La mejor demostración de que el hombre (ahora habría que decir que excluye a la mujer, en contra de la etimología) no es un animal del todo racional está en el lenguaje. No me refiero a la capacidad de hablar, sino al uso de unas u otras formas de expresión oral o escrita. No basta con las ciencias gramaticales que nos dicen cómo hemos de expresarnos, sino que hay que dominar las formas reales de hacerlo.
Una de las constantes de la lengua común de los españoles, después de un milenio de evolución, es que muchas voces sustantivas pueden significar varias cosas. La gracia está en saber aplicar el significado preciso que corresponda. Si todas las palabras tuvieran un solo significado, resultaría carísima la economía del lenguaje. Lo que es peor, en ese caso no sería posible la literatura, la ironía, en definitiva, la gracia de la convivencia. El idioma sirve para comunicarse o no comunicarse; por eso hay tantas lenguas. Pero también es un instrumento cultural (es decir, heredado) para expresar sentimientos, emociones y en definitiva para proyectar la personalidad.
Algunas palabras permiten agruparlas según sirvan para apreciar o ensalzar, o, en el otro extremo, para rechazar o insultar. Que conste que el insulto puede precipitar la violencia, pero también puede ser un sustituto de ella.
Asistimos ahora en España a un deterioro de ciertas voces con un uso despreciativo. Se hace difícil, por ejemplo, aceptar que "judío", "subnormal" o "maricón" sean insultos aceptados, como lo eran en otros tiempos no lejanos.
La polisemia de las palabras es, a veces, un elemento que se altera con el tiempo, pues el idioma sigue su evolución. Tómese la voz enervar, que, de acuerdo con su origen latino, significaba tradicionalmente "debilitar, perder fuerzas". Todavía hoy es el primer significado que recogen los diccionarios, pero, más que nada, por inercia. En la parla usual el significado primordial es el opuesto, "irritar o poner nervioso".
A veces las palabras tienen un significado objetivo y otro metafórico o poético. Por ejemplo, corazón, que es solo un órgano para impulsar la circulación de la sangre. Pero muchas veces es metafóricamente el lugar ideal donde residen los sentimientos, afectos y emociones. Hay, además, revistas o programas del corazón, que se refieren a los chismes y las imágenes de un sector ocioso de la clase distinguida.
La polisemia lleva en ocasiones a que determinadas palabras presenten un uso socialmente descalificado. Por lo cual se proveen de equivalentes que suenan mejor o puedan ser aceptados con facilidad. Por ejemplo, el repertorio de voces malsonantes (tacos) que en español tienden a asociarse con la sexualidad. Para no ofender demasiado, se valen del truco de sustituirlas por un repertorio paralelo de eufemismos o ñoñismos. Por ejemplo, "jolines" para no tener que decir "joder", o "cataplines" para evitar el "cojones".
Una forma de eufemismo más elegante es la sustitución de voces tradicionales por acrónimos. Una ilustración nueva: DANA (depresión aislada a niveles altos). Se trata de un neologismo con aire científico para la borrasca o galerna de toda la vida. Todo el mundo sabe ya lo que son los menas, esto es, los menores extranjeros no acompañados. La ley evolutiva señala que, a nuevas realidades, otras palabras.
En el lenguaje público hay muchas modas. Son palabras o expresiones que se llevan más en unos momentos que otros. Por ejemplo, "relato" en los comentaristas políticos de la España actual. Quiere decir varias cosas: argumento, propaganda, retórica, etc. Ahí estaría también la manía del femenino genérico: decir "nosotras" en lugar de "todos", varones y mujeres. O también, en la misma línea feminista, la voz género para sustituir a sexo como criterio de clasificación. Es más, se impone el capricho feminista de asimilar género al femenino.
La moda de los eufemismos indica otras veces la ocultación de una palabra que puede resultar conflictiva para sustituirla por un circunloquio. Es el caso de la "interrupción voluntaria del embarazo" en lugar del tradicional aborto.
Todavía más rebuscado es el capricho de abandonar ciertas voces existentes para sustituirlas por otras con un significado cercano. Por ejemplo, el verbo oír, en los comentarios usuales, se ve sustituido por escuchar. La equivalencia no es tal, pues se trata de dos acciones diferentes. Es algo así como la secuencia entre encontrar y buscar o entre ver y mirar. No es lo mismo la acción objetiva reflejada por nuestros sentidos (oír, ver, encontrar) que la actitud de disponerse a esa acción (escuchar, mirar, buscar). Son trasposiciones que no tendrían por qué producirse, pero en el caso de oír-escuchar se encuentra a la orden del día.
En definitiva, el lenguaje como uso social nos indica que a veces se traspasan los límites lógicos o gramaticales.