
Todo está en su reciente ensayo, El eclipse del padre, cuya explicación tuve la fortuna de escuchar de sus propios labios en el encuentro que Res Hispánica celebró hace dos semanas en el refectorio franciscano del Monasterio de La Rábida en Palos de la Frontera (Huelva), precisamente el convento al que se dirigió Colón, tras fracasar su propuesta a la corona portuguesa. Gracias a los "menores", tuvo acceso preferente a la reina Isabel la Católica. Fue el principio de la extensión de la civilización europea al continente americano, ahora condenada a la cancelación.
Inmediatamente, el autor precisó que se trata únicamente de un eclipse de la figura del padre, un ente arquetípico que parece aludir a nuestra civilización occidental greco-latina-judeo-cristiana, un ensombrecimiento momentáneo y circunstancial, no de una desaparición (o asesinato) definitivos. Se debe sobre todo a la ceremonia de la confusión del lenguaje y su significado elevado a liturgia impropia por la maniobra, mejor que razón, e incluso que sinrazón, woke.
Gabriel Albiac quiere ser riguroso y respetuoso con los lectores. En el subtítulo exhibe la expresión "razón woke" y no "sinrazón", como quiere su amigo Agapito Maestre, porque, probablemente, no es su deseo condicionar la reflexión a la que invita mediante la introducción de una descalificación previa a todo razonamiento. Llamarle "razón" también es problemático porque sin lógica ni ciencia ni prueba ni arquetipos fundantes ni tradición histórica, ¿qué razón puede haber? Es posible que aperpleje, pero, cuando menos, no predispone.
Cita Albiac a Albert Camus al comienzo de su libro. Es una frase tomada de un texto de su Filosofía de la expresión, artículo escrito en 1944 sobre un libro del filósofo Brice Parain sobre la verdad o la mentira de nuestro lenguaje. Traduce a Camus: "Nombrar mal un objeto es añadir desdicha al mundo". Es provocar el desentendimiento entre las personas, lo que antes o después conduce al dolor social. De tal modo, ni hablando se entiende la gente, que es el gran objetivo: la discordia, la división y la guerra (Heráclito vive), mediante la arbitrariedad del nombrar. Eso hace la artimaña woke.
Es la consecuencia de la "razón" woke, palabra que significa, precisamente, "despertar". Pero ese término, despertar, se refiere a una realidad a la que se vuelve, preexistente, perdurable. Los sueños, sueños son. Pero la misma palabra "woke" es renombrada y traicionada por el ejercicio de una voluntad sin control que redefine, altera y modifica a su antojo porque en realidad es una voluntad política desenfrenada. No despierta, sino que trastorna.
Nuestro pensador dice ser ya "en la vana noche, alguien que cuenta las silabas", que escribió Jorge Luis Borges en uno de sus tankas, pero señala que, gracias a esa tarea, detecta que hay versos que se dicen endecasílabos pero que tienen más o menos sílabas de las que debe o que el nombrado como alejandrino está incompleto o deforme. Esto es, denuncia, acusa, imputa lo mal designado, aunque no tenga cuerpo ya para la batalla frontal. Revela que hay un lenguaje que traiciona arteramente a las cosas mismas identificadas por la experiencia atenta de los siglos. A pesar del cansancio del tiempo, el contador de sílabas está vivo y presente. Es útil, muestra, señala, insta a la acción.
"El tiempo en el cual era factible llamar a cada cosa por su nombre caducó. El salto de milenio lo trocó en prehistoria. Los nombres son ahora «correctos»: es decir, «corregidos». A la medida exacta que un supremo censor dictamine acorde con sus cánones, normas y desvelos. Da igual lo que hayan podido significar las palabras. Igual, lo que significan, si es que significar significara todavía algo. Da, sobre todo, igual lo que no significan. Nada hay debajo de las palabras que no sea inquebrantable voluntad de servidumbre al amo que las pone en orden."
Lo correcto, esto es, lo corregido no es otra cosa que "una depauperada jerga, a la que todos llaman hablar y, bajo cuyo pintoresco galimatías, todos viven la certeza de que los habita un dios, un guía en cuyas finalidades no hay extravío posible. Y no saben que no hay nada. Que, si alguna vez lo hubo, fue hace mucho cancelado. Como ellos. Correcto todo. Asesinar al padre es hoy ocioso. Lamento comunicárselo, Doctor Freud. Se extingue, el vetusto tirano, en la anónima cama de una mugrienta UCI de mala muerte. Lo desconectamos."
