
¡Pensar que existió una izquierda, no sólo en España, que consideraba lo musulmán un atraso y calificaba a los marroquíes hasta de salvajes! Ahora, en cambio, socialistas, feministas, comunistas, ecologistas, abertzales y catalanistas están enamorados de los musulmanes. En muchos casos de manera literal y carnal. Y así la historia de España es una larga y oscura noche en la que sólo brillan dos luces: al-Ándalus y la Segunda República.
El incendio en la catedral de Córdoba ha sido una excusa para que vuelva a librarse la batalla identitaria entre católicos, que defienden su esencia cristiana, y ateos… que destacan la huella musulmana.
Quitar sus templos al vencido
A las víctimas de la LOGSE hay que explicarles algo que incluso se contaba en las películas de romanos que los 'boomers' veíamos en TVE, la mejor televisión de España, porque no había otra, o en los cines de verano. Los vencedores, fueran los romanos sobre los cartagineses, fueran los cristianos sobre los paganos, construían sus templos encima de los templos de los derrotados.

Un ejemplo bien sencillo es la Mezquita de los Omeyas o Gran Mezquita de Damasco. En el solar, los arameos, un pueblo semita que se instaló en Oriente Próximo en el último milenio antes de Cristo, erigió un templo a su dios de la lluvia, Hadad. Los romanos lo dedicaron a Júpiter, que cumplía con las mismas funciones benéficas, y lo ampliaron; los muros actuales de la mezquita eran las paredes interiores del templo romano.
Teodosio I, el emperador de hispano que convirtió el cristianismo trinitario en religión oficial del Imperio en 380, cerró los templos paganos; y el de Damasco lo entregó a la Iglesia, que lo consagró como catedral dedicada a San Juan Bautista y a sede del obispado local, dependiente del Patriarcado de Antioquía.
A partir de Teodosio, a muchos templos se les añadió un ábside en la parte trasera, para instalar el altar orientado a oriente y el presbiterio. Otros se derrumbaron por falta de cuidados, aunque algunos emperadores prohibieron su demolición, como hizo Mayoriano, en el siglo IV. El Panteón de Roma, a su vez una reconstrucción ordenada por Adriano de otro templo anterior, se ha conservado porque los papas lo consagraron como iglesia, con culto hasta hoy.
Después de que los árabes musulmanes conquistaran Damasco, el califa Walid I, de la dinastía Omeya, hizo demoler parte de la catedral y erigir sobre ella la mezquita.
El mismo proceso se dio con la catedral, mezquita, catedral-mezquita o mezquita-catedral de Córdoba, que de todas estas formas se denomina el edificio, de manera que cada cual pueda elegir la que le apetezca… y que luego aguante los reproches de los partidarios de las otras.
Los Omeya expulsan a los cristianos
A partir del siglo IV, Córdoba, junto con toda la provincia Bética, se convirtió en una de las regiones más cristianizadas del Occidente romano. Entre sus primeros obispos, destaca Osio (256–357), que fue consejero de Constantino, presidió el Concilio de Nicea (325) y murió desterrado en Panonia por negarse a pactar con la herejía arriana.
Uno de los templos que se levantó dentro de las murallas de la ciudad fue la basílica dedicada al mártir San Vicente. La irrupción de los invasores musulmanes derrocó el reino godo y dio paso a un gobierno despótico que sometió a los cristianos a unos extraños, de raza y de religión. El catedrático Rafael Sánchez Saus describió (Al-Ándalus y la Cruz) así los primeros años de España como provincia sometida:
"una ocupación militar de guerreros y tribus de muy bajo nivel que viven a costa en todos los órdenes de la sociedad preexistente".
Entre la entrada de los conquistadores en Córdoba y 785 no quedó ningún templo cristiano dentro de las antiguas murallas, salvo la basílica. Sin embargo, de ésta los cristianos sólo conservaron la mitad; la otra, se reservó para la alabanza a Alá.
Abderramán I, el Emigrado, el único de los Omeya que sobrevivió a la matanza de su familia en Damasco, desembarcó en Almuñécar en 755. Instauró un emirato separado de los califas abasíes y trasladó la capital a Córdoba. Aplicó a los cristianos hispanos (mayoría en al-Ándalus hasta el siglo X) el mismo tratamiento que a otros cristianos en Asia Menor o Egipto: discriminación legal, pago de impuestos extraordinarios, quema de reliquias y de cuerpos venerados, destrucción de la mayoría de sus templos...

