
Quizá sin pretenderlo y al igual que su compatriota Luca Guadagnino con Caza de Brujas, puede que el italiano Mario Martone haya filmado una de las películas más femeninas y feministas de la temporada. La vida fuera, que narra las vicisitudes dentro y fuera de la cárcel de la escritora Goliarda Sapienza (Valeria Golino) y su amistad con varias presas, en especial con la delincuente habitual y activista Roberta (Matilda de Angelis), no esgrime panfletos o pancartas y se afirma con una visión de la mujer (o más bien de la mujer italiana) con sus condiciones y condicionantes pero sin afectaciones o victimismos.
El grupo de presas y represaliadas del sistema, ya sea por motivos intelectuales o puramente delictivos, sirve para trazar un arco un tanto desvaído sobre las tempestades políticas de la Roma de los ochenta. Martone lo ubica todo durante un tórrido verano en Roma, una ciudad vaciada de turistas pero repleta de cafés, vida nocturna y silencio, que es un poco escenario surrealista de De Chirico y otro tanto escenario de corrupción nada soterrada. Este aquí y ahora está mucho más logrado que ese trasfondo político, una faceta de La vida fuera se pelea un poco con el relato apasionado de familia y sexo, sin moralidades, del grupo de mujeres, que es donde realmente Martone da en el clavo. La sensación de familiaridad de ambas sugiere un pasado que nunca se ve en pantalla, quizá porque es ese escenario urbano como olla de libertad y represión el que lo define todo.
Todo lo que se pueda decir son, en todo caso, vaguedades, ante el centro total de la película, una excelente Valeria Golino como Sapienza en un film presuntamente construido en torno suyo pero que está en franca competición con una Matilda de Angelis dispuesta a zamparse todo lo que hay alrededor. Potencial pero fallida Palma de Oro en Cannes (hay ambiente pero falta literatura), todo en la película se eleva cuando Martone se centra en los dos personajes, desdibujando el entorno y paradójicamente condenado el largometraje a una cierta mediocridad.
No obstante, todo en él resulta sentimental y extrañamente libre de afectaciones, con un cierto aire de sensualidad quizá molesto para esos mismos círculos intelectuales que en su momento dieron la patada a la propia Sapienza. Dándoles un poco la razón, el inconformismo de las féminas en ocasiones es solo una oda a la travesura, pero La vida fuera es un estimable largometraje que destaca por su naturalidad (en esa facilidad con la que sus protagonistas afrontan el delito), vitalidad (la servida por De Angelis) y nostalgia (Golino).

