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Amores y amoríos de don Camilo

Marina Castaño supo que el Nobel había tenido varias amantes e hijos bastardos. 

Marina Castaño supo que el Nobel había tenido varias amantes e hijos bastardos. 
Marina Castaño y Camilo José Cela | Cordon Press

Habiéndose recordado muy diversos avatares de la vida y obra de Camilo José Cela con ocasión de celebrarse este año su centenario, echamos de menos un capítulo dedicado a su vida sentimental, delicado asunto dada la personalidad del homenajeado, lo que, siquiera de puntillas, a vuela pluma que antes se decía, abordamos acto seguido. Nada sabemos acerca de si antes de su primera boda con Rosario Conde Picavea acaecida en 1944, tuvo muchos amores, ciñéndonos nosotros sólo a lo que él mismo contó, referente a sus primeros descubrimientos del sexo a merced de algunas de las criadas de sus padres.

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Rosario Conde y Cela | EFE / Archivo

Matrimonio del escritor a primera vista ejemplar que duró cuarenta y seis años, hasta el divorcio firmado en diciembre de 1990. Con una desagradable coda que enfureció al escritor gallego de resultas de una imprudencia, por así decirlo, de Rosario quien en el transcurso de una entrevista que concedió en su residencia palmesana al osado reportero de Interviú Luis Cantero, creyendo no ser grabada en un oculto magnetófono, comentó cual confidencia amistosa que nunca estuvo "enamorada de Camilo", a lo que añadió, sin pensárselo dos veces: "José Manuel Caballero Bonald y yo fuimos amantes siete años". El susodicho, gran poeta y novelista, vivió en la casa mallorquina de los Cela en calidad de secretario de C.J.C. Tales declaraciones aparecieron en el mencionado semanario el año 1989. Y el premio Nobel, irritadísimo, ya tuvo claro que a Estocolmo no iría con su primera mujer, sino con Marina Castaño, con quien se casaría en 1991. El primer matrimonio quedó sentenciado con nulidad para la Sagrada Rota.

Pero, entre uno y otro enlace, Camilo José Cela tuvo un sinfín de ocasiones para holgar lejos del lecho matrimonial. Y no sólo amoríos circunstanciales… sino ¡también hijos naturales!, como eran entonces considerados a efectos jurídicos. Por ejemplo, en un viaje a Estados Unidos se le presentó un día un chaval, que aseguró ser hijo suyo y llamarse Camilo, según datos proporcionados por su madre, claro está. Tenemos la aportación de uno de sus mejores amigos y biógrafos, Francisco García Marquina, al que Cela le confesó en cierta ocasión que era padre de un muchacho nacido en Fredericksburg, que se dedicaba a un negocio de grúas. Fuera o no cierto, el caso es que C.J.C aprovechó la circunstancia para contarlo a su modo y manera en Nuevo viaje a la Alcarria.

Marquina también supo por boca de su admirado amigo que en Mallorca "se puso las botas con varias mujeres", identificadas con estas iniciales: M.R., una; otra, E.K., añadiendo las de otra dama que conoció en Barcelona, T.M., a la que asimismo llevó al catre. No era Camilo amigo de mantener con ellas ni largas conversaciones de corte intelectual ni correspondencia pródiga: iba al grano (léase el dormitorio) y pronto daba fin a esos escarceos, para renovar su agenda de conquistas femeninas.

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También Gustavo Guerrero, autor de Historia de un encargo: La Catira de Camilo José Cela revelaba que durante la estancia de éste en Caracas, invitado por el gobierno de Marcos Pérez Jiménez, que le pagó una millonada por escribir la citada farragosa obra, se enrolló apasionadamente con una bellísima amiga del dictador venezolano, de nombre Amelia Góngora Parker, con la que estuvo a punto de irse a vivir y abandonar a la paciente Charo, que lo esperaba en Madrid.

