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¿Quién teme a '50 sombras de Grey'?

La película, artísticamente nula, plantea algunas cuestiones filosóficas sobre la emergencia de las mujeres como sujeto-colectivo en el siglo XXI.

La película, artísticamente nula, plantea algunas cuestiones filosóficas sobre la emergencia de las mujeres como sujeto-colectivo en el siglo XXI.

Ni a feministas ni a puritanos (ni a la combinación femipuritana) ha gustado 50 sombras de Gray. La mayor parte de las veces sin leer la novela ni ver la película. En mi caso decidí no perder más el tiempo después de llegar al capítulo 11 del libro, en el que se revela el contrato de sumisión que plantea Christian Grey (Jamie Dornan) a Anastasia Steele (Dakota Johnson), una interesante pieza para diseccionar en clases de Filosofía Política y Derecho (como el juicio a Sócrates o el proceso a Jesús). Hasta ese momento la novela es vulgar y mediocre, simplista y estereotipada aunque entretenida, en la misma onda literaria de consumo masivo que Harry Potter o Millennium. La película, sin embargo, se deja ver en sus 125 minutos, y aunque artísticamente es nula -lo más sádico en realidad es lo que la dominatrix directora le hace a su sumiso público masoquista, una especie de fisting cinematográfico que fue recibido, nunca mejor dicho, con un aplauso al final de la sesión- plantea algunas interesantes cuestiones filosóficas sobre la emergencia de las mujeres como sujeto-colectivo en este inicio de siglo XXI.

La dirección de la señora Sam Taylor-Wood sigue el modelo de otro Grey, en este caso Anatomía de Grey, en el que los problemas amorosos se subrayan con babosas y cursis cancioncillas pop interpretadas con voz melosa y edulcorada por Beyoncé, Rita Ora, Coldplay, Elle Goulding y otros números 1 de los 40 Impresentables. La película ganaría si todas ellas fueran eliminadas y las escenas sexuales fueran proyectadas a pelo (del mismo modo que si en la novela la autora no repitiera trescientas mil veces por página que Grey tiene "una mirada penetrante", con la misma cansina rutina con la que Homero, aunque él tenía una razón estilística, escribía un adjetivo adherido a un personaje) . El bondage es tan explícito como suave, un erotismo soft en el límite de lo aceptable en unas multisalas. Nada que ver con la coreana Lies o la japonesa El imperio de los sentidos. El único plano que hubiera sido relevante, el culo sonrojado de Anastasia tras la única verdadera, aunque educada, paliza que le proporciona Christian, ha sido pudorosamente censurado del mismo modo que los puritanos obligaban a tapar las "vergüenzas" que Miguel Ángel pintaba y esculpía en sus desnudos.

Christian Grey es de esos tipos de los que se suele decir que serían el "yerno perfecto", el hombre que toda madre quisiera para sus hijas. En realidad, ese es el peor insulto que se le puede dedicar a un hombre. Algo así como llamarle "eunuco" o "calzonazos". Grey es demasiado blando y no resulta creíble en el terreno empresarial como uno de los "Master of the Universe" que Tom Wolfe describía en La hoguera de las vanidades, los psicópatas de las finanzas que Brett Easton Ellis retrató en American Psycho o el tiburón de Wall Street que bordaba Michael Douglas en la película homónima. Tampoco está a la altura de la tensión sexual y la perversión moral que desprendían Mickey Rourke en 9 semanas y media, John Malkovich en Las amistades peligrosas o Richard Gere en American Gigolo.

Vayamos al sexo como experiencia-límite tal y como la planteaba Michel Foucault. Cuenta la leyenda sobre el filósofo francés que, llevado por su concepción sádico-nietzscheana de la sexualidad como liberación, transgredió las fronteras no sólo de lo que se consideraba "normal" sino que incluso llegó a realizar una conducta criminal, infectando a sus parejas con el SIDA por no tomar precauciones. No creo que Foucault cometiera la barbaridad de contagiar a sus relaciones conscientemente, ¿pero qué pasaría si lo hubiese hecho a propósito y sabiendo las consecuencias como una manera de utilizar el riesgo como un multiplicador del placer sexual?

