
Aún caliente por su reciente impresión, acaba de llegar a las librerías Terror rojo 1931-39, del catedrático Francisco Núñez Roldán, un autor ya consolidado por numerosas publicaciones anteriores. El nuevo libro anuncia como subtítulo explicativo: "Ideología y barbarie en la II República y la Guerra Civil española", muy oportuno porque aclara cuál es el sentido que tiene en estos momentos dar a luz una reflexión sobre el terror rojo, por una vez, muy centrado en Andalucía, esa región en la que la pronta y mayoritaria victoria del bando nacional ocultó la existencia previa o simultánea en algunas provincias, de un terror rojo atroz.
Paco Núñez Roldán es un autor valiente que no se acobarda ante el riesgo que presentan los temas que trata. Digamos sólo que hace siete años, publicó Pura raza, que comentamos en Libertad Digital. En aquel libro afrontaba las relaciones entre el nacionalismo vasco y el régimen nazi tras la finalización de la contienda española. Aunque novelada, su enraizamiento en los hechos es contundente.
La intención de este ensayo histórico es desafiar la visión, falsa por idílica y desfigurada, que se ha dado del período de la historia de España que transcurre entre la proclamación de la II República y el final de la Guerra Civil. El ingrediente esencial de sus páginas son los hechos innegables, la materia prima de toda historia que se precie. Sabido es que cuando su conocimiento obstaculiza la propaganda partidista de algunos, se deforman o se silencian. Stalin llegó incluso a borrar de las fotografías a personajes que luego le incomodaron.
Como se recuerda en su prólogo, César cruzó el Rubicón desdeñando el derecho político romano que impedía a los ejércitos romanos traspasar aquel límite. Podrá interpretarse si se quiere de muchas maneras, pero nadie puede borrar el hecho concluyente de que César cruzó ese río y con ello ignoró la ley de la República romana.
Quizá lo más relevante de este libro es su minuciosa, y sin embargo no agotadora, exposición de hechos macizos que no son tenidos suficientemente en cuenta, oscurecidos o son marginados, cuando no eliminados, por los divulgadores de la historia oficial que pende de las nuevas leyes de Memoria Histórica y Democrática. Su aportación a la historia de Andalucía, muy especialmente, recupera para la memoria muchos hechos olvidados o proscritos.
Una de sus ventajas colaterales es haber sido escrito por alguien, como Núñez Roldán, que ha pasado buena parte de su vida sumergido en las corrientes vitales de la izquierda española y que, como muchos otros, por razones de ciencia y de creencia, tras haber asumido la doctrina de la prueba de los hechos sin acepciones ideológicas sectarias, ha desembocado en una convicción moral que niega el carácter beatífico de la II República y del gobierno del Frente Popular.
El libro que se ofrece a los lectores viene a desbaratar la admiración por una II República que se extiende hoy desde las páginas de los historiadores a los libros de texto pasando por los nombres de las plazas y calles de España. Según esta reconstrucción artificial, la Guerra Civil fue el resultado deliberado y malintencionado de un golpe fascista contra la democracia perfecta y legítima sobrevenida en abril de 1931. La presencia del terror rojo niega esta distorsión ideológica. Donde hubo terror, no pudo haber democracia, ni siquiera progreso moral.
Es un gran acierto del libro mostrar de forma terminante que el terror como arma aplicable a los adversarios se hallaba presente desde antes de la proclamación republicana del 14 de abril. Ya en el golpe anticipado por Fermín Galán se exhibió tal voluntad terrible el 12 de diciembre de 1930 y escrita quedó en el bando que se recupera en sus páginas:
Artículo único: Aquel que se oponga de palabra o por escrito, que conspire o haga armas contra la República naciente será fusilado sin formación de causa.
Dado en Jaca, a 12 de Diciembre de 1930. Fermín Galán.
Esto es, si alguien era monárquico o partidario de cualquier otro régimen de gobierno que no coincidiera con el impulsado por Galán, su destino era la muerte si lo manifestaba públicamente. ¿Es admisible que el mero hecho de proclamarse monárquico fuera motivo suficiente para ser pasado por las armas? No, pero aterrador sí que fue, como lo sería después para los católicos[1] y para otros adversarios. Finalmente, lo fue también para no pocos disidentes republicanos del Frente Popular.
