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Medio siglo de la muerte de Edgar Neville

Se cumplen 50 años de la muerte de Edgar Neville.

Se cumplen 50 años de la muerte de Edgar Neville.
Neville y Charlot | Archivo

Cincuenta años se cumplen de la muerte de Edgar Neville, quien murió en Madrid el 23 de abril de 1967. Fue diplomático de carrera, periodista, escritor de artículos, poemas, comedias y guiones cinematográficos. También director de cine. Miembro de un grupo formado por Enrique Jardiel Poncela, José López Rubio, Miguel Mihura, Tono, a quienes se les consideró como componentes de lo que vino a llamarse "la otra generación del 27". Ellos incorporaron un nuevo humor a la escena española. Y en las revistas que aparecieron en la postguerra. Edgar, además de su contribución a ese grupo con su ingenio literario, brilló separadamente gracias a su arrolladora personalidad . No era fácil codearse con Charles Chaplin pero Edgar llego a convertirse en su habitual compañero de encuentros deportivos y sociales en un mundo tan restrictivo como el que reinaba en Hollywood.

Nació en Madrid el 28 de diciembre de 1899 en un palacio situado en la calle de Trujillos. Era su padre un ingeniero británico que fue destinado a la capital en donde contrajo matrimonio con una dama aristocrática. De ella heredaría el título del condado de Berlanga del Duero, que ostentó al casarse con Ángeles Rubio Argüelles en 1925. Para entonces Edgar Neville se había convertido en un joven escritor que pasaba algunas temporadas en Suiza por culpa de unos brotes de tuberculosis juvenil, Su padre le obligó a matricularse en la Facultad de Derecho, donde estudió con poco provecho. Más bien se desvivía por conquistar a una bella actriz, Ana María Custodio, quien lo rechazó. Aquel episodio lo llevó a alistarse en la guerra de Marruecos. A su regreso desarrolló una intensa actividad periodística con colaboraciones de humor en revistas históricas del género, como "Buen Humor" y "Gutiérrez". Para terminar su carrera de Derecho acabó residiendo en Granada, donde en 1922 tuvo lugar un legendario festival de flamenco organizado y presidido por Manuel de Falla, Federico García Lorca e Ignacio Zuloaga, entre otras autoridades. De allí le vino siempre su gran afición por los buenos cantes.

Edgar Neville fue destinado como tercer secretario de la embajada de España en Washington a donde viajó con su esposa y el primero de sus dos hijos. Lo que no se comprende es que lo enviaran sin sueldo. Tal vez eso le permitió faltar a su trabajo en la capital norteamericana para viajar a Los Ángeles, donde quedó fascinado al conocer Hollywood. No sabía "ni una papa de inglés" pero su esposa le sirvió de atenta intérprete. Madre e hijo abandonarían Estados Unidos, dejando a Edgar Neville felizmente en la capital del cine, retozando con una estrella rubia que le absorbía el seso, y el otro, alternando con lo más florido de la sociedad instalada en aquellas latitudes, los genios del cine. Actores que vivían en lujosas mansiones, como Charles Chaplin, Douglas Fairbanks, Mary Pickford… A Edgar Neville, entonces interesado por el cine, lo ayudaba su cultura universitaria, su don de gentes, su elegancia ostentando un título aristocrático, algo que resultaba muy "chic" en aquellas reuniones frecuentadas por estrellas de la talla de Joan Crawford, Loreta Young y otras luminarias. La amistad sobre todo con "Charlot" fue intensa al punto que rodando Luces de la ciudad el legendario actor y director le instó a que interviniera en algunas escenas, las que luego, desgraciadamente fueron desechadas en el montaje final.

Varios años permaneció en Hollywood, convertido en guionista de películas dobladas al español. De vuelta a España antes de que estallara la guerra civil se vinculó a empresas cinematográficas, realizando algunas estimables cintas como Yo quiero que me lleven a Hollywood, El malvado Carabel y La señorita de Trevelez. Separado de su mujer, conoce en un tren a una joven estudiante que se preparaba para la carrera diplomática. Edgar Neville se enamoró locamente de ella. Era Conchita Montes, a la que él convirtió en la protagonista de la interesante película Frente de Madrid, coproducción hispano-italiana sobre nuestra contienda bélica. Entre otros trabajos, él se dedicó a filmar documentales de la guerra y a escribir artículos festivos en un par de revistas de humor, La ametralladora, y luego La Codorniz, que fue una especie de hija de la primera, donde reanudó su amistad con sus más eficaces responsables, Miguel Mihura y Tono. Ya en la postguerra, Edgar Neville se dedicó sobre todo a dirigir películas con no pocas dificultades en aquellos años donde conseguir celuloide era muy difícil. Realizó Correo de Indias, que él siempre consideró una de sus mejores películas. Posteriormente logró otros interesantes trabajos, que han sido luego objeto de estudiosas valoraciones de cinéfilos: Domingo de Carnaval y El crimen de la calle Bordadores. Lo mismo que finalizada la década de los 50 hizo con El último caballo, filme casi surrealista aunque sobre todo lleno de costumbrismo madrileño donde tuvo a sus órdenes de nuevo a su musa, Conchita Montes y Fernando Fernán-Gómez. Para entonces Conchita ya era su amorosa compañera.