Tres años antes de morir, Abderramán I confiscó el resto del edificio cristiano para derribarlo y construir la mezquita aljama (principal) de su capital. Algunos restos de la iglesia se han descubierto debajo del suelo que pisan los dos millones de visitantes anuales. El emir llamó a arquitectos del Imperio Romano de Oriente, que decoraron la mezquita con columnas arrancadas de edificios romanos y godos. Se calcula que el gasto osciló entre 80.000 y 100.000 dinares de oro.
Su hijo, Hishám I, añadió un alminar de la mezquita de Córdoba. Siguieron varias ampliaciones, como la realizada por Abderramán II, entre 833 y 848, en la que se añadieron ocho nuevas naves hacia el sur y más espacio para el patio de abluciones.
Cuando Abderramán III se proclamó califa, en 929, también dejó su huella en la mezquita: ordenó sustituir el viejo alminar con otro más alto. En ese mismo siglo, el califa Alhakén II, hijo de Abderramán, y el hayib Almanzor mostraron a las masas cordobesas su devoción pagando nuevas ampliaciones.
La primera 'restaurado' cristiana
Con el desmoronamiento del califato y el surgimiento de las taifas, Córdoba perdió importancia. Los almorávides escogieron Granada como su capital en al-Ándalus y los almohades Sevilla.
En 1146, el gobernador almorávide de Córdoba, Ahmad ibn Hamdin, fue expulsado por otro magnate, Ibn Ghaniya. El primero pidió ayuda al rey de León Alfonso VII, cuyo título era el de 'emperador de toda España'. El monarca cristiano persiguió a Ibn Ghaniya y le sitió en Córdoba, donde entró en mayo. Uno de los muertos en el sitio fue el obispo de Burgos. Ibn Ghaniya aceptó atarse a Alfonso como vasallo y el emperador, para mostrar su poder a los cordobeses, asistió a una misa en la mezquita aljama, oficiada por el arzobispo de Toledo, don Raimundo.

Ante la cercanía de los almohades, Alfonso VII y su ejército se retiraron, aunque se llevaron parte del tesoro guardado en la mezquita: el fanal de plata del alminar, las bolas de oro y plata que formaban el yamur, un Corán que se atribuía al califa Otmán y la mitad del almimbar, un valioso púlpito de madera.
La restauración definitiva del culto cristiano tardó casi un siglo. El 29 de junio de 1236, festividad de San Pedro y San Pablo, Fernando III, rey de Castilla y de León, al frente de una larga procesión, cruzó el puente sobre el Guadalquivir hasta llegar a la mezquita.
Luego, se colocaron la cruz y el pendón de Castilla y León sobre el alminar. El obispo de Osma ofició la ceremonia y consagró el edificio a la advocación de Santa María, Madre Gloriosa de Jesucristo, que mantiene ininterrumpidamente. El 20 de junio de 1239, una vez nombrado y consagrado obispo de Córdoba Lope de Fitero, el templo pasó a ser catedral.
La primera Capilla Mayor se instaló en el espacio correspondiente al lucernario que daba entrada a la ampliación de Alhakén II. Junto a este lucernario había otro, realizado por los almohades, y que el rey Enrique II usó para acoger la Capilla Real, en la que enterró en 1371 a su padre, Alfonso XI, y su abuelo, Fernando IV, que luego se trasladaron en 1736 a la colegiata de San Hipólito.
¿Y el titular registral?
A partir del siglo XIV, prosiguieron otras obras por cuenta de la diócesis: nave gótica, crucero, campanario, patio de los naranjos, sillería del coro, retablo mayor, restauración del mihrab… Aparte de estos "actos dominicales", es decir, los que sólo puede efectuar sobre un objeto su dueño o quien se presume que lo es, también ha habido reconocimiento por parte de los reyes españoles.

Como recuerda la diócesis de Córdoba en uno de sus informes, poco después de la reconquista de la ciudad, el rey Fernando solicitó al papa Gregorio IX que le permitiera ejercer derecho de presentación de cuatro clérigos a otros tantos puestos de canónigos. Por tanto, el monarca reconocía que no podía ejercer ningún acto de gobierno ni en la catedral ni en el cabildo. Gregorio IX le concedió ese derecho en una bula. Y nadie puede dar lo que no tiene.
El primer reconocimiento oficial se concedió en 1882, cuando una real orden de Alfonso XII declaró la catedral Monumento Nacional. En 1984, la UNESCO la declaró Patrimonio de la Humanidad.
Aunque la catedral (llamada siempre mezquita por los cordobeses) no estaba inscrita en el Registro de la Propiedad hasta el 2 de marzo de 2006, nadie hasta entonces dudaba de quién era su propietario. ¿Qué ha cambiado?
Primero, que la catedral Córdoba es un negocio inmenso para los políticos que falsifican títulos universitarios o colocan a sus prostitutas en empresas públicas: el cabildo, encargado de su gestión, ingresó en 2024 casi 22,5 millones de euros, de los que 5,5 millones correspondieron a beneficios.
Y segundo, que esos mismos políticos, si dispusieran del templo, lo podrían transformar en sede de la Alianza de Civilizaciones (¡que la seguimos pagando!) o arrendársela al único rey al que obedecen, que es el de Marruecos.
