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'Blancanieves' arrasa entre rutina y pegatinas

Los artistas cubrieron su falsa cuota de atrevimiento protestando contra los recortes en una gala rutinaria, previsible y aburrida.

Finalmente fue la noche fue de Blancanieves, que como era de esperar triunfó con nada menos que diez cabezones, más de la mitad de los premios a los que optaba, frente a los cinco -casi todos técnicos- para la superproducción Lo imposible. El Goya a Juan Antonio Bayona como mejor director gracias a su tsunami de cine abrió posibilidades de un vuelco en las previsiones, en el inacabable goteo para la película de Pablo Berger, al asentimiento de la Academia ante un nuevo horizonte industrial para nuestro cine. Pero se reveló finalmente más como un susto, una concesión (merecida) a la extraordinaria labor de puesta en escena del realizador barcelonés que una apuesta por dejar atrás el inmovilismo comercial, artístico e ideológico que paraliza el sector. 

El propio Bayona dio las claves del asunto sin recurrir a dardos políticos. "Está bien hacer películas grandes, no es arrogante, y el cine español necesita películas grandes, medianas y pequeñas". Gran discurso, breve y carente de poses. Sólo de posibilidades. Y a continuación le dio la estatuilla a María Belón, en cuya historia real se inspiró para idear la película protagonizada por Naomi Watts (ausente en la ceremonia, como Ewan McGregor y Penélope Cruz). 

Lo imposible, al menos, no quedó arrinconada ante el constante goteo de premios de Blancanieves, aunque no logró materializar un verdadero giro de los acontecimientos. Una gala, por cierto, bastante repartida en cuanto a premios entre ambas películas, pese a que la primera dobla a la segunda (diez contra cinco), y en la que Grupo 7 logró arañar dos premios en apartados de actuación, para Joaquín Núñez y Julián Villagrán.

Repasemos algunos de los caprichos de la Academia. Las aventuras de Tadeo Jones fue recompensada con tres Goyas, incluyendo el de guión adaptado (en una categoría de un nivel simplemente malo) y dirección novel, en lo que podría interpretarse como un signo de aperturismo ante el cine familiar y comercial... pero sobre todo como un castigo a su competidor Paco León, favorito para obtener el premio pero que se atrevió a distribuir Carmina o revienta simultáneamente en internet, DVD y otras plataformas, además de en cines. Una decisión que le granjeó la enemistad de los exhibidores y parte de la industria y, pese a su éxito comercial y que varios estrenos posteriores siguieron la misma fórmula, ahora sólo ha obtenido la indiferencia de los Académicos. 

Pero nada de esto significó un ápice de emoción en una gala que se prolongó durante tres horas y cuarto, más de una hora y media de lo que merecía el asunto, un defecto inevitable pero que subraya en lo desangelado del evento. Porque en la vigésimo séptima fiesta del cine español, como era previsible, el ingenio y sofisticación brillaron por su ausencia, y todo apareció dominado por un constante tinte político de chapas reivindicativas, inanes gags sobre los recortes, la Sanidad Pública y los sobres, y un discurso, el de Enrique González Macho, que hizo que una gota de sudor recorriera la frente del ministro de Cultura y, sobre todo, la de Leopoldo González Echenique, que apoyó el puño en la barbilla, o la barbilla en el puño, esperando salir eyectado de la butaca. Pero en la que, tras esta previsible cuota de falso atrevimiento, de pose cansina, sí hubo errores humanos de bulto, como el lamentable fallo humano de Adriana Ugarte y Carlos Santos, que dieron un Goya y se lo quitaron a los pobres miembros del equipo de Los niños salvajes por culpa de, esta vez sí, un lío con los sobres. Los de ellos.

En definitiva, el habitual despliegue de autocomplacencia que suele acompañar a los Goya y los aleja del deleite cinéfilo, que oculta los ocasionales chispazos de humor, que en esta edición vinieron de la mano del equipo de Muchachada Nui, por aquello de rebajar la solemnidad del acto, que le ganaron el pulso con facilidad a Eva Hache. El discurso apocalíptico de Candela Peña pidiendo trabajo y asegurando que su padre murió en un hospital público sin mantas ni agua, y que tiene un niño que no tendrá educación pública, representa esa faceta que más que reivindicativa resulta dura y antipática.

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