba a Mariano Rajoy, en lo del humor, no en lo de la profundidad. Además, ambos llevan bigote y barba, y ambos sufrieron agresiones —de nuevo, salvando las distancias entre un puñetazo de un socialista y quince puñaladas de un islamista— que afrontaron con inusitado valor, prudencia y elegancia, aunque, claro, la procesión iría por dentro.
Rushdie, invitado por las cuestiones que planteaba Andrés Neuman, habló de los lenguajes de la verdad, lo que era especialmente paradójico en el contexto de un festival literario a mayor gloria de la burocracia de políticos que tratan de domar el arte de las palabras para ponerlo al servicio de su propaganda partidista. Rushdie nos habló acerca de cómo crear belleza a partir del caos, nos recordó a Naguib Mahfouz, un novelista musulmán atacado por los islamistas, y sobre los milagros que realmente existen: aquellos que se realizan en la esfera de esa cosa llamada "ciencia". Que el humor es la mejor venganza y de los escritores que enfrentaron como Quijotes a los nuevos puritanos, de Joyce a Nabokov. De la felicidad como género literario, dijera lo que dijera Tolstói, y de que hay más verdad en cierto tipo de ficción que en narraciones que pasan por ser más verdaderas, como la historia, lo que le convierte en un aristotélico avant la lettre. Neuman le recordó a Sherezade, que contaba historias para no ser asesinada, mientras que el indio cuenta historias que le pueden acarrear ser asesinado. Sobre el conflicto entre lo sagrado y el humor.
A la salida, me puse en la cola para que me firmase su último libro, Cuchillo, un memorial de su convalecencia tras el atentado que casi le cuesta la vida. De nuevo, casi más policías, grandes como la Torre de la Justicia, donde firmaba, que candidatos a que el escritor les autografiase su ejemplar, y a pasar otra vez por un control de seguridad. Sin embargo, ahora tuve más problemas porque al abrir la mochila se arremolinaron a mi alrededor tres guardias de seguridad observando el interior y evaluando si era un peligro porque junto a las libretas se divisaban unos objetos que relucían insospechadamente con el fulgor de unas armas de destrucción quirúrgica: mis bolígrafos Bic, tinta normal de color azul y rojo, así como dos gruesos lápices también de color negro y rojo. Como habrían visto El padrino III, sabrían que le podría saltar el ojo que le queda al Polifemo indio-británico. Ni siquiera mi camiseta de Los Ramones, los rockeros somos gente tranquila, me salvó y tuve que dejar la mochila fuera mientras pasaba a que Rushdie, parapetado tras una gran mesa y más guardias de seguridad, me dedicase el libro.
Tercera visita de Rushdie a Granada y a la Alhambra. Vino de estudiante con 18, la visitó junto a Antonio Muñoz Molina con 48 y se reencuentra con el Patio de los Arrayanes a los 78. Durante su convalecencia tras las puñaladas, y hasta arriba de drogas, tenían ensoñaciones con el palacio nazarí al que veía construido con letras. Parece difícil que vuelva a los 108 porque incluso alguien como él parece que no podrá evadir tanto tiempo a la parca, pero milagros más raros se han visto en sus novelas. Como dije, dice Rushdie que él sí cree en los milagros, solo que él llama milagros a los que hace la ciencia. También son un milagro sus novelas. Pronto saldrá una más mientras su asesino frustrado se pudre en la cárcel. Y eso es también un milagro, que los buenos ganen y los malvados pierdan. Benditos milagros. Lamentablemente, no le han concedido el Nobel de Literatura, me temo que su nombre esté tachado de la lista de candidatos no sea que los de siempre vuelvan a enarbolar la bandera de la intolerancia, el crimen y la estupidez. Al menos, el húngaro László Krasznahorkai pertenece a su estirpe de literatos capaz de bailar tangos satánicos.
