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1991:Tormenta del desierto. La madre de todas las batallas

Cuando en enero de 1991 comenzaron a caer las primeras bombas sobre Bagdad empezaba una guerra única en planteamientos técnicos y políticos.

Cuando en enero de 1991 comenzaron a caer las primeras bombas sobre Bagdad empezaba una guerra única en planteamientos técnicos y políticos.
25º aniversario de la Operación Tormenta del Desierto

Diez días antes del inicio de la operación Tormenta del Desierto, Saddam Hussein, en un discurso conmemorativo del 70 aniversario del ejército iraquí que comandaba, amenazó al mundo con desencadenar "la madre de todas las batallas" y la derrota inmisericorde de las tropas de la coalición internacional. Cuando a las 3 a.m. del día 16 de enero comenzaron a caer las primeras bombas y misiles sobre Bagdad, Sadam se reafirmó en su expresión y dijo "la madre de todas las batallas ha comenzado".

Y hay que reconocer que Saddam tenía razón. No en la parte que él imaginaba –derrotar a los americanos y aliados sino porque la guerra de 1991 para liberar Kuwait, más conocida como la Primera Guerra del Golfo, sí supuso un antes y un después en la forma de conducir las guerras. En ese- y sólo en ese- la campaña Tormenta del Desierto puede considerarse como la madre de todas las batallas que vinieron después. En lo bueno y también en lo malo.

Por ejemplo, aunque la guerra requirió amasar en las fronteras de Kuwait e Irak a más de medio millón de hombres, en realidad sería la última guerra hasta la fecha donde las tropas terrestres jugaran un papel predominante en cuanto a los números se refiere. Porque en la práctica, quien llevó el peso de la batalla fue la fuerza aérea, quien bombardeó incansable desde el primer día hasta la entrada en acción de las fuerzas terrestres, el 25 de febrero, tan sólo tres días antes de la rendición de Saddam Hussein.

De hecho, con esta Primera Guerra del Golfo se pusieron en marcha algunos de los mitos que han configurado el empleo de las fuerzas armadas en los conflictos posteriores. El primero y más problemático tal vez, que el poder aéreo basta para ganar una guerra. La experiencia del Golfo sirvió, así, para dar forma a la campaña de la OTAN contra Serbia sobre el futuro de Kosovo: entre el 24 de marzo y el 10 de junio de 1999 sólo se emplearon aviones, nada de tropas terrestres.

Un segundo gran mito vino dado por las imágenes que se podían ver por primera vez de misiles y bombas de precisión impactando de lleno en sus objetivos, sin apenas error. Los misiles de crucero que habían sido empleados con cierto éxito durante el conflicto de las Falklands/Malvinas, fueron aquí los encargados de abrir fuego junto con unas bombas guiadas por láser lanzadas en buena parte por aviones "invisibles". Se inauguraba así la era de las Municiones Guiadas de Precisión o PGM en sus siglas inglesas. En realidad las PMG contaban con una larga historia y fueron utilizadas con éxito en Vietnam, pero su coste no había permitido un empleo masivo hasta 1991. Guiadas por láser o GPS, las PGM vinieron para quedarse definitivamente.

Tan espectaculares como las municiones guiadas fueron los cazabombarderos y bombarderos llamado "invisibles" o "stealth". No realmente invisibles, sino que, gracias a sus materiales y formas, contaban con la ventaja de presentar una señal radar extremadamente pequeña, casi invisible. Así, los bombarderos de largo alcance F-117 que llevaron a cabo menos del 2% de las salidas de combate de la aviación, fueron capaces de destruir el 40% de las instalaciones fijas iraquíes sin que las defensas antiaéreas de Saddam pudiesen alcanzar a ninguno de los 20 F-117 de la USAF. Mientras que para atacar un objetivo con aparatos convencionales se necesitaba un paquete integrado de bombarderos, aviones de guerra electrónica, cazas con misiles anti-rádar aire tierra, drones y un número significativo de escoltas para la guerra aire-aire, un solo F-117 podía atacar y destruir hasta tres veces más de dianas independientes con un nivel de riesgo de ser derribado o interceptado mucho menos.

En ese sentido, la Guerra del Golfo trajo de la mano de la tecnología importantes cambios estratégicos. Particularmente con ese matrimonio de precisión e invisibilidad. No ha habido conflicto posterior donde ese tipo de aparatos no haya abierto las operaciones. Ni tampoco el cual donde las PGM no hayan sido el centro de las municiones.