Si, lamentablemente, el terror como arma anticivilizatoria e impropia de todo gobierno respetuoso y, por esencia, de toda forma democrática de gobierno, se dio en los dos bandos en que se unificaron las izquierdas y las derechas. Pero destacar sistemáticamente los crímenes de los Hunos mientras se ocultan, se niegan o se deforman los de los Hotros, por decirlo al modo unamuniano, es de una indecencia insoportable, además de una tontería inútil.
Precisamente, comportamientos como los de insistir en el asesinato de Federico García Lorca, atribuyéndolo a los nacionales y silenciar, como hizo toda la generación del 27, el asesinato de su miembro y amigo, el poeta introductor del surrealismo en España, José María Hinojosa, por los milicianos de Málaga, es sencillamente inadmisible y moralmente miserable. Igualmente, resaltar el bombardeo de Guernica y callar los bombardeos republicanos sobre poblaciones civiles en la España controlada por el Ejército de Franco, es inaceptable.
Son estos comportamientos contrarios a la más simple y constatable recopilación de hechos y a la buena voluntad para exponer verdades que inviten a la convivencia, las que han impulsado que el autor se haya dispuesto a publicar este libro. Se trata de mostrar cómo fue el terror rojo, muy novedosamente en el Sur de España[2], un terror destinado a las personas, pero también a los bienes culturales y al patrimonio histórico y artístico, destacadamente el religioso, al que se dedican dos capítulos.
La primera parte del libro, cinco capítulos, está dedicada a la idea del terror como forma de gobierno –desechada incluso por el italicense Trajano —, y a cómo se incubó y se desplegó a lo largo de la II República. Pocos recuerdan que antes de la aprobación de la no consensuada Constitución de finales de 1931, ya habían sido incendiados y destruidos centenares de iglesias, conventos, bibliotecas, periódicos y sedes sociales calificadas de hostiles al nuevo régimen.
En ellos se pasa revista a la teoría del terror rojo, a cómo las fuerzas políticas republicanas de izquierda, socialistas, comunistas y anarquistas condujeron explícitamente a la catástrofe por su voluntad de excluir a sus adversarios de la vida nacional. Sus implacables métodos, aplicados por no se sabe qué tipo de ejército, si republicano, popular o rojo, afectaron incluso a los republicanos disidentes. El despellejamiento de Andrés Nin a manos de los servicios secretos soviéticos, con el consentimiento de los comunistas españoles, es sólo un ejemplo. La matanza de anarquistas en la Barcelona de 1937 por comunistas y otros frentepopulistas fue otro.
El título del capítulo 4, La República considerada como una de las bellas artes es un encabezado sardónico aludiendo a la obra de Thomas de Quincey sobre el asesinato. De los ocho golpes de Estado comprobados que sufrió tal régimen sólo dos fueron de las derechas. Esa "artística" república, aguantó de todo, desde represiones brutales como la de Casas Viejas a fraudes electorales masivos en febrero de 1936, que ponen en cuestión su legitimidad de ejercicio.
Los más importantes fueron la insurrección armada de 1934, impulsada directamente por el PSOE de Largo Caballero e Indalecio Prieto[3], y el de los generales con Franco a la cabeza, algunos de ellos probadamente republicanos como Queipo de Llano, que desembocó en guerra civil y en el hundimiento de la República. Como dejó dicho el nacionalista vasco, luego ministro del gobierno del Frente Popular, Manuel de Irujo, la situación era de tal desorden y violencia, que la sublevación se veía venir.
En la segunda parte, el libro de Francisco Núñez Roldán se detiene, tras un demoledor y concienzudo compendio, en el contenido mismo de lo que fue el terror rojo. ¿Guernica? Sí, claro, pero hubo otros muchos bombardeos terroríficos sobre la población civil que fueron ordenados por los gobiernos republicanos. Destacar uno y silenciar los otros es abyecto y ruin. Por eso, era forzoso escribir un capítulo sobre tales bombardeos silenciados. El 17 de julio, antes de la sublevación, ya hubo dos, los primeros de la guerra, sobre Ceuta y Melilla. Después, hubo muchos otros.
