
En el año 2002 los tiempos para Disney no eran como los actuales, no exentos -por cierto- de dificultades. La época de oro artística y de taquilla de los noventa, con éxitos como El Rey León o La Bella y la Bestia, parecía haber pasado la historia, y el cine de animación digital -en el que su filial Pixar destacaba- parecía comer la tostada a la animación tradicional. Es por ello que Lilo & Stitch, estrenada por aquel entonces, pasó por ser una rareza de relativo éxito, pero en apariencia intrascendente, que en todo caso salvó los trastos hasta el siguiente desatino… pero nada más. Grave error: el film ha seguido encontrando su público en sucesivas generaciones y en la actualidad es una verdadera máquina de merchandising gracias a su encantadora pero peligrosa criatura azul.
Es por ello que el remake en imagen real que se estrena ahora va a, literalmente, demoler las taquillas y hacer olvidar de un plumazo el desaguisado formal e ideológico de la (no tan mala) Blancanieves de hace escasas semanas. Y lo cierto es que lo merece: el remake dirigido por Dean Fleischer Camp, con un presupuesto muchísimo menor que aquella y una ambición que no trasciende el escenario familiar pese a tratarse de una obra de ciencia ficción, luce perfectamente bien (la integración de Stich con los actores reales es notable) y puede presumir de un buen equilibrio entre sentido del humor, sin sentido del ridículo, y sentimiento gracias a la labor de la actriz infantil Maia Kealoha.
Es más, Lilo & Stich (2025) destaca por ser una película indescriptiblemente payasa, que percute los oídos y los ojos del espectador con una planificación no siempre brillante pero que late siempre a ritmo de cartoon, de puro dibujo animado. Y, efectivamente, brilla todavía más por su nula intencion de aleccionar o actualizar artificio o cliché alguno, es más, violando sin complejos pero con irónica discreción ciertas leyes afectivas del estudio actual presentando a sus dos villanos principales (hilarantes Billy Magnussen y Zach Galifianakis) como una suerte de personajes dignos de The White Lotus y Los autos locos, pero esta vez de vacaciones en Hawai (y aquí que cada uno saque sus conclusiones…)
En efecto, y al contrario que otras actualizaciones que mezclan imagen real y digital, Lilo & Stich es de las pocas que no parece averegonzarse de venir de un dibujo animado. Dean Fleischer-Camp, director de Marcel, la concha con zapatos, se dedica a hacer una apología del caos de travesuras de las dos criaturas protagonistas y gestionar los homenajes a la sci-fi clásica sin ninguna vergüenza, y esto es, de nuevo, una virtud.
No hay, pues, más manipulación emocional que la evidente operacion económica de realizar una nueva versión de un clásico, esta vez uno menor, del que por cierto no se aleja demasiado pese al comprensible aumento de duración hasta los 108 minutos. Tiempo en el que el film, en el que no hay un solo momento de lastre o vacío, no afloja nunca, y en el que pese a su naturaleza de película anecdótica proporciona más diversion y emocionalidad (en su tramo final) que otras pretendidas joyas del momento.