
Cuando una persona llega al mundo, es habitual que los padres traten de reconocerse en los rasgos del recién nacido. Se trata de un momento regido por una mezcla de expectativa y curiosidad que, en ocasiones, se prolonga a lo largo del tiempo hasta crear una imagen distorsionada de unos progenitores que, a su vez, son la consecuencia de otros que vinieron antes que ellos; en definitiva, un algo, un monstruo, compuesto de distintos pedazos de un extenso árbol genealógico.
Con el estreno de la nueva versión de Frankenstein, dirigida por Guillermo del Toro, muchos levantaron la ceja, cuestionando la resurrección o reanimación de este mito, sin saber que el cineasta mexicano trasladaría las letras de Mary Shelley a la pantalla, alejándose de las clásicas preguntas sobre la ambición y los límites del conocimiento para, en su lugar, hablarnos de la transmisión intergeneracional de patrones o, dicho de otro modo, de ese instante en que uno descubre que se ha convertido en su padre.
En una entrevista para B TV, Del Toro explica las intenciones del largometraje de esta manera: "Leí la novela a los once años y pensé: 'Ésta es mi biografía: yo y mi padre'. Y quise hacer la película sobre la historia de un padre y un hijo. Y entonces me convertí en padre. Me di cuenta de que estaba haciendo las mismas cosas que mi padre y me dije que la película trata sobre un padre, un hijo, un padre, un hijo... hasta que alguien deja de transmitir el dolor."
El reflejo de una herencia
Así, el realizador de El laberinto del fauno plasma una suerte de eco entre las imágenes, de modo que momentos como la educación de Víctor y el aprendizaje del ser creado se perciban como esa herencia maldita de la que muchos intentan huir. Un juego de espejos que, de manera más amplia, podría extenderse a la filmografía del director, en un tándem formado por Frankenstein y su adaptación de Pinocho.
No es casual, por tanto, que en el diseño de ambas figuras se refleje la intención de sus autores por lograr un ideal determinado, un concepto que Del Toro conecta con otra clásica relación entre padre e hijo: la de Dios y Jesús. Así lo cuenta en la misma entrevista: "Está crucificado, tiene un manto rojo sobre el hombro, una herida en el costado... Y parte de la belleza del diseño es que quería que pareciera un Mesías. Como Jesús, un ser humano perfecto".
La imperfección como salvación
Ambas narraciones abordan la compleja dinámica familiar y cómo solo a través del perdón y la aceptación de la imperfección se logra romper la cadena del sufrimiento heredado. En una conversación con el director Juan Antonio Bayona para Fotogramas, Del Toro lo expresa así: "Para mí, la esperanza está en aceptar la imperfección. Se puede vivir si de la vida no se exige un resultado, sino un transcurrir. Y a la imperfección se le permite ir de la mano con el ser humano. Yo creo que la gran belleza del acto humano es la contradicción, la paradoja".
La Criatura —a quien en la novela de Shelley apenas se describe— se erige como una personificación de lo que supone aceptar al otro en toda su diferencia, un tema que Del Toro ya había explorado en obras anteriores como La forma del agua. En el libro Del Toro por del Toro, de Antonio Trashorras, el director cuenta cómo los monstruos son desencadenantes de un acto profundamente humano: el de ver al otro tal y como es. "Para mí, un monstruo sería algo así como el santo patrón de la tolerancia. La monstruosidad física se presenta ante ti tal cual es. El acto más grande de amor es el de la aceptación de mirar: hacer visible a alguien. Cuando te miro, existes. Cuando lo niegas, lo destruyes, y se vuelve una cosa. El monstruo, en cambio, se presenta en toda su otredad, y es imposible no verlo".
Redención y legado
En esta búsqueda del perdón como hechizo capaz de sanar las heridas entre generaciones, Guillermo del Toro se aparta del texto original para introducir un momento que hace suyo, alejándose del Frankenstein expresionista de la Universal, del terrorífico de la Hammer o del shakespeariano de Branagh, y acercándose a una visión centrada en la empatía y la redención del creador y su obra. Se trata del instante en que la criatura interpretada por Jacob Elordi perdona a su creador.
Y, en una reconciliación con su propio padre, el realizador coloca al ser frente al sol: "El momento final de la película viene de un recuerdo en medio del secuestro de mi padre. En 1998 se lo llevaron durante 72 días y, durante los primeros 35 o 36, yo veía salir el sol y me resentía; decía: 'Al sol no le importa mi dolor' —cuenta en una conversación con el también director Jon Favreau—. 'Era un metrónomo tan horrible de la indiferencia del cosmos. Pero, según pasaban los días, un día salió el sol y dije: "Es mi dolor al que no le importa el sol". Y lo vi como una bendición.'"
"Perhaps now, we can both be human."
— Frankenstein (2025), dir. Guillermo del Toro pic.twitter.com/poMefwoncq
— A Shot (@ashotmagazine) November 8, 2025
Por lo tanto, no es una coincidencia que lo primero que enseña Víctor a su creación sea la palabra sun ("sol"), que a su vez suena como son ("hijo"). De la misma forma que, en el imaginario colectivo, muchos atribuyen el nombre de Frankenstein a la Criatura, en una confusión que no distingue entre el monstruo y su creador, el padre y el hijo, tal vez porque, en lo más profundo, siempre fueron uno.