Por parte del gobierno republicano, se ordenaron en "Huesca, Teruel y Oviedo, con un altísimo número de muertos, sobre todo sobre esta última ciudad, largamente sitiada. Con algunos menos están los bombardeos frentepopulistas sobre Valladolid, Ávila, Toledo, Burgos, Sevilla, Salamanca, Granada, Córdoba[4], Ceuta, Tetuán, Melilla, La Línea, Cáceres o Zaragoza, entre otros muchos blancos civiles", escribe. El de Cabra, con cerca de 100 muertos, se trató de azucarar como un error humano, pero dos bombas de 250 kilos cayeron sobre el mercado de abastos de la ciudad del vientre de tres Tupolev SB-2 "Katiuska" soviéticos.
Los capítulos siguientes están dedicados a la particular inquina y fanatismo que manifestó la II República, desde el principio, contra la Iglesia Católica. Recuerda el autor que fanum tiene su raíz en "lo divino" y alude a la tesis de Antonio Machado de que un dogmatismo religioso como el de la Iglesia sólo podía ser combatido desde un sentimiento religioso contrario.
Seguramente, el cultivo premeditado del odio produjo el holocausto sufrido por miles de católicos, probablemente más de 10.000 entre obispos, sacerdotes, religiosos, monjas y seglares[5]. Si la "matanza" ya fue impresionante, más sorprendente fue la firmeza de la fe de las víctimas. Tuvo que haber pocas apostasías, si hubo algunas, porque de haberse documentado es más que probable que se hubieran difundido ampliamente.
Podríamos exponer muchos hechos horribles. Valga el que sigue que afectaron a "don Emiliano Navarro, párroco de Galera, y don Antonio José Mesas, beneficiado de la catedral de Guadix…con el pretexto de ir a tomar declaraciones, una patrulla de milicianos los introdujo en una camioneta con la supuesta intención de llevarlos a Guadix. No llegaron tan lejos. Cerca de la Torre del Baúl los asesinaron, y uno de los milicianos les cortó los testículos y otros miembros con un hacha y les despojó de cuanto llevaban en los bolsillos".
Tan horrible como la "matanza" de personas religiosas fue la "mortandad" de patrimonios culturales religiosos. De Iglesias y ermitas destruidas por completo se cuentan por diócesis en el libro: "4 en la de Almería. Una en Cádiz. 4 en la de Córdoba. 8 en la de Granada. 3 en la de Guadix. 8 en la de Jaén. 6 en la de Málaga y 35 en la de Sevilla".
Además, muchísimos conventos, iglesias y ermitas sufrieron saqueos, incendios y destrucciones parciales. Por diócesis, "en Almería es muy fácil contarlas: todas, cerca de 400. 16 en Cádiz. 288 en Córdoba. 43 en Granada. 118 en Guadix. El 95 % de todas las de Jaén. 282 en Málaga, y 211 en la diócesis de Sevilla (que entonces incluía a la provincia de Huelva)." ¿Cuánto patrimonio español y de la Humanidad se fue por el criminal desagüe del terror?
La última parte del libro está dedicada a los crímenes sin juicio, y en buena medida, espantosos que tuvieron lugar en las retaguardias del Frente Popular. El título del capítulo es en sí mismo muy expresivo: "Crímenes en general, muertes en público o a domicilio, pozos, cunetas y cadáveres sin enterrar". El relato que hace del ejército franquista y sus apoyos civiles los únicos causantes de crueles asesinatos no se sostiene. Es más, es difícil encontrar en sus crímenes, que claro que los hubo, el salvajismo y la ferocidad que se observa en muchos de los catalogados dentro del terror rojo.
"La represión franquista ha sido y está siendo estudiada muy a fondo últimamente, y no siempre con nobles propósitos de objetividad. Por ello es conveniente añadir algunos datos y nombres sobre la ejercida por el bando contrario, a fin de buscar un criterio algo más equitativo", subraya el autor de este libro que afirma otras cosas:
- Pocas personas fueron juzgadas por las instituciones republicanas y las que fueron sufrieron jurados compuestos exclusivamente por frente-populistas.
- La bandera republicana se izó en ambos bandos durante 40 días (por ejemplo, sitiadores y sitiados en el Alcázar de Toledo) y la posterior amarilla y roja mantuvo con el escudo republicano en su composición hasta 1938.
