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El legado de la Revolución Francesa: del genocidio al holocausto

Miles de hombres, mujeres, ancianos y niños por orden de la Convención y el Comité de Salud Pública fueron asesinados de las más brutales maneras.

Miles de hombres, mujeres, ancianos y niños por orden de la Convención y el Comité de Salud Pública fueron asesinados de las más brutales maneras.
Cuadro representando las víctimas de La Vendée | Cordon Press

En 2011 Reynald Secher publicaba Vendée. Du génocide au memoricide, un brillante ensayo que desarrollaba el contenido de su publicación de 1986, basada en su tesis doctoral, Le génocide franco-français. La Vendée-vengé, donde dio a conocer la verdadera naturaleza de la guerra civil que tuvo como escenario dicha región en plena Revolución francesa; ya se sabía —aunque la polémica se ha seguido alimentando—, y a pesar de la rancia propaganda oficial, que no se debió a un levantamiento aristocrático, como se ha pretendido, sino a la revuelta popular de sus habitantes, opuestos por completo al Gobierno de París y a las leyes que el nuevo régimen iba introduciendo en toda la nación; concretamente las que tenían por objeto el desmantelamiento de la Iglesia, convirtiendo a los sacerdotes en funcionarios sometidos al poder civil—"juramentados"— o "refractarios", fieles a la Santa Sede y por lo mismo proscritos, expulsados de sus parroquias, e incluso ejecutados en caso de no expatriarse. Los nuevos que iban llegando fueron recibidos con total desprecio, bien merecido por cierto.

Uno de los primeros gritos de la revuelta fue: "devolvednos a nuestros buenos padres". Cuando comenzó la guerra habían pasado solamente dos meses desde la ejecución de Luis XVI, tras un proceso más que discutible: realmente el Rey, prisionero de los revolucionarios, estaba condenado desde antes del inicio de la Revolución; pero su muerte rompió el último dique de contención que evitaba el levantamiento armado. En la mayor parte de Francia, por cierto; aunque en ninguna otra consiguieron convertirlo en una guerra. Guerra a la desesperada, inevitable en la visión de aquellos hombres, aun siendo conscientes de sus escasas posibilidades de lograr la victoria.

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Se presentaron ante el mundo como el "Ejército católico y real"; en sus estandartes y detentes dos fidelidades irrenunciables: "Dios y el Rey". A los nobles de la región fueron a buscarlos las gentes del pueblo. Venciendo su pesimismo, se pusieron a la cabeza de aquella hueste, tan precaria como improvisada, e irán cayendo uno tras otro como tantos miles de soldados y civiles de aquellas regiones —en realidad ardía todo el Oeste francés—. Esto era lo máximo que la Francia oficial, fuera cual fuera el régimen político o la República del momento, había estado dispuesta a aceptar, con reservas. Lo que Secher introdujo con su tesis fue algo tan difícil de aceptar que los poderes fácticos de siempre trataron de evitar su publicación a cualquier precio: desde el chantaje hasta el intento de soborno; además desluciría la celebración, ya muy próxima, del segundo centenario de la toma de la Bastilla y lo que vino a partir de ahí. Fue otra de las consideraciones que se le hicieron llegar al autor, cuestionando su patriotismo por descontado. Curioso argumento que vinculaba a Francia, la que durante siglos se gloriaba de ser "Hija primogénita de la Iglesia", con la Revolución que la descristianizaba en menos de una década.

En su tesis, Reynald Secher documentaba el genocidio al que fue sometida la población. Hombres, mujeres, ancianos y niños, por el hecho de ser vandeanos, por orden de la Convención y el Comité de Salud Pública. Miles de ellos fueron asesinados de las más brutales maneras: ahogados en barcazas que hundían en el Loira — "deportaciones verticales" lo llamaron—. Se han localizado docenas de "puestos de ahogamiento", noyades, a lo largo del río. Fusilados, atravesados por las bayonetas de los soldados de la República, —desde niños de meses hasta inválidos dentro de sus casas, pasando por mujeres embarazadas— o quemados durante el incendio de sus granjas y aldeas. Le génocide franco-français recoge escenas tan inconcebibles como las del espectáculo organizado por el General Amey, asando en hornos de pan a las mujeres con sus hijos para oír sus gritos, acompañado del General Turreau, comandante del Ejército del Oeste. Amonestado por el oficial de policía, Gannet, le respondió: "Es así como la República desea cocer su pan". Eliminadas las mujeres de los "bandidos" —así llamaban a los vandeanos—, empezaron a asar a las mujeres de los "patriotas"—republicanos— simplemente porque se habían aficionado al divertido griterío de las víctimas. Solo entonces, reconoce Gannet, el oficial se decide a denunciarlo. Suerte parecida aguardaba a otras mujeres que fueron asadas sobre barras de hierro para recoger su grasa, que los soldados vendían luego en los hospitales de Nantes. En Angers se curtía, mientras tanto, la piel de las víctimas; fueron muy apreciados los pantalones de montar realizados, para los oficiales, con la piel de los hombres; la de las mujeres, a lo sumo, podía utilizarse para hacer guantes.