Y sépase que la propia Marina Castaño, sin lugar a dudas poseedora de infinitos secretos del novelista, reveló estar en conocimiento de que en Palma de Mallorca vivía una hija, fruto de los amores adulterinos de Camilo con la mujer de un médico; a la que incluso había conocido y por lo descrito es muy bella, muy conocida en la isla también, razón por la que no aportaba datos sobre su identidad. Esa desconocida historia formaba parte, junto a otras no menos picantes, de un libro de memorias que Marina Castaño ultimaba hace un par de años, aunque a fecha de hoy ignoramos si le ha puesto la palabra fin y en ese caso, si ha decidido o no darlo a la luz pública. Porque la actividad sexual del que fue su segundo marido fue intensa, pródiga en amantes, con más hijos bastardos, según tales confesiones. Como la relación tórrida que mantuvo el escritor gallego con una muy conocida actriz española, sin ninguna otra extensión que la puramente vinculada a la cama.

Y así más detalles sobre hijos fuera del matrimonio, quienes curiosamente habían sido casi todos bautizados o inscritos en el Registro Civil con el nombre de Camilo, o Camilo José. Pura admiración de esas madres hacia quien fue su amante. Marina Castaño diría: "Yo le enseñé a decir te quiero; no lo había dicho en la vida, no se había enamorado nunca". Sería muy interesante leer esas memorias, aunque quizás se lo haya pensado mejor y las guarde para sí en algún cajón de su nueva casa, tras matrimoniar de nuevo –sus terceras nupcias- con el cirujano Enrique Puras.

Cuarenta años de diferencia

Marina Castaño influyó muchísimo en Camilo José Cela. Y viceversa, por supuesto. Se habían conocido el 26 de enero de 1985 (recogemos la fecha, porque así lo recordaba ella) en Santiago de Compostela en el transcurso de un Congreso. Luego, en otros reencuentros, fue cuando la reportera gallega, de veintisiete años, que trabajaba en una emisora de radio, tuvo ocasión de entrevistarlo en varias ocasiones. Y él se enamoró como un bachiller de la rubia, exmujer de un marino mercante, madre de una hija, Laura. Cela le llevaba cuarenta años de diferencia. Cuando decidieron irse a vivir juntos, primero ocuparon un apartamento en Santiago, y ya casados él se empeñó en construirse una casa en Guadalajara, capital y provincia que le encantaban desde sus lejanos tiempos de vagabundo escritor de Viaje a la Alcarria. Allí residieron en dos espectaculares mansiones, hasta que Marina Castaño, con su habitual genio, dijo ¡basta!, harta de ir y volver a Madrid para ocuparse de los estudios de su hija o simplemente de recorrerse las mejores tiendas de la capital o de asistir a fiestas; lo que esto último detestaba el escritor, acostumbrado más a la soledad, al trabajo mañanero del oficio de escribir con su pluma, que mojaba directamente a un tintero, dedicando mejor las tardes a las siestas en pijama y con orinal, de un par de horas al menos de duración.

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Dejando la noche para recibir a sus amigos más íntimos, escritores como Umbral (que lo pondría a parir a su muerte, por cierto) y algunos periodistas de confianza, con los que debatía sobre lo divino y humano entre libaciones de whisky, y alguna vez con aguardiente de Rute. Marina, a su vez, deploraba esos excesos de su marido, al que fue poco a poco sometiendo a una severa dieta, lo que a duras penas consiguió, dado que él no estaba por la labor.

Había empezado por cambiarle los pantalones que usaba, "enormes calzones que le llegaban a los sobacos", al decir de su biógrafo Marquina. Y lo dejó casi, casi como un pincel, embellecido, rejuvenecido, incluso. Llegado el verano, a partir de 1988, frecuentaron Incosol, él aplicado cliente más que paciente para ir perdiendo kilos. Cuca García Vinuesa, avispada relaciones públicas del lujoso hotel Coral Beach tuvo al matrimonio como clientes muy especiales, lo mismo que en Madrid en el hotel Miguel Ángel, de la misma cadena. Con muy generoso tratamiento a la hora de satisfacer las facturas.