- Pocos de los aniquilados por el terror rojo lo fueron por haber matado, haber mandado matar, haber permitido matar o haber incitado a matar.
- Fue frecuente la profanación de los asesinados antes y tras su muerte: mutilaciones, violaciones, torturas, negación de enterramientos, arrojar a pozos y minas o a tajos, matanzas carcelarias o extra carcelarias, etc.
Por poner sólo algún ejemplo, "después de la guerra, en 1941, se extrajeron los cadáveres del pozo almeriense de La Lagarta, en Tabernas, Almería. Había un total de 154 y algunos habían sido arrojados aún con vida y con las manos atadas atrás, según confesiones de sus ejecutores. La relación de pueblos andaluces de Almería a Huelva en los que cometieron crímenes horrorosos bajo diferentes pretextos es digna de leerse cuidadosamente en el amplio capítulo final, y en el caso andaluz, provincia a provincia.
En definitiva, este es un libro necesario para situar en lugar preeminente, no a los relatos ideológicos, sino a los hechos. Muchos de ellos fueron callados por el mutismo de las familias deseosas de no repetir jamás aquel infierno. Otros lo fueron por orden de los vencedores de la guerra civil. Ahora, otros lo son por el dictado de leyes de memoria que recuerdan más al 1984 de Orwell que a un sincero afán de descubrir y describir la verdad.
Tampoco faltan en la derecha pusilánime e incluso en la jerarquía eclesiástica quienes prefieren que no se hable de hechos que, según sus criterios, pueden reanimar viejos odios. Parecen no comprender que todo puede perdonarse desde la buena voluntad de quien pide perdón y de quien está dispuesto a perdonar. Lo que no puede hacerse es olvidar, porque eso impide aprender de la experiencia y hace posible volver a repetir errores y crímenes.
Pero lo cierto es que nuestra izquierda, socialistas, comunistas, anarquistas, junto a los anómalos compañeros de viaje, los separatismos vasco y catalán[6] no han pedido jamás perdón por haber contribuido al desencadenamiento de una brutal guerra civil ni por los horrendos asesinatos, robos y expolios que se cometieron y que se detallan en este libro.
Condenar un terror y justificar otro, como muchos han hecho y siguen haciendo, es un comportamiento abyecto. Pensar de manera distinta, estimar soluciones diferentes, proponer proyectos diversos no puede ser motivo para que alguien sea sometido al terror derivado de la cruel y despótica arbitrariedad de creerse con derecho a matar al otro sencillamente por ser otro. No sólo no es democracia. Es que ni siquiera es civilización.
Este libro es una contribución a la España abierta y compartida que se quiso en la Transición y que, tantos años después, por obstinación ciega en unos casos e indolencia o cobardía en otros, está nuevamente en peligro.
[1] "Largo Caballero ya comentó que una república no podía tener a un católico como presidente", recuerda Núñez Roldán.
[2] El único libro escrito sobre El terror rojo en Andalucía se publicó en plena guerra civil. Su autor fue Antonio Pérez de Olaguer, Ediciones Antisectarias dirigidas por J. Tusquets, Jerez, 1938.
[3] Al que se unieron partes de la CNT y Esquerra Republicana de Cataluña para la secesión-
[4] 46 bombardeos sufrieron los cordobeses por parte de los aviones del gobierno republicano.
[5]11 obispos, 4.184 sacerdotes, 2.365 frailes y 283 monjas, según el estudio del historiador y obispo Antonio Montero Moreno. Pero las cifras revisadas por Ángel David Martín Rubio apuntan a más de 7.000 y entre laicos y religiosos más de 10. 000. Pero no hay cifras definitivas. "Matanza colosal", dijo de tales hechos Hugh Thomas. Holocausto católico han dicho otros, también el autor de este libro, que lo extiende a las cosas sagradas. Más de 1.500 de los asesinados ya han sido beatificados.
[6] En uno y otro bando hubo quienes quisieron evitar tanto derramamiento de sangre. Digno es de ser citado, como ejemplo para todos, el anarquista sevillano Melchor Rodríguez, "El Ángel rojo", que se enfrentó a los responsables comunistas del "orden público" evitando que las sacas de las cárceles madrileñas, que condujeron al exterminio de Paracuellos y Torrejón, fueran aún más sangrientas.