Edgar Neville se paseaba por el Madrid de los años 50 y 60 como un dandy de muy desenfadado humor, figura imprescindible en las tertulias entonces en boga donde hacía gala de su chisporroteante ingenio. Un extraordinario conversador, de relevante mundología, que aun con la etiqueta poco menos que de señorito andante que creían algunos de los que no daban "un palo al agua" resulta que aparte de escribir habitualmente en ABC y en algunas revistas de cine, firmaba guiones de películas que a la par dirigía, joyas aparte de las citadas, como La historia de los siete jorobados, La vida en un hilo, Nada, partiendo de la novela de Carmen Laforet, Duende y misterio del flamenco, donde vertía sus muchos conocimientos sobre el cante y baile andaluces en un filme documental que hoy es historia del género, y Mi calle, fascinante realización en la que con su habitual estilo costumbrista madrileño evocaba un Madrid ya lejano, el de su niñez y primera juventud, centrado en la vida cotidiana de unas gentes, las que habitaban en una parte de su barrio.

La diversidad de géneros utilizados por Edgar Neville (el artículo periodístico, la semblanza de humor, el guión documental cinematográfico, el otro desarrollado en clave de comedia y drama policíaco) se extendió con su atención teatral. Fue un comediógrafo no muy prolífico pero excepcional, curioso representante de un estilo poético, llevado a la nostalgia como en El baile, su comedia más representada, de nuevo con una Conchita Montes excepcional. Su obra puede dividirse entre sus colaboraciones periodísticas, su dedicación literaria en la que hay relatos cortos, novelas como Don Clorato de Potasa, teatro, cine y poesía. Un excepcional personaje que tal vez no haya sido reconocido en profundidad por toda su variada producción, acaso oscurecido por su otra fama de hombre público de reconocida presencia en la vida social madrileña de los años 50 y 60. Mas es una frivolidad que así se mida su talento.

Cierto es que Edgar Neville era todo un"bon vivant", amante de la buena vida, lo que lo llevaba a frecuentar los mejores salones, los más acreditados restaurantes. Gozaba presenciando una corrida de toros y una buena velada en un "tablao" flamenco. O la tertulia habitual de la Peña Valentín, frecuentada por brillantes intelectuales. Adquirió en Marbella un chalé al que puso "Malibú" por nombre, recordando una playa cercana a su inolvidable Hollywood, que luego, una parte de su terreno, adquirió por cerca de veinte millones de pesetas Sean Connery. En Madrid pasó de vivir en un caserón de la Ciudad Universitaria a un confortable piso cercano al estadio Bernabéu. Lo curioso es que siendo su compañera Conchita Montes, los dos sin vínculo alguno matrimonial (él hacía años que estaba separado) no habitaban la misma vivienda. Sí el edificio, cada uno en distinto piso. Pero se veían a diario, se comunicaban constantemente por teléfono. Él tenía a una excepcional secretaria, Isabel Vigiola, que se casó con Antonio Mingote. Ni que decir que éste era un entrañable amigo suyo unidos sobre todo por, digamos, el cordón umbilical de un tierno humor.

En su juventud Edgar Neville resultaba ser un hombre atractivo, alto, de agradables facciones, que con los años fue ganando tal peso que acabó siendo un tipo obeso. Padecía una enfermedad relacionada con la hipófisis y la glándula tiroides. Ni los frecuentes viajes que hacía a clínicas suizas lograron controlársela. Entre otras razones porque el propio paciente se burlaba de las serias recomendaciones de los facultativos. Así, tras una breve temporada en una clínica de adelgazamiento, se presentó una noche en la taberna donde solía reunirse en tertulia con sus amigos, donde su presencia fue motivo de chanzas y algarabía. Creyeron estos comensales que el recién llegado pediría un menú vegetariano o algo parecido. Pero se arrancó pidiendo una abundante ración de pavo. Y cuando el camarero le preguntó qué deseaba de guarnición, él le instó a que fuera de una docena de chuletas de lechal. Recuerdo haber contemplado a Edgar Neville por última vez, pocos meses antes de su muerte, en la entrega de los populares premios taurinos "Mayte", un mes de mayo, que presidía la amiga de la anfitriona, Carmen Franco Polo, hija del Caudillo. Eran las ocho de la tarde y el escritor, sentado en un sillón, dormitaba plácidamente. Sin duda sometido a una medicación que le llevaba a la somnolencia, sin poder evitarlo, como en aquel concurrido acto social.

El corazón cansado, la altísima urea, fueron causa de su urgente ingreso en una clínica, al día siguiente de planificar un viaje a bordo de una caravana que había comprado con su hijo Jimmy para ir a Málaga. Travesía que no pudo realizar pues se le adelantó la Parca, el 23 de abril de 1967, ya decíamos hace ahora justo medio siglo.

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