El principal resultado operacional de esta combinación fue promover un cambio en la orientación de la campaña bélica. Ya no se hacía necesario destruir el grueso de las fuerzas enemigas, bastaba con incapacitarlas. Esto es, con anular su capacidad de respuesta organizada. Una parte importante de los ataques aéreos se dirigió a causar ese efecto, destruyendo nódulos de comunicación, centros de mando y control, centros de logística y avituallamiento, puentes, trenes, carreteras… del carpet bombing o planchado del enemigo tan típico de la Segundo Guerra Mundial, se pasó a las Operaciones Basadas en el Efecto (Effects-based operations), concepto que se popularizaría aunque no siempre se ha sabido desarrollar. En gran medida porque no se sabe qué efecto estratégico se desea, como estamos viendo en la campaña de bombardeos sobre el Estado Islámico en estos meses.

Pero esta innovaciones también trajeron efectos indeseados que han llegado a poner en peligro el buen desarrollo de batallas más recientes. Por ejemplo, la altísima precisión conseguida generó el mito de una guerra limpia, virtual, sin bajas propias ni enemigas. Cuando estas expectativas –falsas a más no poderse frustran y por la televisión transcurren imágenes de poblados arrasados, niños muertos, en suma, destrucción y violencia, el apoyo público de unas sociedades blandas instaladas en el horror al dolor y la muerte a cualquier campaña bélica, tiende a evaporarse rápidamente. También la imagen de las famosas body bags retornando al país de origen de los soldados muertos lleva a cuestionarse el mérito de una guerra. En eso, la Primera Guerra del Golfo sentó un pésimo precedente, dado que las bajas propias fueron contadas (146 en combate, 35 de las cuales causadas por fuego amigo). La imagen de la llamada "carretera de la muerte", por la que intentaban retirarse las tropas iraquíes desde Kuwait al sur de Irak, sembrada de vehículos humeantes y cadáveres desperdigados, sin duda contribuyó a acelerar la decisión de poner fin a los bombardeos.

Esta aversión a las bajas propias y a las del enemigo se vio palpablemente durante la guerra de Kosovo, con cerca de un 40% de aviones que tenían que retornar con sus bombas por no querer causar daños colaterales. O como con el caso del piloto norteamericano derribado en Serbia unos años antes, el 2 de junio de 1995, Scott O’Grady, rescatado una semana después tras las líneas enemigas y por ello condecorado por el mismísimo presidente Clinton. Es más, hasta se llegó a filmar una película basada en su historia con Owen Wilson como protagonista. Si Churchill o Roosvelt hubieran tenido que condecorar a todos los pilotos derribados en la Segunda Guerra Mundial y posteriormente rescatados, no hubieran podido hacer nada más.

De igual manera la Primera Guerra del Golfo impuso algo novedoso y desconocido hasta la fecha: la retransmisión de la guerra en directo. En lo que suele decirse, tiempo real. No sólo esta experiencia daría paso a los periodistas "empotrados" en diversas unidades en todos los conflictos posteriores, sino que abriría un frente mediático en el que también librar la guerra. Hoy en día ya no son sólo las cadenas de televisión, sino, sobre todo, las redes sociales, donde se lucha por obtener una ventaja estratégica que no se logra en el campo de batalla. Quizá el caso más relevante al respecto sea el de Israel. Su ejército ha tenido que entender y desarrollar cómo combatir la propaganda con la que juegan sus enemigos.

Saddam también flirteó durante unos momentos con algo que luego se ha hecho habitual en las guerras modernas: el uso de civiles como escudos humanos. Por no hablar de algo que pasó desapercibido en su momento y que ahora está causando tanto horror de la mano del estado Islámico. El creciente rol de la religión en la motivación del guerrero. Los occidentales apenas le dieron importancia a la deriva islamizante que tomó Saddam tras la derrota del 91, lo que complicó entender la naturaleza del conflicto de 2003 y, como decimos, el papel que las antiguos militares de Saddam han jugado y juegan en las filas del Estado Islámico hoy.

De la Primera Guerra del Golfo se pueden extraer muchas lecciones a todos los niveles. Pero quizá la más importante, porque afecta la forma de librar una guerra hoy, sea la de contar con una decidida voluntad política de alcanzar la victoria. Para dejar atrás el doloroso síndrome de Vietnam, el equipo de Bush padre estaba convencido y motivado para emplear toda la fuerza necesaria en el menor tiempo posible para, así, acelerar la derrota del enemigo. No se optó por una guerra a cuentagotas u homeopática como ha hecho Barack Obama contra el Estado Islámico. Es verdad que la Primera Guerra del Golfo acabó con el objetivo declarado por la ONU, esto es, liberar Kuwait, y que precisamente por ello se cerró en falso. Ahora que se cumple el 25 aniversario de aquella Tormenta del Desierto tal vez sea el momento de volver a reflexionar sobre sus lecciones y aplicar lo bueno de ellas para vencer a nuestros enemigos. Y en esta ocasión, de una vez por todas.

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