Esto es, se trata de imponer un mundo de orfandad, sin padre ni madre (arquetipos primordiales). Se cercena así la continuidad, el derecho humano tal vez más importante que afecta, por extensión, a las generaciones, que decía Ortega: el derecho a la continuidad, fundamento de la salvación de lo empíricamente relevante y beneficioso y magma destinado a la reforma de lo que se aviene mal con las nuevas posibilidades históricas.
Precisamente, destaca Albiac, cómo la civilización occidental ha eludido, en su conjunto, toda cancelación de obras y personas, incluso cuando los contenidos preservados iban contra su propia continuidad. Explicó, no en el libro sino en La Rábida, la historia del monje que encuentra el De rerum natura de Lucrecio, que canta a la materia y abole a los dioses. Pero no lo destruye, no lo cancela, sino que lo copia y lo difunde. Respeto por la palabra escrita, dice nuestro filósofo. Y añado, respeto por el diálogo que es capaz de absorber lo que de nutritivo tienen las palabras e ideas del Otro, el camino razonable del Buey Mudo.
Tal vez pueda decirse, desde la meditación sobre este libro, que en realidad enfrentarse al Padre, esto es, al conjunto de normas y valores practicados, traicionados o simulados y transmitidos por la generación o generaciones precedentes es forzoso para todo hijo. Necesita crecer para ser y hacerse un hueco en el mundo y ese hueco no tiene más remedio que ser propio, no caben otros en él. Hasta Jesús, algo que no se trata en sus páginas y que se echa de menos[i], ocupó un nuevo lugar humanizando al Padre sin desaprovechar su legado.
Otra cosa es que la continua labor de desgaste del arquetipo Padre perpetrada por la especie haya conducido a lo que nuestro pensador quiere creer que es un eclipse transitorio. Pero no hay forma de saber si en realidad es el asesinato definitivo de nuestra civilización fundante. De hecho, las nuevas posibilidades tecno-biológicas inducen a considerar que la supuesta Naturaleza humana es recreable y que, en realidad, nada está escrito sobre el futuro de la especie en el planeta y en el Universo.[ii]
Pero una cosa es cumplir ese mandato de la condición humana, desafiar y superar al arquetipo, y otra diferente hacerlo de manera estúpida, fútil, caprichosa y banal. Gabriel Albiac, sensible a la muy peligrosa charlatanería infanticida del transgenerismo[iii], parte esencial de la marea woke, escribe:
"Mundo feliz: sin sexo, of course, que ahora es llamado pudibundamente género por los que ni siquiera saben que, en español, solo las palabras tienen género, nunca las realidades. No es una suplantación semántica sin más, esta del «sexo» por el «género». Marca el movimiento más reaccionario para la vida privada en el último siglo, su mayor retroceso después de Freud. La regresión puritana, de la cual las iletradas neofeministas identitarias se han erigido en vestales, descalifica todas las iniciativas liberatorias que marcaron la vida de las mujeres en la segunda mitad del siglo XX, cuando el feminismo era sexualmente emancipatorio. Sexualmente; no «genéricamente»".
Algunos, aclaró el catedrático emérito, parecen que han deformado al pie de la letra la tesis XI sobre Feuerbach en la que Marx, que estudió 20 años en la Biblioteca del Museo Británico, sentaba que "los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de diversos modo el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo." Sentó Gabriel Albiac que no dice que sean los filósofos quienes deben transformar el mundo. Si ellos no, ¿los palabreros de ocasión sí?
Las intenciones voluntaristas no pueden cambiar el mundo, sino que son las realidades motoras que en sí lleva de forma necesaria las que lo consiguen, hubiera dicho el santón. Mucho menos cuando se trata de gente asfixiada por su YO huérfano, con caprichos y pocos mimbres, la que pretende hacerlo, no desde ideologías (siempre, en parte, racionales), sino desde alocuciones propagandísticas cuyos únicos fines son mandar, dictar, poder y dominar. Eso tan simple y tan cutre es la "razón" woke, algo instrumental, asustancial, injustificado.
