
De las grandes paradojas españolas contemporáneas quizás la mayor es que empezamos la democracia con un líder franquista que acabó su carrera política como socialdemócrata, habiendo puesto los fundamentos de la democracia liberal, y hemos ido descendiendo hasta llegar a un político originariamente socialdemócrata que ha terminado siendo autoritario y puesto las bases de una democracia populista.
Adolfo Suárez fue un franquista que acabó a la izquierda de Felipe González y fundó, con otros tres franquistas –Juan Carlos I, Torcuato Fernández Miranda y el militar Gutiérrez Mellado– las instituciones liberales que hoy todavía disfrutamos. Cuatro décadas después, Pedro Sánchez –de la mano de la comunista Yolanda Díaz, el exetarra Otegi y el golpista prófugo Puigdemont–, recorre el camino inverso: un socialdemócrata que deriva hacia el autoritarismo, indultando a golpistas y legitimando a dictadores como Maduro, erosionando esas mismas instituciones. Esta inversión simétrica es la gran paradoja española, o cómo pasar de un estadista liberal a un caudillo plebiscitario. De Suárez a Sánchez se escribe la parábola completa de una degeneración en la clase política española en la que los enanos se han subido a los hombros de los gigantes que les precedieron, pero no para mirar más lejos sino para tratar de acabar con ellos, con su memoria y su legado.
