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Rosa Belmonte

Te tengo. Lo sé

Chris Rock no se reía de la alopecia de Jada Pinkett, hizo un chiste sobre su rapado.

Chris Rock no se reía de la alopecia de Jada Pinkett, hizo un chiste sobre su rapado.
Lady Gaga y Liza Minelli. | Gtres

Qué bien estábamos cuando discutíamos si las mujeres eran graciosas gracias a Christopher Hitchens (por lo menos nos insultaba gente inteligente). Ahora somos más de discutir de qué podemos reírnos. Me río de lo que me da la gana en este régimen de semilibertad de expresión en el que pretenden que vivamos. Que Chris Rock se reía de la alopecia de Jada Pinkett Smith y de eso no puede reírse, te dicen. Capacitismo, dicen. A ver, no se reía de la alopecia, hizo un chiste sobre su rapado. Pero si se hubiera reído de su alopecia, ¿qué? El humor no es el universo del buen gusto, el universo donde no se molesta a nadie. Uno puede ofender. Y resulta que otro puede dar un tortazo. Ambos deben asumir las consecuencias. Y no, pegar no está bien. Will Smith, aparte de botarate, es cursi, y en la disculpa de Instagram, tras su leche a Chris Rock, dice, entre otras cosas, que no hay sitio para la violencia en un mundo de amor y amabilidad. Pero, demonios, de qué mundo paralelo se ha escapado este tío.

Con esa frase me he acordado inmediatamente de cuando Gene Roddenberry iba a hacer Star Trek. La nueva generación (1987) y se empeñó en que en el siglo XXIV la humanidad había resuelto todas sus luchas. Los guionistas no se lo podían creer y se llevaron las manos a la cabeza (30 se fueron). Porque si no hay problemas, no hay historia. Este mundo de amor y amabilidad, señor. Un tortazo en los Oscar no es una cosa normal, por eso hablamos de ello. Y claro que es un mundo más civilizado que el de El último duelo, de Ridley Scott. Un duelo a muerte para dilucidar la violación de una mujer. Quien gane tiene la verdad. Y si pierde el marido, a la mujer se la quemará por acusar en falso. Es mucho mejor vivir en el mundo en que vive Jada Pinkett Smith. Y qué injusticia que Jodie Comer no estuviera nominada el Oscar.

Que no se puede hacer humor de los defectos, del aspecto de las personas, de lo que llevan puesto, de cómo se peinan. ¿Pero de qué van? Viendo este año en el escenario a Marlee Martin hay que ir a Me llamo Earl, cuando la actriz sorda interpretaba a la abogada de Joy (Jaime Pressly) y esta, pura basura blanca, se moría de risa cada vez que la escuchaba hablar. Se estaba riendo de cómo habla una sorda. Y Marlee Martin estaba ahí, aprobando ese guión, esa broma. Pero años después saltó por la imitación a la intérprete para sordos del alcalde Bloomberg durante el huracán Sandy. Se había convertido en una celebridad por su gran expresividad. Saturday Night Live hizo un sketch con Fred Armisen como alcalde y Cecily Strong como Lydia Callis (la intérprete). Strong se retorcía con unos gestos que combinaba con signos reales e inventados (tirando a ridículos). Fue hilarante. Pero Marlee Martin se encargó de manifestar su enfado en Twitter. «Pueril e insultante». E hizo la comparación con reírse del español como idioma.

Hay unos códigos artificiales que nos dicen de qué nos podemos reír. Tienen que ver con la educación, con la civilización. Y son muy aceptables. Pero ¿a quién se le ocurre que el humor debe discurrir por ese mundo de amor y amabilidad en el que Will Smith cree vivir? Aunque es peor creerse el alcalde de Zalamea.

Y claro que lo mejor fue Liza Minnelli con Lady Gaga. El tipo que sorpresa que sí esperábamos. Liza Minnelli en el 50 aniversario de Cabaret. La Academia, después de poner en el escenario a toda esa gente a la que no conocía nadie habitual de los Oscar, tiró de una verdadera estrella para dar el premio a la mejor película (aunque se lo dieran a Coda). Una Liza frágil y vulnerable, pero muy Liza. "Te tengo" (Lady Gaga). "Lo sé" (Liza). El diálogo más bonito de toda la ceremonia. De todas las películas nominadas. Al diablo con Will Smith.

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