¿Hasta donde llega legítimamente la transgresión y la perversión? Hay quien goza con el mal y con la destrucción de sí mismo y de los otros. Aunque moralmente nos parezcan más o menos deleznables dichas prácticas nihilistas, políticamente se trata de establecer cuáles son los límites que cabe permitirles. Y en esto 50 sombras de Grey es ejemplar. La secuencia más interesante no es ninguna de contenido sexual (en las que confieso que tuve algunos espamos mioclónicos) sino cuando a la hora y cuarto del comienzo Christian y Anastasia se sientan a negociar los términos del contrato de "sumisión". Anastasia acepta algunas prácticas y rechaza otras (en mi sesión algunas chicas sacaron el móvil para buscar qué es un "fisting"). Hay quien considera que Anastasia es una estudiante universitaria alienada por la lectura de Jane Austen y Thomas Hardy (cuyo Tess d’Uberville es una referencia constante. Inmensa película del pervertido de Roman Polanski, por cierto) e incapaz de decidir por sí misma si le apetece y conviene entrar en la dinámica de violencia erótica que le plantea Christian. Pero eso solo revelaría una mentalidad paternalista e inquisitorial por parte del que emite tal juicio.

Christian Grey representa sin duda un caso oscuro pero benévolo en cuanto que respeta las líneas rojas que traza Anastasia, en posesión de las palabras clave: "amarillo", "rojo" y "No". Una secuencia que tiene un gran valor político, ético y sexual en cuanto que informa a las nuevas generaciones de cómo debe ser siempre una relación basada en el respeto de las decisiones, opiniones y deseos de la otra parte, aunque nos resulten extrañas y no terminemos de entenderlas. En lugar de considerarla una incitación al abuso, habría que ver 50 sombras de Grey como un manual para la perversión y la transgresión dentro de los límites de la libertad y la responsabilidad. O, por decirlo a la manera kantiana, como una Crítica de la Razón Pornográfica.

50 sombras de Grey deja muy claro cuál es la posición liberal sobre el intercambio de deseos y placeres, ya que mientras haya voluntad y aquiescencia en ambas partes, dentro del amplio espectro de lo razonable, todo está permitido. Del mismo modo que Anastasia ha decidido mantener su virginidad en contra de la convención social, desafía otra tabú, de signo opuesto, introduciéndose en la "habitación roja" de Grey. Como Alicia en el país de las maravillas no duda en vivir la aventura incandescente y adrenalínica escondida tras las sugerentes "¡Bébeme!" y "¡Cómeme!". Como defiende Susan Pinker en La paradoja sexual, las mujeres del siglo XXI están liberándose de la supuesta liberación de las feministas del siglo XX, que las alejaron de su feminidad en aras de la guerra de sexos contra los hombres.

La alternativa cine-ideológica que el feminismo obsoleto plantea a 50 sombras de Grey es Thelma y Louise como paradigma de ataque a "los modelos convencionales de conducta machista hacia las mujeres". En realidad, la película de Ridley Scott, mejor cinematográficamente hablando aunque pecaba de artificiosidad, significa el sumun de la concepción de la relación de sexos entendida como una lucha en la que la victoria de una de las partes significaba la derrota del otro. Lo que llevaba a una satanización tan paranoica como infantil de todo el género masculino.

Precisamente esta visión "hembrista" del feminismo es la que está siendo puesta en cuestión por las mismas mujeres que están aprendido que las enemigas de sus enemigos, las feministas histéricas de los 70 contra los machistas psicóticos de toda la vida (como si tuviesen que elegir entre Andrea Dworkin y Gilles de Rais), podían ser tan opresoras en su represión sexual como el peor de los inquisidores eunucos. Un ejemplo de ello lo tenemos precisamente en una de las protagonistas de Thelma y Louise, Susan Sarandon, que en unas recientes declaraciones se negaba a denominarse a sí misma "feminista" por las connotaciones entre vulgares, reduccionistas y siniestras que el vocablo ha adquirido, prefiriendo una denominación más general de "humanista", como ya hiciera en su día Clara Campoamor ante la misma disyuntiva, que recoge tanto a mujeres como hombres ilustrados en una relación de convivencia, no exenta naturalmente de tensiones y conflictos, en la que ambos pueden ganar.

El feminismo es una palabra pasada de moda, como explica Susan Sarandon, pero como liberación de las mujeres sigue siendo un objetivo fundamental. Sin el terrible complejo de superioridad con la que se trata a las mujeres que les gusta el sexo más allá de las convenciones conservadoras o los dogmas progresistas, 50 sombras de Grey termina siendo una película que podría proyectarse perfectamente en una lección universitaria de Educación para la Ciudadanía exenta de moralina reaccionaria, filisteísmo feminista, paternalismo patriarcal o condescendencia hembrista. Y luego cabría hacer un taller para practicar...

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