En el Epílogo, que marca como "Padre nuestro", Albiac parece concretar, tras un minucioso estudios de arquetipos y tipos desde el origen de la civilización occidental, a ese nuestro Padre:
"«De mi padre [venero] la mansedumbre y la firmeza serena en las decisiones profundamente examinadas. El no vanagloriarse con los honores aparentes… La autosuficiencia en todo y la serenidad. La previsión desde lejos y la regulación de los detalles más insignificantes sin escenas trágicas… La tolerancia ante la crítica en cualquier materia. Ningún temor supersticioso respecto a los dioses ni disposición para captar el favor de los hombres mediante agasajos o lisonjas al pueblo; por el contrario, sobriedad en todo y firmeza… Todo lo había calculado con exactitud, como si le sobrara el tiempo, sin turbación, sin desorden, con firmeza, concertadamente»".
Ah, no, parecía que…pero no, el que expone es Marco Aurelio. Nuestro pensador está menos esperanzado en el poder de un modelo. Tal vez, de tanto golpear al Padre arquetípico, hemos terminado por ser "…los hijos bastardos de un monoteísmo despiezado: engranajes dispersos de la que fuera memorable máquina escénica tridentina. Hoy, piezas oxidadas: material de desguace. Alienta aún en nuestra estirpe un átomo del impávido rigor estoico. Y, del Padre Eterno, velamos el trono vacío. En el cruce de esa melancolía nos avenimos, a veces, hasta a fingirnos intemporales. Aun acosados por el amenazante retorno del Todopoderoso. Huérfanos y precarios. A la pesada sombra de aquel, habremos de seguir orando. En vano."
"No hay Padre, pero debiera haberlo", concluye. Si no hay Padre, hay adanismo, neurastenia por nombrarlo todo de nuevo. Pero hay lengua heredada, intersección de significados que nos constituyen. "A esa regulación de imágenes, sueños, fantasmas, cuya tarea asume una función que ejerce autoridad y orden, llamamos paternidad. O magisterio." O Dios.
¿Nada más? ¿Nada puede hacerse sino contar sílabas? ¿Cómo saber entonces que lo woke no es correcto si se sospecha que no hay nada que lo sea? Cierto, andamos a la deriva. Pero, ¿podemos hacerlo de otro modo? Habré entendido mal. ¿El problema de lo "woke" es simplemente su defectuosa incardinación en nuestra estructura simbólica "paterna", que lo hace carne de manicomio, o es que, dice Albiac, su estructura simbólica no está bien soldada y tiene cables pelados? ¿O es que es tan poco aceptable por parecerse a una religión suplente?
Un apunte sobre la forma bella
Además de los conceptos, las ideas, los argumentos, las inferencias y las logicidades, está la belleza de su texto. Este libro de Gabriel Albiac no sólo conmueve por su firme afán de no engañar ni engañarse sino por la seducción que sobre el lector ejerce su prosa y, más aún, la atracción que consuma la pasión de los párrafos que selecciona de todo el trasfondo original de la paternidad occidental, de los mitos. Si a ello unimos las noticias insospechadas que atesora, se entenderá que este ensayo debe ser leído.
A lo largo de todo el libro, no demasiado extenso, se pasa revista a los arquetipos Padre-Madre, Hombre-Mujer, y al hacerlo, el filósofo aporta una colección emotiva de testimonios de la mitología y el teatro clásicos a los que añade otros del surrealismo o de esta nuestra época. Igualmente, al comentarlos, se abandona a una suerte de lírica filosófica que siembra de sugerencias y de conexiones posibles la cabeza y el corazón del lector.
¿O no es trágicamente hermoso traer a colación al viejo rey troyano Príamo suplicando a Aquiles, el matador de Héctor? No sólo se mata al Padre, como Edipo y como tantos y tantas que se relacionan ensartando los hechos históricos o literarios. A veces mueren los hijos:
"A Héctor, el único que me quedaba, para proteger la ciudad y a sus habitantes, me lo mataste ayer, defendiendo su país. Por él vengo hasta las naves de los aqueos para rescatarlo. Te traigo un inmenso rescate. Vamos, respeta a los dioses, Aquiles. Y, evocando a tu padre, apiádate de mí. Porque, más que él, tengo yo derecho a la piedad. He osado lo que jamás osara aquí abajo un humano: he llevado a mis labios las manos del hombre que mató a mis hijos». Comenta Albiac que el viejo padre trata de invocar al Padre que habita en Aquiles.