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Representación de los ahogamientos en el Loira

Aquellas atrocidades, no tenemos espacio para seguir narrándolas, fueron cometidas principalmente por las bien llamadas "columnas infernales", que peinaron la región meses después de comenzar la guerra; aunque ya desde el principio la Convención ordenaba a sus generales exterminar a la población. Estos pujaban entre sí en cuanto a barbarie y eficacia. Pretendían algunos haber despoblado la zona, además de arrasarla por el fuego; otro elemento clave en todo el proceso; llegaban a la Vendée aquellos ejércitos con material inflamable para emplearlo a fondo con ese fin. Fue un genocidio, no se podía seguir negando: Secher publicaba la correspondencia entre Turreau y los convencionales: "Debéis igualmente pronunciaros de antemano—escribía el general— sobre la suerte de las mujeres y los niños. Si hay que pasarlos a todos por el filo de la espada"; se impacientaba ante la falta de respuesta, aunque ya estaba matando a niños y mujeres, pero finalmente, el Comité le tranquiliza y le avala: sus medidas le parecían "buenas y puras"; "extermina a los bandidos hasta el último, ese es tu deber", concluye el documento. Huelgan comentarios.

Le auguraban al nuevo doctor que no haría carrera académica, y sin embargo ningún historiador francés ha tenido, a través de su obra, tanta repercusión en los últimos cuarenta años en toda Europa. Y es que lo que nos ha hecho conocer pone en entredicho todos los dogmas de la "corrección política" imperante en el Continente desde la revolución de los sesenta, radicalizándose en sus postulados a medida que se iban introduciendo, con el necesario apoyo de la ONU, los llamados "nuevos derechos", producto y soporte a la vez de la cultura de la muerte y la ideología de género. De esos supuestos derechos Benedicto XVI dijo, ante el cuerpo diplomático acreditado en el Vaticano, que no eran más que "la expresión de deseos egoístas que no encuentran fundamento en la verdadera naturaleza humana". La cuestión sobrepasa ampliamente el ámbito de la política francesa. Desde la Revolución hasta el presente.

Genocidio y Memoricidio

En su mencionado ensayo de 2011, Secher destaca el hecho de la doble injusticia cometida contra la Vendée: el genocidio en primer lugar; después el "memoricidio"; sus héroes y mártires han sido eliminados por segunda vez; no existen oficialmente. Es algo similar a lo que pretenden en España las leyes de la Memoria —histórica o democrática—: construir un relato oficial que se imponga contra el adversario político a costa de la verdad. Del caso español dice Secher en su ensayo:

Encontramos una situación similar en la España republicana entre 1931 y 1936. Las intimidaciones, las destrucciones de edificios religiosos, las "ejecuciones" de imágenes de Cristo, de la Virgen y los santos [...] las violencias continuas y los asesinatos gratuitos contra los católicos no podían sino provocar una reacción por parte de los perseguidos.

Tanto en la Francia del XVIII como en la España de los años treinta se estaba borrando de la escena pública la Ley Natural; sin escatimar medios ni violencias. El bando de Satanás, dirigido, en palabras de León XIII por la secta de los masones, imponía un nuevo orden sin el que no se puede explicar la actual postración de Europa. El hecho de que el aborto haya sido elevado al nivel de derecho fundamental en Francia, implica, como ha publicado el director del Centro Europeo para la Ley y la Justicia, Grégor Puppinck, que Francia asuma una filosofía de Estado materialista y por tanto atea; y que la masonería, con pleno apoyo del jefe del Estado, se constituya en "Iglesia de la República, como declaró esencialmente Macron ante el Gran Oriente de Francia el 9 de noviembre de 2023". El holocausto del aborto no hubiera sido posible sin el genocidio de la Vendée, y los que se fueron expandiendo por el mundo a partir de entonces con rostros diferentes a pesar de su fondo común: trampas del diablo para condenar a la sociedad al ateísmo, ya consagrado en la práctica en la Francia de Macron. Por el momento.

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