"Hablar de dinero era una ordinariez"

Eran ambos muy mirados para lo concerniente a sus bolsillos, aunque cada uno por su lado lo negaran. Si Camilo decía que "hablar de dinero era una ordinariez", ella lo corroboraba, declarando que "el pringue del dinero siempre me ha dado asco, quizás porque nunca he sentido su necesidad". Lo que por supuesto no tenía nada que ver con el tren de vida que llevaban, en particular ella, quien se empeñó –lográndolo- en dejar para siempre su segunda residencia alcarreña para sentar sus reales en un llamativo casoplón, que se dice ahora, en la muy valorada zona de Puerta de Hierro, a la salida de Madrid. Y ello comportaba que el escritor "hiciera caja" a diario, al margen de los derechos de sus libros, publicando a diario, unas veces en ABC, en El Mundo, en Interviú y en el semanario El Independiente, donde sus artículos eran pagados a precio de oro.

Nunca le hizo ascos escribir incluso, años atrás, en las páginas de un semanario del corazón, Diez Minutos, con una sección cuyo título era "El huevo del juicio". Con la distancia del tiempo, sólo en los años 50 su antiguo amigo y vecino César González-Ruano se había convertido en el escritor mejor pagado de la historia; honor que Cela alcanzaba a finales de los 80 y la siguiente década. Rara vez escribía ciñéndose a la actualidad, pues reincidía en su vieja fórmula de historias carpetovetónicas inventadas, con personajes de complicados y ridículos nombres y apellidos, y anécdotas más o menos divertidas. Eso sí: con una impecable, rica prosa, imposibles metáforas de su cacumen, que nos deleitaba por encima de sus ocurrencias argumentales.

Murió a los ochenta y cinco años

Marina se encargaba de pasar a máquina los originales, de utilizar luego las nuevas tecnologías –el ordenador- que Camilo obviaba: nunca dejó de escribir con su estilográfica o, en su defecto, con lápiz o bolígrafo. En el verano de 2001, mientras lo ayudaba a insuflar oxígeno de una botella, procuró Marina no alarmarlo: ya estaba gravemente enfermo. Víctima de insuficiencia cardiopulmonar, agravada por una pulmonía, se fue de este mundo el 17 de enero de 2002, a los ochenta y cinco años.

Adormecido, sin sufrir, tras besar a su mujer, abrazándola, y decirle que la quería. Se duda si, en verdad, en esos críticos instantes, gritó "¡Viva Iria Flavia!". Lo enterraron, como había dispuesto, en esa citada aldea, en los jardines de la Fundación que lleva su nombre. Dejó apenas empezadas tres novelas, de las que sólo sabemos que una se iba a titular Dry cicuta, en torno a la pena de muerte.

El valor de lo existente en la Fundación C.J.C, contando el edificio, los fondos bibliográficos, las pinturas y objetos de arte, los cuantiosos documentos y correspondencia con destacados intelectuales, se había estimado el año 1994 en dos mil setecientos treinta millones de pesetas. Dos tercios del legado del fallecido (cinco millones doscientos mil euros) más un cuadro rasgado original de Joan Miró, debía recibirlos su hijo, Camilo José Cela Conde, tras rechazar el Tribunal Supremo la impugnación de la herencia que solicitara Marina Castaño. La que luego ha tenido problemas judiciales relacionados con las cuentas de la Fundación, parece que no resueltos aún definitivamente. En cualquier caso, quien ya no ha usado el título de marquesa viuda de Iria Flavia, lleva más de dos años, desde su nuevo enlace, alejada de los medios de comunicación (donde en tiempos colaboraba a menudo, en un diario madrileño, en el semanario Diez Minutos y hasta publicó una novela).

Probablemente meditando si todos sus valiosos recuerdos al lado de un hombre tan singular, leyenda de las letras hispanas, merecen o no ser dados a la curiosidad pública. Su vida, qué duda cabe ha sido rica en acontecimientos al lado de un hombre que dijo amar con todas sus fuerzas, llamado Camilo José Cela.

Hace menos de dos meses tuvo lugar en Madrid en la Biblioteca Nacional la inauguración de una exposición de recuerdos de C.J.C. a la que asistió, por un lado, su hijo, y por otro, Marina Castaño. No se saludaron. Ella lo detesta y él simplemente la ignora.

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