Otro ejemplo. Cierto es que Edipo mata al padre y yace con la madre, pero es inocente, no lo sabía. El Edipo en Colono dice: "«Si llegué al extremo a que llegué, no fue a sabiendas". Y sigue: "Víctima fui, amigos, víctima fui forzosa de males inauditos. ¡Sépalo la divinidad!, nada hubo de voluntario en ellos». O "sin saberlo, llegué a ser el que soy".
Albiac recorre de la mitología griega a las aventuras de Guillermo, tomos de los que no quiere desprenderse nunca, y en cuyo libro titulado Guillermo el amable se expresa con un realismo casi blasfemo cómo el feminismo triunfó más por la guerra europea que por la lucha de las sufragistas. También transita del surrealismo irreverente adorador de personajes como Kiki de Montparnasse, una de las mujeres sin lazos patriarcales, a parricidas como Violette Nozières, a la que defendió incluso nuestro Salvador Dalí en el empeño estético de un mundo sin hombres, esto es, sin padres.
Dicho de otro modo y, para terminar, todo el argumento central del libro acerca de la bobería de un wokismo despreciador de la "sombra" del Padre, está envuelto en la elegancia fecunda de un discurso que muestra a las claras lo íntimamente que Gabriel Albiac conoce los arquetipos que nos han conformado como sujetos.
En su libro, Kafka se rebela contra su padre, muestran Freud o Lacan sus deducciones, saltan los Narcisos del estanque espectacular sin compasión por su ninfa enamorada, sube al cielo la princesa condenada a ser violada por el gran Sapo del pantano de H.C. Andersen y el replicante Roy de Blade Runner exige la vida eterna a su padre. "Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir."
En fin, un festival de erudición plena, no hueca ni vacía, que hace que, además de suscitar una meditación sobre el eclipse del padre que produce el wokismo, las ideas se amontonen sobre otros muchos hilos colaterales de la tesis principal. Tomen nota de este poema anticipatorio de Paul Éluard que incluye:
"«Un día no habrá ya padres
en los jardines de la juventud.
Habrá desconocidos,
todos los desconocidos,
los hombres para los cuales una es siempre nueva
y primera,
los hombres para los cuales una escapa a sí misma,
los hombres para los cuales una no es hija de nadie."
Así se describía cómo merecía ser deshecho "ese espantoso nudo de serpientes" que son los lazos de sangre, la familia.
Todo está en este libro. Los fieles de la secta woke repiten jaculatorias a sus dioses de ocasión mientras cancelan todo lo que tenga que ver con Manhattan de Woody Allen y Diane Keaton. Un ejemplo entre miles. ¿Sólo eclipse? ¿Sólo contar las sílabas? ¿Capítulo primero? ¿O será el último?
[i] No se trata la construcción mitológica del Padre en la tradición judeocristiana más que de pasada. Hitos como el de Caín y Abel, Moisés, Abraham (sólo apuntado) y Jesús hubieran sido esclarecedores. Lo mismo ocurre con las mujeres desde Eva a María pasando por Sara y Judith, y después, a Santa Elena, santa Juana de Arco o santa Teresa, por dejar unos hilos.
[ii] Hay un inquietante exposición de las ideas de Martine Rothblatt en el capítulo "Paternidad sin padre" donde se anuncian los propósitos de dar a luz seres humanos sin padres determinados o no derivados de sexo alguno. Nada nuevo en la mitología griega o en la teología cristiana, pero hoy posible.
[iii] A la tragedia de los "trans" dedica Albiac buena parte de dicho capítulo, donde exclama: "Que los legisladores españoles están enfermos, moralmente enfermos —de mezquindad, de vanidad, de orgullo, casi siempre de ignorancia—, lo sabemos. Habremos de constatar, sí, en estos años que seguirán a la aplicación de la llamada «ley trans», si esa enfermedad moral va a ser contagiada sin más a los médicos. O si estos darán, al fin, esa que es hoy una elemental batalla por la dignidad humana. Frente a la crueldad y a la superstición. Frente a la incuria."
